Este viernes, Netflix estrena Las maldiciones, una miniserie en tres actos que bien se puede ver una película y es la adaptación de la novela homónima que Claudia Piñeiro publicó en 2017.
Es una creación de Daniel Burman —quien figura como showrunner y codirector junto a Martín Hodara—, el argentino que empezó dirigiendo comedias familiares y judías (Esperando al Mesías, El abrazo partido) y desde 2017 está vinculado a las plataformas. Su último éxito Iosi, el espía arrepentido(Prime Video) fue filmado en Uruguay, un lugar que, le confiesa a El País, Burman considera una segunda casa.
Las maldiciones es un drama político y familiar que transcurre en una innominada provincia del norte argentino. Alguien secuestra a la hija del gobernador antes de una votación crucial y eso revela una red de corrupción y otras cosas, que son contadas con el brío que precisa una producción de Netflix.
En el elenco están Leonardo Sbaraglia, Monna Antonópulos, Alejandra Flechner y Gustavo Bassani y la tensión es administrada con la solvencia clásica del director.
El País charló un ratito vía Zoom con Burman sobre su arte, su forma de trabajo y alguna otra cosa. Esta es esa charla.
—¿Por qué, dada, por ejemplos, su duración, Las maldiciones es una miniserie y no una película?
—Es una pregunta pertinente. A veces se cree que todo forma parte de una estrategia de mercado y en verdad, todo surge del contenido y del corazón. Cuando me dieron la novela, la leí y pensé que era una serie en tres actos y no una película. Lo fantástico de trabajar con las plataformas es que el formato nace de la naturaleza y de cómo es la mejor manera de contar algo. ¿Podría haber sido una película? Sí, pero el formato de la miniserie, con tres episodios que podés dividirlos en el tiempo o verlos seguidos, era para mí el punto ideal. La predisposición biológica del espectador al ver una película es distinta a una miniserie. Me gustaba la idea de hacer tres capítulos para adaptar Las maldiciones, así que hice lo que me hubiera gustado ver. Pero si las ves juntas, la experiencia es parecida a la de una película.
—Alguien ha definido Las maldiciones como un drama político. ¿Qué le interesa de ese género?
—A mí me interesa el choque de territorios o de géneros. Acá tenemos un drama político, pero también un drama filiatorio. Como en cualquier familia —más allá de que se dediquen a la política, al comercio o tengan una farmacia— hay verdades que los padres y las madres guardan, pasan u olvidan, pero que siempre terminan por revelarse. Lo que cambia es el momento y la forma. Ese cruce entre lo político y lo familiar era el territorio en el que quería ubicar la serie. Es como un péndulo que oscila entre el drama político y el drama familiar. Eso también es lo que me gusta: cuando miro un drama político quiero entender qué pasa íntimamente con los personajes para estar haciendo lo que están haciendo, más allá de sus motivaciones ideológicas. Uno hace lo que le gusta ver, y darle esa complejidad fue posible gracias a actores extraordinarios como Gustavo Bassanni y Leonardo Sbaraglia, capaces de afrontar la enorme complejidad y contradicción de sus personajes.
—Y también es un western. El “duelo” entre el gobernador y Román en la capilla en el desierto parece de Peckinpah.
—Absolutamente. Coqueteamos mucho con el western. Y digo coqueteamos porque no nos autoimpusimos un género como un corset, pero jugamos con sus elementos. Con Martín Hodara, mi codirector y gran amigo, somos fanáticos del western, y nos parecía que un barniz del género en el norte argentino, le venía muy bien a la serie.
—Y la base estaba. La serie es fiel a la novela de Claudia Piñeiro.
—No solo la base era extraordinaria, sino la construcción de los personajes y toda la línea sobre la complejidad filiatoria que nos inspiró y nos motorizó mucho. Fue el mundo perfecto: un material que moviliza, que ofrece herramientas de construcción, la libertad absoluta y el apoyo de la autora para hacer la adaptación que soñábamos.
—Ese mundo de lo filial es cercano a su obra. Y acá una de las preguntas es quiénes son los padres...
—Son preguntas en las que me debato hace casi 30 años: quiénes son los hijos, quiénes son los padres, qué hacemos con unos y con otros. Son preguntas irresolubles, y no se busca dar una respuesta, sino abrir un espacio para desplegar esos interrogantes y contradicciones.
—Desde 2017 produce para las plataformas de streaming. ¿Eso cambió su aproximación al cine?
—La verdad que no. Mi trabajo sigue siendo levantarme muy temprano con unas páginas para filmar, trabajar con actores y dar vida a algo que suena únicamente en mi cabeza. Ese día a día no ha cambiado. Tenés otra cámara, otro lente, la posibilidad de discutir con la plataforma la mejor forma de contarlo y eso permite tener un espíritu más colectivo y poner a prueba tus decisiones.
—Desde muy temprano fue director y productor independiente. ¿Qué ganó y qué perdió con eso?
—Tengo una mirada muy poco romántica. Para mí la independencia es poder llevar a cabo mis convicciones y narraciones como creo conveniente, y darme cuenta si estoy equivocado. Tener mi libre albedrío como artista, pero también una pared cerca para chocarme antes de caer en el abismo. Eso no cambió desde mi primera película. Esa soledad a veces abruma y estar rodeado de una estructura ayuda. Lo que más me angustiaba en ese entonces era no saber si habría alguien que me escuchara. Ese ruido se apagó: ahora sé que hay alguien del otro lado esperando mi historia. Eso genera entusiasmo y adrenalina.
—¿Cómo se dividen las escenas con Martín Hodara, su codirector?
—Tenemos una dinámica intuitiva después de años trabajando juntos. Hay escenas que él me mira y me dice “esta es para vos”, y otras que me pide hacerlas. Esa dialéctica nos saca del lugar narcisista y egocéntrico de “tu” mirada y nos pone a prueba todo el tiempo. No hay una división escrita, sino algo que surge del deseo y la naturaleza del trabajo.
—Billy Wilder tenía ese cartel de “¿Cómo lo haría Lubitsch?” para cuándo no le salían las cosas. ¿En quién piensa?
—Con el tiempo la cinefilia se ha diluido y me siento mucho más influenciado por la vida que por el cine. Paso tanto tiempo filmando, lejos de mi familia, que cuando vuelvo necesito conectarme con lo cotidiano: ir al supermercado, al odontólogo, a una reunión escolar. Eso me influye más que el cine. Cada vez pienso más que el cine debe nutrirse del sentido común. Trabajo mucho con los actores y en un momento descubro que desde cierto lugar, el ensayo cobra vida, y ahí va la cámara.
-
Martín Fierro 2025: Natalia Oreiro y dos series filmadas en Uruguay están entre los nominados a los premios
Todo lo que se sabe de la tercera temporada de "Merlina", la serie más vista de Netflix en Uruguay y el mundo
Una actriz de "Envidiosa" de Netflix llega a El Galpón con una comedia sobre el amor: cuándo verla