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Tristán Narvaja, una feria que conjuga tiempos

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Los teléfonos valen $290: “buen precio”, dice el vendedor mientras bebe agua en un vaso de requesón con etiqueta. Foto: El País

COLORES, SONIDOS Y SABORES

El popular paseo de los domingos cumple 110 años y sigue tan campante y dominguera como el primer día.

El run run de autos, motos y ómnibus que transitan por 18 de Julio el domingo a la mañana se entremezcla con los motores de unas siete peceras de vidrio ubicadas sobre la vereda de enfrente a la Biblioteca Nacional. Llevan escrito con drypen negro el nombre y precio del animal en cuestión: hay Cabezas de León por $150, Telescópicos Cálicos y Orandas a $130. Otro par carece de descripción de especie: solo dice 2X$300.

La oferta de fauna en la tradicional feria de Tristán Narvaja y sus inmediaciones es una tentación para los niños. Se agazapan para llevarse pececitos dentro de bolsas con agua, un conejo por $400, un hámster por $150, o algunos de los cachorritos que una señora tiene enjaulados y vacunados.

La mujer procura persuadir a un hombre mayor para que se lleve un Yorkshire por $5.000. A falta del pedigree certificador, le muestra a la madre y le promete que su perro crecerá menos porque el padre "es chiquitito". El precio (inferior a la mitad de lo que cuesta) y el tamaño no bastan para convencerlo. Entonces le muestra los caniches disponibles (los blancos valen $4.000 y los negros $500 más), pero tampoco le vienen bien. "No me gusta, muy peludo", dice el hombre.

Los paseos por Tristán Narvaja son un clásico del domingo para uruguayos y turistas. "Aquí no se puede venir sin dinero", comenta uno de los tantos que circula esta mañana calurosa con acento caribeño. Y está en lo cierto: no se acepta débito, ni crédito, y hay tanta variedad de artículos que cuesta acapararlo todo, y mucho más no tentarse. Se ve desde un mini espejo por $3 y $5 hasta un rallador de 200 años que vale $150, pasando por un atado de palo santo a $120, cuadernos de Marcha por $100, y una muñeca antigua a $250. Algo hay que llevarse.

Los animalitos son la atracción de grandes y chicos en la feria. Foto: El País
Los animalitos son la atracción de grandes y chicos en la feria. Foto: El País

La feria que celebra 110 años este 2019 es lo más parecido a una máquina del tiempo que hay en Montevideo. En épocas donde el video club corre peligro de extinción y Netflix causa furor, por Tristán Narvaja todavía se vende la temporada completa de la serie de Luis Miguel en dos discos por $140.

Convivencias.

Los artistas callejeros, la variedad de libros, diarios y revistas de antaño, la ropa (nueva y usada), los discos con juegos de Play Station, películas y series, los vinilos, las artesanías originales, y las antigüedades más estrafalarias ganan cada vez más terreno a los puestos de frutas y verduras en Tristán Narvaja.

Hay vinilos de Viglietti, Camilo Sexto, Casino, Abba, y Europe. Foto: El País
Hay vinilos de Viglietti, Camilo Sexto, Casino, Abba, y Europe. Foto: El País

Lo excéntrico se pone a la orden y los ojos no dan abasto para observar. Un hombre de bermudas, camisa, corbata y la máscara de Anonymous puesta se para en la puerta de Discomoda, "la tienda musical más grande de Uruguay", y baila para la tribuna. Piropea a las mujeres que circulan por la vereda sin dar la cara, y se olvida que ese look tiene un fin: promocionar su local.

Una exquisita "sandía bebé" sobresale entre desodorantes, shampoos, cremas, yerba, café, latas de papas chips, azúcar, y fideos. En el puesto se ofrece de todo menos frutas, pero el señor está empecinado en vender sus dos cajones allí. "La mejor sandía, única, es un néctar", la promociona con cuchillo en mano mientras invita a probarla sin compromiso.

Las mini sandías son las vedettes y se llevan por $50. Foto: El País
Las mini sandías son las vedettes y se llevan por $50. Foto: El País

En una misma mesa se venden cargadores universales ($120), para Iphone ($150), y abanicos ($60 y $100). El cajón de madera donde se exhiben libros con predicciones de Nostradamus, tarot zodiacal y metafísica tiene un incienso prendido encima.

La vista no es el único sentido que se deleita en este paseo: el olfato y el oído también piden pista. Da la bienvenida al recorrido un intenso olor a torta fritas, aunque el termómetro marque 30 grados. Los inmigrantes imponen dos cuadras más adelante: hay variedad de arepas en un stand de "venezoland food", y un joven con gorro de mariachi invita a degustar tacos mexicanos.

Dos chicos tocan el violín al lado de un puesto de quesos y huevos. La gente deja en el estuche del instrumento lo que considera que vale el espectáculo. Alguien toca Yesterday en un saxofón y dos pasos más adelante suena el hit Leña para el carbón a todo volumen. Así de armoniosa y variopinta es la convivencia en Tristán Narvaja.

Dos jóvenes se instalan con sus partituras y tocan música clásica al lado de Un puesto de venta de quesos y huevos. Foto: El País
Dos jóvenes se instalan con sus partituras y tocan música clásica al lado de Un puesto de venta de quesos y huevos. Foto: El País

Disneylandia para los hinchas de las antigüedades

José Luis estaba en el rubro textil, pero hace un tiempo se le presentó la oportunidad de hacerse unos pesos extra vendiendo antigüedades, y empezó a aprender. "Soy un improvisado", dice quien compra en lotes y pone el precio en función del estado, los años, y la utilidad del objeto en cuestión.

En la mesa de José Luis reposa una veladora hecha a mano por él con un viejo primus, una raqueta a $150, y varias muñecas antiguas por $250. Se jacta de haber visto las mismas en internet por el doble de dinero. Un señor de bastón quiere saber el precio de una brujita, y enseguida reacciona cuando oye $150: "pero le falta la escoba". "100 para que la lleves", contesta José Luis.

Se consiguen matrículas antiguas y modernas por $200, y latas de galletitas a $600. Foto: El País
Se consiguen matrículas antiguas y modernas por $200, y latas de galletitas a $600. Foto: El País

El regateo es moneda corriente entre los asiduos a Tristán Narvaja y los vendedores de antigüedades. "Antes venían y compraban, ahora les decís 500 y te ofrecen 300, pero no se los vendés", dice Washington, aunque sí hace precio: te deja un teléfono antiguo y un rallador de 200 años por $500. Tiene sus reliquias tiradas sobre la calle, y entre tantas cosas hay lámpara del 40 que vende a $1000. Cuenta que una de las antigüedades más insólitas que le compraron fue una máquina de moler maíz por $2.000. Y recuerda que en la época que Marcelo Tinelli jugaba con el yo-yo vendió cientos de esos objetos viejos.

Washington no va a casas de remates porque todo sale mucho más caro. Arma su stock en otras ferias, o está al alpiste de lo que ve en las casas donde hace trabajos de albañilería. Una señora habitué pasa y le compra un arma por $500 y una cajita con una cruz a $70. Ella vende en otra feria, pero la mayoría de lo que adquiere se lo queda porque le encanta coleccionar cosas viejas. Tiene muy poco lugar en su casa, pero no puede con el genio.

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