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En medio del gran respeto de la crítica, "Blindness" abrió anoche la competencia oficial en el Festival de Cannes. La película del brasileño Fernando Meirelles rodada parcialmente en Montevideo convocó a casi todo su elenco al balneario francés.

Posiblemente la naturaleza de la historia que cuenta forme parte de la explicación a la recepción poco explosiva que el film tuvo. Blindness (La ceguera) transcurre en una ciudad indeterminada en la que se desencadena una extraña epidemia de ceguera. Los primeros enfermos, personajes sin nombre y casi sin historia, son aislados por miedo al contagio y librados a sí mismos en una sociedad de ciegos en la que sólo una mujer puede ver (Julianne Moore), la esposa de un oftalmólogo (Mark Ruffalo).

En esa microsociedad aislada, los vínculos sociales normales se deshacen rápidamente, se desencadena la lucha por la superviviencia y se impone la ley del más fuerte. Frente al oculista ciego que trata de organizar una solidaridad de cooperación, el "rey del dormitorio tres" (Gael García Bernal), impone el pago de la comida y la explotación de las mujeres. La violencia se generaliza, los explotados se rebelan. Cuando el encierro se abre, los ciegos encuentran en el exterior una ciudad devastada por la misma epidemia, un caos insostenible, que sólo ven realmente los ojos de la esposa del médico.

Esta "metáfora de todos los males del siglo XX" sobre "la fragilidad de nuestra civilización", según definición que el propio Meirelles hiciera en la conferencia de prensa, está sostenida por un clima alucinante y angustioso que llega de manera escalonada y culmina en las escenas de violencia entre los internados. El film hace al espectador testigo de una violencia que hiela la sangre y lo invita a reflexionar sobre el hombre, sus más bajos instintos, pero también sobre su capacidad de amar y su sentido de la responsabilidad. El final casi abierto muestra el triunfo de la dignidad humana aunque recuerda también su debilidad.

FOTÓGRAFO. Tras la exhibición de Cannes, también empieza a ser un lugar común los grandes elogios para el tratamiento plástico de la imagen dada por el fotógrafo uruguayo César Charlone. Se hace un uso magistral de los fundidos al negro y al blanco, para mostrar la ceguera de los personajes y transmitírsela a los espectadores.

Dos días antes el director había sido más contundente, al confesarle a un periodista brasileño de O Estado de Sao Paulo que "no exagero al decir que sin César tal vez mi carrera en el cine ya estuviera acabada". Y explicó que el fotógrafo que lo acompañó tanto en Ciudad de Dios como en El jardinero fiel ocupa un papel fundamental, más allá de medir luces y realizar los encuadres.

En la conferencia de prensa posterior a la exhibición del film, Meirelles recordó que la novela de Saramago que adapta puede leerse en varios niveles: político, psicológico, filosófico. Pero el escritor portugués quiso que "no aludiera a una sociedad o a un régimen político preciso", sino que "fuera una alegoría, una metáfora que se aplicara a todas las sociedades". El escritor de 86 años fue uno de los grandes ausentes de esta apertura histórica (primer film latinoamericano que llega a esa instancia), justificada por problemas de salud.

Casualidad o no, el film termina alineándose en sus ideas con las obras de otros dos cineastas latinoamericanos: Babel, de Alejandro González Iñárritu, y Niños del hombre, de Alfonso Cuarón.

TIEMPOS. Después Meirelles confesó que en 1998 había intentado comprar los derechos del libro, "pero Saramago me los negó aduciendo que el cine destruye la imaginación". Para él lo vivido diez años más tarde fue una experiencia maravillosa: "Los años que pasaron fueron providenciales. Me siento hoy más maduro de lo que era en el 98, no técnicamente, sino emocionalmente. Tengo la pretensión (¿o la ilusión?) de encontrar hoy una mirada más profunda en la historia", aseguraba a O Estado de Sao Paulo, en una entrevista que dio antes de viajar hacia Cannes.

El hecho de tener que abrir el principal festival cinematográfico del mundo es un pesado honor para cualquier cineasta, pero más cuando se llega desde países donde las estructuras de producción no tienen el poder de negociación a grandes escalas. Blindness no formaba parte de la primera lista publicitada por el festival francés, y parecía que sus expectativas quedaban frustradas. Pero una semana después, la organización comunicó la entrada a la competencia de otras tres películas, y una de ellas era Blindness, a quien correspondería la primera exhibición. Consciente del reto que enfrentaba, el director decidió el viernes pasado cortar amarras con el mundo tras mandarle un mail a sus amigos aclarándoles que no iba a estar disponible por algunos días.

Con la única excepción de Mark Ruffalo, todo el elenco multinacional de Blindness estuvo presente. "Sólo éramos tres estadounidenses" exclamaba Julianne Moore, en medio de un reparto que incluía a mexicanos, brasileños, canadienses y japoneses. El único secreto para que no existiera problemas fue la gran química que el director despertó en todos los actores.

"Este va a ser mi modelo de trabajo para siempre" reconoce Meirelles, haciéndose eco de vivencias similares en quienes lo acompañaron. "Vivimos experiencias únicas" decía García Bernal.

"La idea central del film es la de crear una comunidad independiente y eso es lo que Meirelles logró durante el rodaje", explicó Moore quien además reconoció que su representante no estaba muy seguro de si debía aceptar o no el papel que le ofrecían. "Estás loco: no me voy a perder ser dirigida por Meirelles" fue su respuesta. También explicó que pese a ser una pelirroja natural decidieron sacarle ese color porque "hubiera caracterizado demasiado al personaje".

Alice Braga, que ya había trabajado con el director en Ciudad de Dios, dijo que lo más trabajoso para hacer su ciega "fue confiarse a los otros sentidos".