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Los adultos mayores llegan decididos a tatuarse y con una razón sentimental

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Adulto mayor se tatúa el nombre de su hija fallecida. Foto: Darwin Borrelli

MARCAS EN LA TERCERA EDAD

Lo más pedido entre los abuelos son frases, nombres y retratos de hijos, nietos o parejas.

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El cuerpo de Graciela Serrano está repleto de dibujos y todos tienen motivos artísticos. En sus brazos y piernas hay obras de Rafael Barradas, Joan Miró, Picasso, Torres García, Dalí y Kandinsky. Sus más de 37 tatuajes -ya perdió la cuenta- incluyen un retrato de la pintora Frida Kahlo, el nombre de sus dos hijos y el diseño de una máscara que estos le trajeron de Venecia.

Graciela cursa quinto año de Bellas Artes y nunca había pensado en tatuarse, pero tras separarse de su marido esa idea empezó a revolotear y se hizo cada vez más potente. Tenía 60 años y le llevó 24 meses concretar su deseo: quería encontrar un local y un profesional serios. Llegó a Atípiko Tattoo de pura casualidad. Vio a un muchacho con unos “tatuajes impresionantes” en el supermercado y lo abordó: “¿Dónde te tatuaste?”, quiso saber Graciela. Acto seguido, el hombre sacó una tarjeta de Atípiko de su billetera.

Se hizo tres al hilo el 20 de diciembre de 2014. Eligió tres diseños con gran significado: dos obras de Picasso -La paloma de la paz y de la libertad- y las máscaras del teatro -comedia y tragedia-. “Todos están en lugares donde me los puedo ver y disfrutar”, dijo Graciela Serrano a El País. Y agregó que se volvió adicta a los tatuajes: “Salís y estás pensando en el próximo”.

El de Graciela es un caso excepcional, ya que el vicio del tatuaje no está instalado entre los abuelos uruguayos. Ellos buscan hacerse algo puntual, pero no es frecuente que vuelvan por otro. Eligen diseños ligados a la familia, los vínculos o a una pasión. Los típicos pedidos son el nombre de los hijos o nietos, frases, retratos de un ser querido que ya no está, escudos del cuadro de sus amores y objetos simbólicos -por ejemplo, anillos, cadenas o manos-.

Dalí, Picasso y Frida en las piernas de Graciela. Foto: El País
Dalí, Picasso y Frida en las piernas de Graciela. Foto: El País

“La razón del tatuaje de alguien mayor de 60 años suele ser sentimental y no estética. Tienen cosas arraigadas en el corazón y las quieren ver reflejadas en la piel”, dijo el tatuador Nacho Debia.

Adrián Llanes, de Black Phillip Tattoo, adhiere a esta teoría y opinó que los veteranos le dan el valor e importancia que debe tener un tatuaje. Aunque, en general, se hacen diseños simples, pequeños, y minimalistas, “tienen mucha carga emocional”.

Por amor.

Milton Spinelli es octogenario y llegó al local de Nacho Debia diciendo que quería hacerse el retrato de su difunta esposa en la frente. Convencerlo de que el sitio elegido no era el más aconsejable desde el punto de vista estético llevó varios días. “¿Cómo te lo vas a hacer ahí? Es una cartelera”, le repetía un íntimo amigo. Y, tras reiteradas charlas, logró que cambiara de parecer y se tatuara a su amada Clides en la muñeca.

A Milton no se le ocurría marcar su piel con un dibujo, incluso le parecía “espantoso” ver cuerpos enteros tatuados, pero un encuentro fugaz cambió esa perspectiva. Se cruzó a Luis Alberto Mulnedharer -más conocido como el “Colorado” de Omar Gutiérrez- cuatro semanas atrás y, al ver lo perfecto que había quedado el rostro del comunicador en su brazo, decidió que él también quería llevar a Clides en su cuerpo.

Milton Spinelli se tatuó el rostro de su esposa en su muñeca. Foto: El País
Milton Spinelli lleva a su esposa en la muñeca. Foto: El País.

“Si no hubiese visto al Colorado en Punta Carretas Shopping ni se me pasaba por la cabeza tatuarme”, explicó Milton. Al día siguiente estaba golpeando la puerta de la galería ubicada en 18 de Julio y Vázquez para pedirle a Nacho Debia un trabajo similar al que había hecho con el Colorado.

“Si me baño no se borra, ¿no?”, quiso saber antes de irse. Eso y si duele mucho son las dudas más frecuentes entre los adultos mayores. También hay quienes piden que se los asesore acerca del sitio donde podría lucir mejor su futuro tatuaje.

Milton volvió al local de Debia el viernes de esa misma semana, un día antes de cumplir 43 años de casado con Clides. Lo hizo acompañado por un amigo y, en una hora, su difunta esposa estaba en su muñeca. “Llevé tres fotos y cuidé que estuviera tal cual era ella: siempre sonriente. Elegimos una entre Nacho (Debia) y yo. Quedé muy conforme. Está perfecta y ahora la llevo en mi cuerpo”, contó.

Tanto le gustó que llamó a su tatuador para comunicarle que pronto irá por el retrato de su mamá. Y será el último que se haga.

En el debe.

Martín Serrats, tatuador de Atipiko, relató que varios veteranos llegan al local buscando estar a tono con las nuevas generaciones o para mostrárselo a su hijos y nietos. Otros le cuentan que no quieren irse de este mundo sin llevarse un tatuaje.

“El 90% de las personas me cuenta que siempre había querido hacerse uno pero no se animaba”, dijo Adrián Llanes. Hace poco lo visitó una viuda de 70 años y, mientras le hacía una rosa, le contó que tatuarse era su asignatura pendiente. Lo postergó porque a su marido no le gustaba y cuando él falleció se decidió a cumplirlo.

Hijos que sobreviven en la piel de sus padres
Tatuador uruguayo. Foto: El País

Cuando Oscar Vivanco vio el rostro de Betti en el brazo de su hijo Eduardo supo que su hija fallecida a los 40 años merecía un tributo semejante. “¿Te dolió”, preguntó intrigado al ver la exactitud con que había sido replicada Betti. “No te duele nada, ¿querés hacerte uno?”, lo incentivó Eduardo. “Tomé la decisión enseguida. No quería perder el tiempo”, aseguró Oscar. Eduardo se dispuso rápidamente a averiguar si su padre podía tatuarse por cuestiones de edad -tiene 75 años-. Nacho Debia le confirmó que no había contraindicaciones y le arregló un turno cinco meses atrás.

“Fui solo una tarde. Estaba un poco asustado por las agujas pero no sentí nada”, comentó Oscar, aunque aclaró que el miedo no le permitió emitir una palabra mientras era tatuado.

“Puse el brazo y dije, ‘que sea lo que Dios quiera’. Nunca pensé que podía quedar tan perfecta. No le encuentro un solo defecto. Es la cara de ella. Hasta de lentes me la hizo”, relató emocionado.

Oscar desea que este tatuaje dure para siempre pero “no sé cómo será”. Y pensó: “Si llego a vivir cinco años más de repente está más arrugado”.

Nunca había pensado tatuarse, “menos a mi edad”, y no tiene previsto hacerse otro, aunque si alguien quisiera regalárselo elegiría el escudo de Peñarol.

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