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La identidad recuperada

| En su novena edición, el Día del Patrimonio se perfila una vez más como el punto obligado de la curiosidad y del asombro de los uruguayos

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Por Ramón Mérica

Lo más interesante, yo creo, que tiene la celebración del Día del Patrimonio, es que se ha producido un cambio en la manera de ser de la gente".

Para Jorge de Arteaga, 75, presidente de la Comisión que vela por los tesoros patrimoniales del Uruguay, ese enunciado tiene un desarrollo tan claro como lógico. "Ese día no hay rencores, nadie se enoja, hay una alegría contagiosa en todos los rincones montevideanos. Nosotros en la Comisión mandamos ocho personas para que oyeran lo que decía la gente, casi unos espías urbanos que recepcionan las diferentes reacciones según lugares y acontecimientos. Los hacemos recorrer todo Montevideo con los oídos muy atentos, y hay algo fantástico, y para mí lo más interesante: ¡nadie habla de política! ¡Nunca! Cuando uno piensa en el tembladeral político del año pasado, que fue terrible, eso parece más increíble. El Día del Patrimonio, la política no existe. Es decir: hay muy pocas posibilidades de enfrentamientos personales. Eso, para mí, es algo maravilloso".

UN EJEMPLO.

—Esta página no se ha cansado de repetir que el Día del Patrimonio es un ejemplo de civilidad y de buen modo. En ocho años de seguimiento exhaustivo del acontecimiento, "Veredas" jamás escuchó un exabrupto, asistió a un botellazo o fue espectadora de una riña. Y estamos hablando de un hecho que concita miles y miles de personas de todas las condiciones sociales en los más dispares rincones de la capital.

—Eso es algo realmente para destacar. Pero también hay que destacar que en 1971, cuando fue creada la ley, ya se hacían declaraciones sobre el patrimonio intangible del país, no solamente los edificios, monumentos, palacios o estatuas de la ciudad, sino de lo que es menos visible, lo menos tangible. Ya en ese momento se habló como patrimonio de la Subida de Pena, que está sobre la carretera, que es un declive del terreno, algo muy particular que no todos aprecian.

—Es el caso en los últimos años de la consagración como patrimonio de los humedales del Santa Lucía, una zona que a primera vista son pantanos y lodazales atrapados por juncos y que sin embargo significan un microclima muy apreciado de la región. Hace veinte años, nadie se hubiera atrevido a declarar a esos pantanos como patrimonio nacional.

—¿Y qué me dice de las palmeras de Rocha, que empiezan en una especie de avenida, no se sabe por qué están ahí, pasa después por Salto, cruza el río Uruguay y llega a la Argentina, sigue de largo y termina en Bolivia? ¿Qué quiere decir eso?

—Según algunos investigadores, esas palmeras marcan el recorrido de los jesuitas, que sabemos fueron expulsados de muchos lugares y dejaron su huella. Precisamente, donde hay palmeras hubo jesuitas.

—Yo no creo en eso. Me parece muy poco científico. Yo tengo otra teoría, poco científica también. Dicen que ese camino de palmeras se debe a la ruta de los pájaros migratorios. Los pájaros comían los butiás, los coquitos de las palmeras, y tiraban desde allá arriba los carozos, que luego germinaban. Es un cambio de protagonistas: no eran los jesuitas, sino los pájaros los que delinearon esa gigantesca avenida de palmeras. En fin...

ENTRE NOSOTROS.

—No quiero dejar de lado algo que hemos comprobado a lo largo de estos años. El Día del Patrimonio no es solamente para espectadores. Yo he tenido la sensación de que todos salimos a la calle a conocernos. Es una cosa rara. Yo recuerdo que en los primeros años del Día del Patrimonio, había por encima de todo una enorme curiosidad para ver esos palacios y monumentos arquitectónicos que no estaban abiertos siempre al público, primaba la curiosidad. Eso determinaba que el visitante estuviera fuera, se sintiera fuera del juego, pero ya en la tercera y cuarta celebración se notó un gran cambio.

—¿Un cambio de actitud?

—Absolutamente. Le cuento uno solo: En el noventa y nueve veo a una vieja amiga que caminaba por Sarandí vestida con un traje flamenco, un traje con bata de cola y todo, y le pregunté adónde iba. Me contestó que había venido a bailar y agregó: "¿Acaso hoy no es el día en que la ciudad es completamente nuestra?" Yo sabía que ella tomaba clases de flamenco, una mujer muy discreta, por eso jamás imaginé que se atreviera a bailar en la calle, dentro de un grupo de guitarreros y cantaores que estudiaban flamenco como ella. Un rato antes, yo había conversado con un muchacho en el Palacio Taranco que me había dicho, con toda naturalidad: "Y pensar que todo esto es nuestro..." Yo pienso que los montevideanos, y la gente del Interior cada uno en su ciudad, ha asimilado la idea de que no es un observador, sino un protagonista, cosa que no pasó en los primeros años del Día del Patrimonio. Ese ha sido uno de los logros mayores de este festejo, y por eso es que puedo sentirme tan orgulloso de mis conciudadanos, sobre todo cuando cuento que jamás, jamás, en el Día del Patrimonio, nadie ha robado un cuadro, una estatuita, un grabado. Para mí, eso tiene una explicación: nadie se roba a sí mismo.

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