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Cómo llegó la placa de Numa Turcatti al memorial en el Valle de las Lágrimas: la historia de Gabriel

Hasta diciembre de 2022, 50 años después del accidente, no había, en el memorial, algo que homenajeara o recordara a Numa.

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Gabriel Turcatti en el memorial de los Andes.
Foto: gentileza Gabriel Turcatti.

La noche en la montaña caía con una profundidad difícil de explicar. Todo lo que estaba pasando, y lo que pasaría al otro día, es difícil de explicar. Las 30 personas que participaban de la expedición al lugar donde se cayó el avión de los uruguayos en la Cordillera de los Andes, en 1972, no se conocían.

Estaban sentadas en ronda en una carpa en el campamento El Barroso, la noche previa a hacer la segunda parte del trekking por la montaña. Entonces empezaron a contar, uno a uno, los motivos por los que estaban allí: para cumplir una promesa, para honrar a alguien, para pedir algo. Cuando llegó su turno, casi al final, Gabriel dijo, más o menos, esto: “Yo estoy acá porque tengo una misión”. Era enero de 2023. Todavía no se había estrenado la película La sociedad de la nieve, deJ.A Bayona. Todavía no se hablaba con tanto ímpetu sobre los uruguayos que vivieron 72 días en medio de la cordillera. Ni de los que murieron allí.

Pero esta historia no empieza en la montaña. Empieza, tal vez, mucho tiempo antes.

Gabriel - 45 años, montevideano, químico farmacéutico- tenía 17 o 18, no lo recuerda, la primera vez que pensó en el accidente del avión en la Cordillera de los Andes. Fue curiosidad, dice. Para conocer más sobre la historia leyó el libro Viven, de Piers Paul Read. Y entonces, mientras leía, encontró que uno de los pasajeros del avión tenía su mismo apellido: Numa Turcatti.

A Gabriel Turcatti nunca le habían mencionado que un primo hermano de su padrehabía muerto en la montaña. Él preguntó y su familia apenas le respondió. Después, no se volvió a hablar del tema.

“Antes esta era una historia un poco tabú en general, y para mi familia también lo era. Nadie hablaba del tema. Después, sacando conclusiones que no pude verificar, entendí que era un tema muy doloroso para mi abuela y por eso se había mantenido en silencio, por eso nunca se hablaba”.

Durante muchos años Gabriel no volvió a pensar en eso. Pero un día, no sabe cómo, no entiende por qué, hubo algo en él que se despertó. Ya no era curiosidad. Era algo más parecido a una necesidad: quería saber quién había sido Numa, más allá de los cuentos de la infancia que le había contado su padre.

Empezó a buscar, escribía en Google Numa Turcatti y leía todo lo que le aparecía, guardaba información, pensaba en su familia. Fue en medio de esa búsqueda que, un día, de la nada, sintió que tenía que ir al lugar donde cayó el avión. Al tiempo, algoritmo de por medio, le apareció una publicación de la agencia INTI Aventura, uruguaya, que decía: Trekking al avión de los Andes en enero.

No lo dudó y se anotó. Lo que siguieron fueron algunos meses de preparación física y entrenamiento y una llamada a uno de sus primos, Agustín. Su madre le había comentado que él también haría el trekking al avión con una empresa argentina, pero un mes antes, en diciembre.

Cuando le preguntó por qué había decidido hacerlo, Agustín le dijo que había sentido como una necesidad. Cuando volvió, Gabriel lo llamó para preguntarle por la experiencia y terminaron hablando de Numa. Agustín le contó que había buscado por todas partes, pero que no había, en el memorial en el Valle de las Lágrimas, nada que lo recordara, que lo homenajeara.

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Placa de Numa Turcatti.
Foto: gentileza Gabriel Turcatti.

Entonces Gabriel entendió un poco más: tal vez, tenía que ir a la montaña para homenajear a Numa. Para que quedara, allí, constancia de que había sido parte del vuelo 571 del Fairchild FH-227D, de que había sido importante para el grupo, de que había resistido hasta el final.

“Yo estoy convencido de que mi primo fue antes a la montaña para ver que no había nada que recordara a Numa y que después, sabiendo eso, mi misión era llevar esa placa y que quedara para siempre su recuerdo”.

Le pidió permiso a Eduardo, uno de los hermanos de Numa, y mandó a hacer una placa de acero inoxidable que contuviera la frase que más le había impactado cuando conoció más sobre él: “No hay amor más grande que dar la vida por los amigos”. Eso decía un papel que Numa había escrito en la montaña. Llegó a vivir 59 días allí, entre el frío y la soledad. Murió el 11 de diciembre.

Aquella noche de enero de 2023, rodeado por 29 desconocidos que caminarían con él hacia el Valle de las Lágrimas, Gabriel contó esta misma historia. Y, entre todos, hicieron un pacto: llegarían caminando hacia un lugar inhóspito, a 3.570 metros de altura, para homenajear a Numa. Escribieron la frase en una bandera junto al nombre de todos ellos y lloraron abrazados, como si se conocieran desde siempre.

Al otro día, después de pasar la parte más dura del trekking, la más empinada, cuando el aire ya empezaba a escasear y el cansancio era peor que nunca, vino un terreno llano y, enseguida, la última subida hacia el memorial. Mientras estaban ahí, a punto de llegar, sin decirse nada, todos empezaron a llorar.

Ya en el memorial, hicieron una ronda. Gabriel buscó la piedra más grande y pegó la placa. Dice que lo que pasa en la montaña, en ese lugar, no se puede contar con ninguna palabra. Como si no alcanzara el lenguaje para describir la inmensidad, la profundidad, el sonido del viento, la naturaleza indomable y toda esa belleza. Dice que ese día, ahí, homenajeando a Numa, hubo una especie de comunión entre toda la gente del grupo, que siguen siendo amigos un año después. Dice que todavía no sabe cómo sucedió: qué fue lo que pasó el día que, de la nada,pensó en Numa y quiso ir a encontrarlo.

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