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Las redes sociales, las vacunas y la desinformación

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Redes sociales. Foto: Pixabay

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Desde Nigeria hasta Filipinas, pasando por Europa y Estados Unidos, en los últimos años ha crecido de forma sostenida la renuencia a vacunarse.

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Las dudas sobre la eficacia de las vacunasson tan antiguas como las vacunas mismas. Apenas Edward Jenner inventó la vacuna para la viruela en 1796, comenzaron a iniciarse los rumores sobre que pequeñas cabezas de vacas crecerían de los cuerpos de aquellos que recibieran la inoculación.

El problema no son las dudas. El problema es cuando las dudas tienen la capacidad de expandirse a tal punto que pueden poner en riesgo la salud de millones de personas.

El problema es la desinformación. La desinformación que circula exponencialmente, y a escala global, montada sobre redes y plataformas de mensajería.

En ningún otro país del mundo se usan más tiempo las redes sociales que en Filipinas. Los filipinos pasan más horas moviendo su dedo sobre la pantalla del teléfono para ver nuevas publicaciones más que cualquier otra persona en cualquier otra parte del mundo. En 2015, la mayoría de los filipinos (93%) creían que las vacunas eran útiles, seguras e importantes. El año pasado solo 32% seguía pensando lo mismo.

En 2017, el gobierno de Filipinas anunció la llegada de una vacuna contra el dengue, una enfermedad que mata a cientos de personas en ese país. Pero en noviembre, el creador de la vacuna advirtió que quienes se vacunasen podrían estar en riesgo de tener una cepa más agresiva del dengue, si nunca habían tenido la enfermedad.

Días después la noticia verdadera se transformó en un rumor falso sobre que decenas de niños habían muerto tras vacunarse. El rumor inundó las redes y al día de hoy miles de padres de niños filipinos creen que el caso ocurrió: 40% de los niños no recibieron las vacunas que debían para su edad.
La Organización Mundial de la Salud advirtió en diciembre del año pasado que la renuencia a la vacunación es una de las diez principales amenazas para la salud global.

En Uruguay, según la Usina de Percepción Ciudadana, el 44% de las personas no se darían la vacuna contra el COVID19.

Si uno analiza las edades y los niveles socieconómicos, existen algunas diferencias (los sectores medios y bajos son menos propensos a vacunarse y los adultos mayores lo son más) aunque me atrevería a decir que no son suficientemente significativas para explicar el fenómeno.
En América Latina las cifras son peores.

En Europa, el nivel de inmunización contra enfermedades potencialmente letales ha caído sustancialmente en los últimos años. El sarampión en ese continente está en niveles solo comparables con los registrados hace más de 20 años.

En 2003, los rumores sobre la vacuna de la polio explotaron en las redes sociales de Nigeria. Esto provocó boicots a la vacunación en algunas zonas del país. El resultado fue un crecimiento de los casos de polio de ese país entre 2002 y 2006.

Un estudio publicado en diciembre pasado por los cientistas políticos Steven Lloyd y Charles Wiysonge asegura que “en los países en los que las redes sociales son usadas para organizar acciones offline, la gente tiende a creer que las vacunas son inseguras”.

“Encontramos además evidencia de que las campañas online de desinformación están asociadas a una caída en la cobertura de las vacunas con el paso del tiempo y a un aumento en la visión negativa de las vacunas en las propias redes sociales”, aseguran.

Las redes sociales hacen fácil y accesible conectarse con otros, hablar con ellos, aprender de lo que saben. Pero también hacen muy sencillo esparcir información errónea a escala monumental. En una lógica en la que la información se mezcla con la opinión a tal punto que hace imposible separar ambas.

Es bueno que todos podamos hablar pero si lo hacemos todos al mismo tiempo el ruido es tal que se hace imposible escuchar. Y cuando lo que hay es ruido, la que pierde es la verdad.

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