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Susette Kok: su bisabuelo fue uno de los primeros fotógrafos de la historia y ella heredó la profesión

La fotógrafa holandesa que vive en Uruguay inauguró una muestra en el Cabildo. Esta es su historia.

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Susette Kok en el Cabildo.jpg
Susette Kok.
Francisco Flores/Archivo El Pais

Por Soledad Gago

Hay muebles y cuadros y alfombras y, en el centro, hay un piano. Hay un trípode enorme y hay dos flashes y una cámara y, al fondo, una pared repleta de rollos. Suena música clásica y la luz entra por las ventanas como si fuese el rastro del mundo. En el frente hay un mostrador y allí, expuestas, las fotografías. Ahí, entre esas imágenes, entre gente que entra y que sale, que posa frente al ojo atento de su padre, J.J Kok, está ella, Susette Kok. Todavía es una niña pero hay algo de todo ese mundo que le atrae. Entonces pasa las horas metida allí, ayuda a su padre a trabajar, observa, mira cómo ese hombre que se para ante una cámara vestido de traje aprovecha el instante, utiliza lo espontáneo, la incomodidad, para tomar sus mejores fotografías. Y, aunque no lo sepa, aprende.

El estudio de fotografía está en la casa en la que vive con su familia, en una pequeña ciudad de Holanda que se llama Hilversum. Es la misma casa en la que vivió su padre, la misma en la que vivió su abuelo.

Su bisabuelo fue uno de los primeros fotógrafos de la historia. También se llamaba J.J Kok y fue uno de los pioneros en experimentar con la luz cerca de 1830. Ella todavía guarda fotografías de aquellos tiempos y una especie de manual para fotógrafos escrito por él. Allí dice muchas cosas pero, sobre todo, habla sobre la importancia del momento en el que ocurre la fotografía: hay que tener seriedad, decía, porque ahora existía la posibilidad de hacer que alguien permaneciera. Decía, también, que era importante que cuando alguien fuera al estudio se sintiera cómodo.

Él era retratista. Su abuelo y su padre también lo fueron. La fotografía, en su familia, es una especie de herencia, de legado, una historia construida con el tiempo que llega hasta ella. Porque aunque alguna vez quiso alejarse, sintió la presión de tener que seguir la misma profesión de su familia, aunque se alejó y estudió Comunicación y se dedicó al marketing, hubo un momento en el que fue inevitable, irreversible.

Susette ya vivía en Uruguay. Había llegado al país por el trabajo de su esposo. Ya había vivido en Moscú, en Amsterdam, en Estados Unidos, en Singapur. Y fue acá, mientras hacía un taller con el fotógrafo mexicano Carlos Amerigo, que sintió que la fotografía podía ser, también para ella, un medio de expresión.

“Fue con él que yo entendí que con la fotografía podía transmitir no solo las emociones de los demás, sino también las mías. Y hay algo muy seductor, se genera una intimidad muy profunda con la persona a la que fotografías, y eso era algo que me atraía mucho”.

Empezó a utilizar la fotografía para mostrar algunas realidades. Hizo un trabajo sobre el nacimiento de niños prematuros en el Pereira Rossell, otro sobre salud mental en las colonias Etchepare y Santín Carlos Rossi, uno sobre violencia hacia las mujeres, un homenaje a la mujer con 75 retratos -su padre había hecho un trabajo similar con 75 trabajadores- y un proyecto sobre la explotación sexual infantil y adolescente.

Fue este último proyecto lo que hizo que sintiera la necesidad de alejarse, de conectarse con otra cosa. Por eso empezó a experimentar con barro: metió las manos en la tierra y fue como volver al origen.

***

Exposicion de Susette Kok
Exposicion Tesoro de Susette Kok, artista plastica holandesa, en el Museo Historico Cabildo de Montevideo,
Francisco Flores

Es una de las primeras lluvias de marzo. El agua cae con fuerza. En el Cabildo de Montevideo, en plena Ciudad Vieja, las gotas rebotan en el suelo del patio interno, dejan un eco, suenan a siesta de domingo en ciudad del interior.

Algo parecido sucede en una de las salas del museo, donde el pasado 10 de marzo Susette inauguró su exposición Schat. Tesoro, que explora el nacimiento, la vida, la muerte y la soledad a través de la fotografía, la cerámica y la instalación.

Todo empezó en una mudanza de su madre. Mientras movía cajas de una casa a otra en Francia, encontró una con cartas que su madre escribió durante años, luego de la muerte de su esposo, J.J Kok, en 2009. Se preguntó, entonces, sobre el duelo, sobre las formas en las que ella atravesó la ausencia física de su padre.

Tradujo del holandés una de esas cartas. Dice así: “Me siento sola. Hace dos años y medio que te fuiste, pero la tristeza sigue tan grande. Amorcito, a veces me siento tan sola y encima tengo que decidir si vuelvo a Holanda o sigo acá en Francia. ¡No lo sé! ¡Tengo miedo por lo que viene! A veces me acuesto y no hago nada y luego me siento muy culpable (¿pero ante quién?)”.

Hoy, en la sala del Cabildo, esa carta está inmortalizada en una hoja de porcelana, así como otras que no tradujo. Sobre las cartas, la imagen de una cama blanca y vacía. En el centro de la sala, una tela que tiene bordada infinitas veces la palabra “tesoro”. En holandés se traduce “schat”, y es un término que su madre utilizaba todo el tiempo para referirse a ella, incluso tanto que llegaba a ser una muletilla. Del lado de atrás, los hilos negros de sus bordados también son visibles. “Mi madre tiene alzhéimer y creo que así está un poco su cabeza en este momento: con momentos de claridad, pero también confusa”.

Hay, también, una foto que ella tomo de un niño naciendo y la última fotografía que le tomó a su padre. Hay muchos cuencos de barro rotos por la mitad.

Y hay, en una vitrina de vidrio, una foto que su padre tomó de su nacimiento, dos cigarrillos como los que él fumaba, algunas imágenes de la familia y una de la casa de Hilversum, en Holanda.

Es una vivienda de dos plantas, con ventanas amplias y cortinas. En una de ellas se ven, expuestas, algunas fotos: retratos de personas, de familias enteras, de mascotas. Allí vivió una familia de fotógrafos.

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