“Estamos sin dormir, mañana trabajamos, pero vamos a llegar por el conjunto”: ese tipo de mensajes recibe Gastón Sosa cada madrugada. Se lo envían los hinchas de Zíngaros, mientras se esfuerzan por llegar a tiempo con las 2500 banderas que prometieron tener prontas antes del 4 de febrero, para inundar el Teatro de Verano de magia gitana en el aniversario número 30 del conjunto de Ariel “Pinocho” Sosa.
Al director de Zíngaros ya no le asombra la pasión que despierta el grupo, pero se le infla el pecho al recibir tanto amor. Y agradece que la hinchada siga al pie de la letra la consigna de su padre, Pinocho Sosa, que irradiaba intensidad y entusiasmo por la fiesta popular y sus gitanos.
“Uno de mis grandes orgullos es que la hinchada siga sintiendo ese fervor por el conjunto, a pesar de la ausencia de mi padre”, comenta a El País el heredero del proyecto por el que Pinocho dejó la vida.
Son el conjunto más popular del Carnaval —hace 23 años que actúan a Teatro de Verano lleno— y Gastón está convencido de que todo es mérito de su padre: “Logró transmitir esa pasión por el Carnaval y ese amor a la camiseta”, dice.
Y recuerda que siempre le marcaba que la gente era todo y había que respetarla: “Así hubiera 50 o mil personas había que entregarse al 100. Si no lo hacías, se enojaba mucho”.

Gastón “Rusito” González, figura de Zíngaros, opina que esa identidad que construyó Pinocho es un fenómeno a estudiar: “La hinchada es familia y hacen un esfuerzo enorme, desde ir a un ensayo, llevar una torta para rifar o tener una empresa y decir: qué necesitan. Soy un enamorado de esta hinchada”.
El hijo de Pinocho coincide: esta hinchada es su familia, lo vio crecer y lo hace sentir un niño mimado. “Ven en mí a mi padre y me abrazan, me cuidan y me hacen saber que están ahí”, dice el que se considera un hincha rabioso más.
Y asegura que esa barra se prepara para ir al Collazo como el fanático que asiste al clásico y dice: “Hoy tengo que cantar más que nunca”. Por todo ese amor que le regalan, confiesa: “Mientras tenga posibilidades voy a estar ahí, entregándome por esa gente a la que tanto le debo”.
A continuación, tres historias de hinchas de Zíngaros que, como Pinocho, aman esta fiesta popular, pero sobre todo a los gitanos, y dan la vida por este conjunto.
Presión por las nubes por los gitanos

Martín Sosa dice ser un “enfermito” de Zíngaros. Se levanta y se acuesta pensando en estos parodistas. No habla de otra cosa con sus compañeros y jefes. Todos sus amigos son hinchas de Zíngaros y con ellos se reúne para hacer banderas, llevar globos, gorros, vestimenta a tono y repartir luces con el único propósito de que el Teatro de Verano sea una fiesta gitana cuando se abra el telón y aparezca el conjunto.
“Me sacó de los peores momentos de mi vida. Cuando se murió gente muy cercana, me salvaron los Zíngaros”, cuenta a El País.
No se pierde una noche de Teatro de Verano ni de tablado: llegó a perseguir en moto al ómnibus del conjunto. Las previas al Ramón Collazo las vive con un nerviosismo del que Pinocho estaría orgulloso: “Soy hipertenso y paso todo el día con la presión alta, pero cuando se abre el telón y los veo, me siento bien”, dice.
Conoció a Pinocho, lo ama con el alma, dice que sigue vivo en sus corazones, y confiesa que lo sorprendió la forma en que su hijo se puso el proyecto al hombro: “Pinocho es el uno pero Gastón estuvo a la altura y es 10 mil veces mejor de lo que pensaba. Seguimos gracias a él”.
“No hay palabras, cada vez somos más grandes. Quiero que esta bandera esté en todos lados. Gracias por demostrar cada año que esta pasión no tiene cura”, dijo Gastón Sosa el 8 de noviembre de 2024, cuando Rodrigo Martínez le entregó esa bandera inmensa con el logo del conjunto, la inscripción “Hinchada gitana, los Zíngaros noma’” y las figuras de Panchito Araújo y Pinocho Sosa al costado.
La escena sucedió en una de las fiestas gitanas que el director del conjunto organiza para encontrarse con los fanáticos y fue celebrada por todos esa noche en el Centro de Protección de Choferes.
La iniciativa partió de Rodrigo, la transmitió al resto de la hinchada y se coparon con hacerla entre todos: “Es un mimo para el conjunto. Donde esté la bandera estará la gente que no puede ir, los que están arriba, en el exterior. No tiene nombre ni apellido, es para todos”, cuenta el propulsor.

