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Morató: los secretos de un castillo escondido en Paysandú

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El Castillo Morató, en Paysandú.

HISTORIAS

Declarado Patrimonio Histórico Nacional, fue construido en tierras que fueron de Fructuoso Rivera y aún pertenece a la familia Morató.

Este establecimiento fue, también, uno de los principales abastecedores del frigorífico Anglo y aquí funcionó uno de los primeros tambos industriales del país. Por aquí pasó Aparicio Saravia, con sus hombres, durante la revolución de 1904 y escribió, en uno de sus diarios: “Pasamos por un lugar cercano al Queguay y vimos el magnífico castillo de Barreto”.

La celebración del patrimonio

La ceremonia para conmemorar la designación como Monumento Histórico Nacional se realizó en un galpón: una estructura enorme construida en 1904 de paredes anchas hechas de material, techos de madera, pisos de piedras y repleta de fardos, que no ha sido modificada desde entonces. Ese era el sitio que se utilizaba para esquilar con máquinas a vapor, métodos modernos que permitían minimizar el tiempo de las tareas en el campo.

Fue, justamente, alrededor de ese trabajo que en 1933 se creó, a 25 kilómetros del lugar, un pueblo con el nombre de la familia: se trata de pueblo Morató, en el que hoy viven, más o menos 400 personas.

Alfredo Morató guiando una visita por el castillo
Alfredo Morató guiando una visita por el castillo. Foto: S. Gago

Una de ellas es Mabel Moreira que, el día de la ceremonia, después de que la subsecretaria de Cultura, Ana Ribeiro, agradeciera a los vecinos del pueblo por estar allí, aplaudió con fuerza y con los ojos llenos de lágrimas.

Sus padres, cuenta, llegaron desde Flores para trabajar en el establecimiento y gracias a eso pudieron comprarse una casa en Morató. Ella nació en el pueblo. Y dice esto: “Tenemos escuela y policlínica, estamos trabajando en un camino de la lana, las mujeres del pueblo hacen artesanías para vender a los turistas, y ahora tenemos un tango bar. Todo el pueblo creció alrededor de este establecimiento”.

El recorrido

Hay una leyenda que dice que una noche en la que no había luna, una persona de la familia Morató que tenía dolor de cabeza salió de la casa, se sentó en el frente para sentir el aire, respiró y de pronto, la puerta del castillo, a sus espaldas, se cerró sola.

Allí, en esa misma puerta de madera gris llena de ornamentos, empezó el recorrido por el castillo que Alfredo Morató, uno de los hermanos, denominó como un “viaje en el tiempo”.

Del otro lado de esa puerta está el patio de servicio, que imita a un palacio de Florencia, en la toscana italiana: un lugar de paredes grises despintadas alrededor del que se disponen puertas que dan a las habitaciones. Tiene un aljibe y un depósito de agua dulce que es el que alimenta los baños y la cocina, a los que nunca se les cambiaron las cañerías desde su construcción. Tanto esas puertas como la fachada - hecha con un cemento importado de Alemania, al igual que todo el castillo, que fue fabricado con materiales de Europa- son de 1904. Todo, allí, se mantiene en una especie de paradoja: está desgarbado por el paso del tiempo y sin embargo se mantiene intacto.

Hay, también, una escalera angosta de escalones grises que sube a los cuartos del servicio. Uno de ellos está montado exactamente igual a como estuvo desde el comienzo: es frío, tiene las paredes rojas y el piso de baldosas anaranjadas, una cama de hierro de una plaza, una mesa de luz de madera, cuatro ventanas que son rectángulos enrejados y pequeños, un cuadro con la imagen de Jesús y una foto de la familia, tomada en 1908.

Un cuarto de servicio del Castillo Morató
Un cuarto de servicio del Castillo Morató. Foto: S. Gago

El patio principal del castillo, que está inspirado en la arquitectura romana del siglo I, es un espacio amplio que tiene una fuente, sobre el que giran todas las habitaciones que eran utilizadas por la familia y en las que aún hoy se hospedan. Está rodeado de unas columnas macizas que sostienen la estructura. Allí, una siente que está en otro espacio: en uno que no se parece en nada a los lugares rurales del Uruguay, en uno que no se parece en nada a este tiempo.

La cocina, por su parte, tiene unos azulejos blancos y un fogón a leña herrumbrado con dos ollas, una para hacer dulce de leche y otra para hacer guisos, una mesa larga de madera con un florero en el centro y dos bancos, también largos, a sus costados.

Todavía no se puede conocer otras partes del castillo. Primero porque se trata de la propiedad de una familia. Y también porque hay partes que tienen que ser reparadas.

La cocina del Castillo Morató
La cocina del Castillo Morató. Foto: S. Gago

En la zona trasera del castillo, luego de atravesarlo completo, está el escudo de la familia Barreto y hay, también, un jardín de empedrado portugués que se inspira en las culturas árabes de España y Portugal, con piedras blancas, azules y rojas (los colores de Artigas), construido por Ovidio Morató.

Después de 45 minutos de caminar por el lugar, todo terminó con un asado en el galpón de esquila, entre brindis y copas de vino.

Tras conocer el Castillo Morató por dentro, cuando una camina y se aleja de él y lo ve rodeado de todo ese campo que parece no tener horizonte ni final, incrustado en el medio de la nada, tiene la sensación de que aquel es un lugar sin tiempo: un lugar que contiene toda nuestra historia.

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