Podríamos y la nieve, una obra sobre cómo amar (o separarse) a los treinta

Entonces él agarra una guitarra, se para detrás de un micrófono y dice: yo sí me quiero casar y quiero tener hijos, yo sí creo en el amor, yo sí quiero hablarles de amor. Y cierra los ojos y hace sonar la guitarra y repite unas líneas que hablan de muchas cosas, pero, sobre todo, hablan de la fe (o de algo que se le parece): de una forma de vincularse que se sobrepone a los problemas y dice dale, sigamos juntos, pasemos esto juntos.

La sala está oscura. Un cuadrado formado en el piso por luces blancas soporta todo el peso de la escena. Hay, en el escenario, otro cuadrado idéntico, en el que sucede la acción: una pareja (interpretada por Gabriel Pereira y Sofía Rivero) en sus treintas enfrenta una crisis en la que se cuestiona la relación, pero también las formas, las creencias, los propósitos, las diferencias, la manera de vincularse, de estar (y de dejar de estar) con una persona.

Podríamos y la nieve, escrita y dirigida por Melanie Catan, habla de lo que todas las personas que estamos pisando los treintas hablamos: ¿cómo nos vinculamos? ¿qué tenemos que romper? ¿es necesario romperse? ¿tenemos que irnos de viaje para encontrarnos? ¿qué mostramos? ¿cómo nos vamos de la vida de otra persona?

“Hay algo de eso: qué esperabas vos de mí, qué esperaba yo de vos, cómo nos encontramos, cómo nos separamos. Es muy difícil hablar del amor, porque en definitiva es un tema que está en todos lados. Yo traté de bajarlo hacia ese lugar: qué espera uno con respecto al otro, qué expectativas ponemos en la otra persona. Quería que fuera una historia muy cotidiana, algo que le pudiera pasar a cualquier persona”, dice Melanie, que es actriz egresada de la Escuela Multidisciplinaria de Arte Dramático, licenciada en Comunicación audiovisual y Magíster en Estudios teatrales por la UAB-IT, de Barcelona.

En eso estaba, desarmando su casa en Montevideo para mudarse a estudiar a Barcelona, cuando se encontró con el libro Doce cuentos peregrinos, deGabriel García Márquez, y, sin saber muy bien por qué, decidió llevárselo. En eso estaba, Melanie, cuando releyó el libro y se encontró con un cuento que ya conocía: El rastro de tu sangre en la nieve. Y supo que ahí, en la historia de Nena y Billy, había algo de lo que ella quería decir con los textos que venía escribiendo, aún sin saber que serían, finalmente, una obra de teatro.

Nena y Billy están recién casados y viajan en una ruta desde Madrid hacia París. En ese viaje, ella se pincha un dedo pero no le da importancia, abre la ventanilla y deja que su sangre caiga sobre todo el trayecto de la ruta, llena de nieve. Cuando llegan a París, Nena está débil, perdió mucha sangre, y es ingresada al hospital. El mismo día en que hay una nevada grande que borra cualquier huella, Nena muere sin que Billy pueda verla.

Había algo en esa historia, dice Melanie, que la atravesaba: el rastro de la sangre en la nieve podría ser, también, el rastro que una persona deja en la vida de la otra: todo se construye por encima de esa huella, sobre esa huella, con esa huella. “Yo no quería escribir una historia de amor. Yo quería hablar sobre esas relaciones que van más allá. Venía pensando mucho en eso, en las relaciones hoy, en cómo nos vinculamos desde la virtualidad, en qué decidimos mostrar y qué no en las redes sociales. Después de la pandemia empecé a notar que había algo de tener que salir, de tener que encontrar a persona ideal, algo como de no perder el tiempo. Pero ¿qué pasa si tenés 30 y no has encontrado a esa persona? ¿si tenés 30 y no has sido madre? ¿si tenés 30 y estás soltera?”.

Podríamos y la nieve, que va hoy y el próximo miércoles a las 20:30 en El Galpón, no es exactamente una historia de amor. Es, en todo caso, un pequeño relato, sencillo y profundo, de cómo crecemos, de cómo nos relacionamos, de cómo es, hoy, estar en el mundo y estar de a dos.