MATÍAS CASTRO
Cuando tuve oportunidad de entrevistar a Liza Minelli no pude evitar preguntarle sobre su paso por el programa de Susana Giménez. Un año antes, de visita en Argentina, había pasado por su programa. Luego de cantar se lanzó a llorar, notoriamente emocionada. Ese momento me sorprendió por dos cosas. Por un lado veía ese extraño gesto de fragilidad en una especie de leyenda del mundo del espectáculo. Y por otro veía que esa misma leyenda se ponía (al menos a mí me pareció), en el mismo grado de divismo, o incluso por debajo, que Susana. Y Susana actuaba de acuerdo a eso, como una anfitriona que la cobijaba en el momento del llanto en cámaras. Liza Minelli me respondió que había llorado por la emoción, que era una reacción normal en ella.
Como sea, Susana Giménez hablaba de igual a igual con una figura histórica y de fama mundial. Eso me sorprendió, aunque a muchos les parezca extraño que lo haga recién a esta altura. De alguna manera fue la misma sensación que me dio al leer que el cirujano plástico de Susana operará a Mickey Rourke, un hombre que de cirugías plásticas sabe mucho.
En estos días del regreso de Tinelli a la televisión, todos hablan del inminente regreso de Susana con su programa. Ella es la única figura que puede pesar tanto como el conductor. Puede ser que en el futuro aparezcan otros programas que le disputen el rating, pero como figura, Susana es la única en su tipo. Ella disimula muy bien la conciencia que tiene sobre su lugar en la televisión. Incluso cuando le dice "Mi amor" a Liza Minelli, como a cualquier otro de sus invitados. Incluso cuando su cirujano plástico atiende a una figura del cine. Pero hay que poner todo en su justo término, porque según un diario chileno es el mismo médico que ha operado a Osvaldo Laport.