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El domun al vesre

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Ignacio de Posadas

Se metieron en el lío solitos, sin que nadie los obligara y aún contra algunas advertencias que se les hizo. Todos se metieron, no sólo Astori, a quien ahora le van a colgar el IRPF del pescuezo. Porque no hay quien lo arregle.

Así sucede cuando se repite y se repite un discurso, sin pensarlo mucho y sin darse cuenta de que ha corrido muchísima agua por debajo del puente desde que a alguien se le ocurrió levantar la banderita del impuesto a la renta personal.

Basta analizar los argumentos que usaron para ensalzar el reinvento del IRPF y los que usan casi a diario para explicar por qué lo van a toquetear por enésima vez.

En el arranque, la mitología tributaria frentista se apoyaba sobre tres pilares: no se reformaba para recaudar más; el IRPF sería un acto de justicia, porque lo pagarían "quienes tienen más" (canon científico si los hay) y una palanca de desarrollo económico, (nunca se supo cómo era esto).

Pero resultó que la recaudación aumentó enormemente y que empezaron a pagar más quienes no tenían más (o si lo tenían, su capacidad de pataleo era todavía más que "más").

Y así empezó el toqueteo de las normas: a éste no que está jubilado, aquél menos porque tiene hijos; a estos aflojale un poco, qué hacemos con el aguinaldo, cómo arreglamos el lío de los que tienen dos sueldos, etc., etc. Para cuyo galimatías interminable, el gobierno echó mano aún a otros argumentos, encantado de la vida y sin medir lo que estaba diciendo.

El primer argumento suplementario, reiterado por el Ministro ante prensa y parlamento, fue que siempre dijeron que iban a hacer cambios. Como si fuera lo ideal. Tuvieron todo el tiempo del mundo y todo el poder para legislar a "piacere" y ahora salen diciendo que lo hicieron mal desde el pique y a sabiendas. No sólo eso, quiere decir que cuando defendieron y ensalzaron las normas creadas sabían que eran defectuosas y que las cambiarían. Como si el sentido de una norma legal fuera la de vivir cambiando constantemente.

Por si fuera poco, al argumento de la mutabilidad esencial de la ley sumaron otros, en cada instante de toqueteo: que con la modificación de turno, primero, los que iban a pagar serían menos (de los todavía menos que desde el origen se dijo serían paganinis) y que se estaba haciendo pagar a una (siempre cambiante) minoría, de platudos.

No perciben el absurdo, y tampoco se les ha dicho públicamente, de que no sólo es pésimo legislar en forma provisorio-permanente, sino que el sentido de un impuesto no está en que no se pague, o en castigar a cierto número de ciudadanos, basado en que son pocos y se presume que gozan de una situación económica mal vista por el gobierno. Si un impuesto se justifica en función de que no lo pagan muchos, se sigue lógicamente que el ideal sería que no existiera. Así como tampoco cabe en cabeza de nadie que se creen impuestos para fregarle la vida a cierto número de personas, festejando que sean relativamente pocos.

Presume una gran ignorancia en la gente quien argumente que la razón de ser de un sistema tributario es el hacer justicia y presume una ingenuidad aún mayor quien, cambiando todos los días los impuestos que inventó (con ritmo creciente a medida que se acercan las elecciones), piense que la gente es tan gil como para creer que pasadas las elecciones no volverán a darle con un caño.

Los impuestos son algo adjetivo, no sustancial. No tienen razón de ser por sí mismos. Todas las tesis que pretenden justificar tributos en razones propias, sean de justicia, de distribución o de desarrollo, son equivocadas (además de irreales). No es solamente que los impuestos ni hacen justicia, ni son instrumentos idóneos de distribución, ni mucho menos de desarrollo económico, sino que su sentido no está ahí. Un impuesto no es ni más ni menos que un mecanismo para sacarle plata a la sociedad, en una forma aprobada por sus representantes, que se justifica por los bienes y servicios a cuya obtención se destinará, los que también deben ser aprobados (previamente) por la sociedad. Dicho más simplemente, un impuesto se justifica sólo por el gasto al que va destinado.

Con dos precisiones adicionales: 1) todo impuesto (por su carácter compulsivo) genera distorsiones o desvíos en las decisiones de los agentes económicos (ganarían, ahorrarían, invertirían o consumirían más, menos, ya o después, a raíz del tributo). Razón por la cual, ya que su sentido está en ser un instrumento de recaudación para gastar, es mejor que distorsionan lo menos posible (de ahí que modernamente se vaya hacia los impuestos indirectos, principalmente el IVA); pero, 2) una cosa es quién dice la ley que deba pagar un impuesto y muy otra es quién lo paga en los hechos. La propia izquierda concuerda con esto, aunque también este argumento lo pone patas para arriba. Dice que el IVA es regresivo porque lo pagan los consumidores, siendo así que los sujetos pasivos del impuesto son los proveedores. Lo que sucede es que el IVA se traslada y el IRPF, no se traslada. ¿Por qué no? Todo impuesto que se puede trasladar se traslada.

Por eso que el eslogan de que "paga más el que tiene más" es infantil (o perverso, si presumimos que los gobernantes saben que en nuestro país, por la pésima calidad de los servicios públicos en materia de seguridad, educación, salud, alumbrado, correo, comunicaciones etc., los hay y no son pocos, que pagan muchísimo más).

Pero, además, del momento en que el grueso de la tributación está en los impuestos indirectos, la supuesta incidencia justiciera del IRPF es, de por sí, mínima.

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