El plan es llevarla a cada tablado, festival, Teatro de Verano y que conjunto la traslade en su ómnibus. No tiene dueño, aclara Rodrigo: la idea es que cada hincha la tenga un tiempito.
Zíngaros tiene un color que lo identifica todos los años (en 2025 es el violeta) pero eligieron hacer la bandera en blanco y negro para que dure por siempre, ya que el propósito es tener más cerca a Pinocho, Panchito y otros compañeros que ya no están.
Zíngaros, la mejor terapia

Rodrigo Domínguez debe su pasión por Zíngaros a su amigo Martín Sosa, que seis años atrás le contó del lindo ambiente que había en la hinchada gitana, lo animó a arrimarse y en un abrir y cerrar de ojos, se enamoró de estos parodistas. Está convencido de que la de Zíngaros es la tercera hinchada del país, detrás de las de Peñarol y Nacional.
“Es un fenómeno popular que excede un montón de cosas. Es mágico, la mejor terapia, no lo podés explicar con palabras, lo tenés que sentir y vivir”, afirma el que ha dejado de ir a cumpleaños familiares por reunirse con sus hinchas amigos. E invita a los que observan este fenómeno desde afuera a acercarse: “Será un antes y un después, y se van a terminar haciendo hinchas”, promete.
Es el ideólogo de la inmensa bandera que tiene a Panchito y Pinocho y cuenta que el objetivo era sentir a estas dos leyendas un poco más cerca. Tiene gorros y remeras de Zíngaros porque, según dice, usar la indumentaria es la forma de “tener un pedacito del conjunto con uno”.
Hinchada gitana, la familia que se elige

Cuando era niña, Valeria Miranda gritaba por Pincho Sosa en la época dorada de Karibe con K, y en 2004, empezó a seguir a Zíngaros gracias al zapping. Primero descubrió a Aldo Martínez, disfrazado de payaso y con peluca fucsia, y cuando la cámara enfocó a Pinocho, se enamoró de ese espectáculo que le valió una de las 11 copas a los gitanos.
El año pasado desfiló embarazada y este Carnaval 2025 llevó a su hijo de cinco meses a todos los ensayos. Cuando le pone la presentación 2025 del conjunto, dice, el bebé mueve las manos y festeja. “Le transmití el amor desde la panza”, afirma la que se tatuó el logo de Zíngaros, la firma de Pinocho e incluso gitana.
No se pierde un ensayo y se pide libre el día después de la noche de fallos para quedarse hasta que las velas arden en el club. Los hinchas de Zíngaros, esos con los que se junta hasta la madrugada a hacer banderas y planificar bienvenidas en el Teatro de Verano, son su familia: “Son las tías y tíos de mi hijo”, dice la que arrastró a todos sus parientes en esta locura.

Y cita a Pinocho: “Somos la familia que elegimos y por eso es tan grande y fuerte esta hinchada”. En las peores, asegura, las veces que les tocó quedar afuera de la Liguilla o perder el primer premio, empujan más que en las buenas.
Conoció a Pinocho gracias a su padre: la llevó de sorpresa a un evento de baby fútbol sabiendo que actuarían los Zíngaros y casi infarta cuando tuvo a su ídolo al lado. Forjaron una amistad y él estuvo pendiente cuando ella se quedó sin trabajo: “Me mandaba mensajes a diario para que no me bajoneara”, cuenta.
“Estuve cerca suyo cuando se enfermó, y tres meses después, la misma enfermedad se llevó a mi padre”, dice segura de que, donde quiera que esté, Pinocho se golpeará el pecho al ver cómo su hijo Gastón sigue su legado para que nunca haya final.
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