Comenzó a actuar a los 11 años, tuvo el primer beso de su vida frente a cámaras (con Nicolás Scarpino en la telenovela Nano) y ha sido tanto heroína como villana en cine, teatro y televisión. Hoy, con 45 años, la argentina Mercedes Funes es una de esas actrices a las que cuesta encasillar.
Puede transformarse en Tita Merello en Yo soy así, Tita de Buenos Aires, donde también se animó a interpretar las canciones, como en la frágil Alicia Ferreyra de Tierra de amor y venganza, la villana Luz Inchausti de Casi ángeles o Soledad González, esa mujer atrapada en un matrimonio sin amor que encarnó para El primero de nosotros, rol por el que ganó el Martín Fierro en 2023 a mejor actriz de ficción.
El año pasado estuvo en Montevideo junto a Nicolás Cabré y Carlos Portaluppi con la comedia Me duele una mujer, donde interpretó a las distintas mujeres que aconsejan y atormentan al protagonista.
Este sábado y domingo, Funes regresa a Uruguay con la comedia El beso -entradas por RedTickets desde 1.310 pesos y beneficios con Club El País- donde comparte elenco con Jorgelina Aruzzi, Luciano Castro y Luciano Cáceres, a quienes llama sus amigos y con quienes ha trabajado varias veces antes.
Funes atiende a El País desde su casa y pide disculpas por el ruido: hay gente haciendo arreglos. Eso se debe a que volvió de Mar del Plata, donde estuvo más de dos meses con la obra que ahora trae al Teatro Metro.
Cuenta que es El beso, escrita y dirigida por Nelson Valente, y que se centra en dos parejas que no se encuentran en su mejor momento, pero se reúnen para celebrar año nuevo. En medio de la noche, uno de los hombres (Castro) dice estar liberado como para decir todo lo que piensa. Eso le da seguridad al otro (Cáceres) para besarlo porque es lo que tenía reprimido.
“Lo que termina pasando es un delirio, no hay otra palabra para definirlo”, dice entre risas.
Funes, quien ha trabajado en ficciones como Floricienta, Aliados o Esperanza mía, es muy metódica. Suele tener anotado todo lo que le ocurre a su personaje.
“No encuentro otra manera”, dice. “Es una forma de poner redes para mí y mi trabajo. Hay gente a la que le gusta ir a ciegas en la vida, yo soy muy capricorniana, estructurada y necesito tener todos los espacios seguros para trabajar y poder fluir. El vértigo no es para mí, ni la irresponsabilidad. Hay gente que desde ese lugar, desde el caos se vuelve más creativa, para mí es todo lo contrario”, dice.
—¿Qué te atrae cuando te dan un guion o buscas una obra?
—Lo que me atrae de un proyecto es no tenerle miedo a los límites. Si tengo que hacer un personaje que se siente ridícula, fea o acomplejada como Alicia (de ATAV), quiero ir hasta el fondo. A veces el mayor freno es uno mismo, tus miedos, inseguridades, el qué pensarán o el “mirá si no me sale bien”. En ningún momento quiero que esos pensamientos se crucen, y la clave está en disfrutar.
—Sos camaleónica, podés hacer de villana, de indefensa o de una mujer como Tita Merello. ¿Hay alguna fórmula para lograrlo?
—No sé si camaleónica porque todas las personas tenemos distintas aristas. Creo que tiene que ver con una búsqueda de la verdad, aunque haga lo más ridículo como caminar con una zanahoria en la cabeza, que es un ejercicio actoral. Si lo hacés convencida, es verdad. Lo peor que puede pasar es que no guste.
—¿Ese nivel de despreocupación cuesta aprenderlo?
—Obviamente. Tengo 45 y empecé con 11 años. Te puedo asegurar que a cada casting que iba, volvía llorando y me quedaba así una semana. O si me salía mal una escena, me quedaba traumada un mes. Son procesos, es aprendizaje, hay que dejar que las cosas decanten: no hay una receta o fórmula mágica. Me acuerdo que una vez Graciela Dufau me dijo, cuando hubo un error técnico en una obra: “es tan solo una obra de teatro”, como diciendo “tranquila, no es tan grave”.
—¿Y has seguido ese consejo?
—Sí. Cuando me llamaron para Alicia en ATAV, hacía mucho que venía haciendo teatro pero no un personaje de ficción con continuidad, ni con este nivel de complejidad. Casi que por instinto me propuse: “solo me va a importar divertirme”. No me pienso preocupar por si está bien, mal, gusta o no. Quiero divertirme y volver feliz a mi casa diciendo qué bien la pasé.
—¿Se logró?
—Sí. Hay gente que funciona desde el conflicto; viene el director y te reta, te sentís mal y desde ese malestar hacés la mejor escena. Todos hemos escuchado esa anécdota de algún actor. Yo no puedo, me voy a casa pensando que no sirvo para nada. Ahora, si me das una sonrisa y un poco de dulzura, me abro. Son maneras de funcionar que aprendí con los años, como todos.
—Has hecho varias veces de mala. ¿Cuál es el secreto para hacer una buena villana?
—Es entender que tienen un dolor muy grande adentro. También que no son emocionalmente inteligentes para poder administrarlo. No es querer hacerse la mala sino sentirte la más buena de todas y la más ofendida porque nadie te comprende.
—La gente se vuelve fanática de algunas series, ¿ha pasado que te griten o recriminen en la calle?
—No. La gente que se me acerca, siendo la más mala de las malas, lo hacen con una sonrisa. Me dice: “¡ah, qué mala que sos!”, pero con una sonrisa cómplice. No me han insultado, al menos no me he encontrado con nadie enojado conmigo.