GUILLERMO ZAPIOLA
Es un retorno que no puede ser definido con otra palabra que "conmovedor". El actor francés Jean-Paul Belmondo ha vuelto al cine luego de vivir una dramática peripecia personal.
En el año 2001, sufrió un accidente cardiovascular que derivó en una hemiplejía y lo inmovilizó en una silla de ruedas. Con setenta y cinco años, ha vuelto al cine con un protagónico que ya ha sido estrenado en su país: Un hombre y su perro, `remake` del clásico Umberto D (1951) de Vittorio de Sica, ahora filmada por el francés Francis Huster.
Antes de colocarse de nuevo delante de una cámara, Belmondo debió emprender una larga lucha en pos de la recuperación. Tuvo que volver a aprender a hablar (el ataque lo había dejado mudo) y luego a moverse. Actualmente puede caminar, con dificultades y ayudándose con un bastón.
El director y guionista Huster pensó desde el principio en su película como un vehículo para Belmondo. De hecho, todo comenzó con Huster llevándole un DVD de Umberto D al productor Jean-Louis Livi, y diciéndole: "Si no te hace llorar por lo menos tres veces, no te hablo más". Luego le explicó que quería hacer una nueva versión y que ponía una sola condición: que Belmondo fuera el protagonista. Al parecer, Livi lloró por lo menos tres veces, porque aceptó finalmente financiar la película.
La película de De Sica, libretada por Cesare Zavattini, era sobre todo un ejercicio de "atención social" sobre un jubilado (interpretado por Carlo Battisti) enfrentado a las estrecheces económicas y la soledad. Una joven doméstica de la pensión en la que vivía, y su perro, se convertían en sus dos principales afectos, y la pérdida del animal desencadenaba la principal línea dramática del film.
ADAPTACIÓN. La nueva versión advierte desde el título que su eje narrativo es justamente la relación del protagonista y su mascota, cuya desaparición se convierte en una catástrofe para el equilibrio emocional del personaje de Belmondo. Una de las opciones de Huster fue proporcionarle al protagonista poco diálogo, y confiar en la expresividad de su rostro y su mirada. Es decir en la imagen. Es decir en el cine.
Belmondo, que había trabajado con De Sica en 1960 (interpretó un papel secundario en Dos mujeres, el drama bélico que le valió un Oscar a Sophia Loren), también impuso una condición cuando el productor Livi se acercó a él con el proyecto. Tras rever Umberto D y leer el guión escrito por Huster decidió: "De acuerdo, pero muéstrenme tal como estoy".
En realidad está bien, comparado con su peor momento. Luego del ataque estuvo ocho meses sin habla, y otros cinco completamente incapaz de moverse. Luego descubrió que había jóvenes de veinte años que estaban peor que él ("totalmente paralizados, de la cabeza a los pies"), y decidió que tenía alguna esperanza. Cuando salió del hospital ya había decidido que iba a demostrar que se podía hacer "alguna cosa". No sabía lo qué, pero tenía la voluntad.
Entonces comenzó el trabajoso período de reaprendizaje: hablar, caminar. Una de sus motivaciones fue su pequeña hija Stella, nacida de su relación con la bailarina Natty Tardivel, de la que se encuentra actualmente divorciado.
Belmondo sostiene hoy que su retorno a la pantalla no ha sido motivada por un deseo de "recuperar la gloria". Sin embargo, dice reconocerse a sí mismo en esa historia que retrata "la dignidad y el honor" de un hombre que ha envejecido, que parece encontrarse al final de su vida y a quien no le queda otra cosa que la relación afectiva con su mascota. "Y que encuentra, quizás, una cierta forma de esperanza en la existencia", añade el actor, agregando que se lanzó "con todas sus fuerzas" en lo que denomina "una aventura muy particular que le toca muy de cerca el corazón".
El actor cuenta que, como el protagonista de la película, él pasea todos los días con su perro Corail por el bosque de Boulogne. Y como en la ficción, su mascota se perdió un día. Pasó tres días buscándolo, y finalmente lo encontró en un estado bastante lamentable.
Superando sus limitaciones físicas, y recordando acaso sus tiempos de aventurero acrobático, Belmondo se negó a utilizar dobles en las escenas arriesgadas de Un hombre y su perro. Por ejemplo, se empeñó en estar en una toma rodada en plena vía férrea, frente a un tren que se acerca.
NOSTALGIAS. El retorno de Belmondo al cine desencadena inevitablemente una catarata de nostalgias. Fue, con Alain Delon, el actor más representativo del cine francés de los años cincuenta y sesenta. Si Delon pudo ser, alternativamente, el galán o el "hermoso" peligrosamente ambiguo, Belmondo fue, sobre todo, el aventurero simpático, después de ser un icono de la Nouvelle Vague, aquel movimiento renovador que dio a conocer a cineastas como Godard, Truffaut, Chabrol o Rohmer.
Había interpretado algunos papeles menores antes de convertirse en uno de los actores favoritos de Godard desde la emblemática Sin aliento (1960). Pero tuvo también la astucia suficiente como para no encerrarse en el `ghetto` de un cine "intelectual". De la mano de varios directores, y en particular de Philippe de Brocca, proporcionó también un tipo de aventurero acrobático, dotado de una cuota de humor y metido en acciones rocambolescas que implicaban persecuciones, corridas, saltos por la ventana y otras situaciones de riesgo para las que no solía utilizar dobles. Ese fue, acaso, el Belmondo más popular: el de comedias de acción como Cartouche (1962) El hombre de Río (1964) o Aventuras chinas en China (1965), aunque también pudo exhibir un costado más negro, algo así como el de un Bogart francés, en policiales de Jean-Pierre Melville y otros (Un tal La Rocca, 1961; Morir matando, 1962; Codicia bajo el sol, 1964).
El actor reconoce que ya antes del accidente vascular estaba un poco harto de esa mezcla de comedia y aventura ("en la que debía recibir un balazo cada diez minutos") que llegó a repetir, ya muy envejecido y junto a Delon, en Los profesionales (1998). Pero su nuevo papel no tiene nada que ver con eso. Belmondo sostiene que ha abordado "un registro totalmente nuevo", aunque razona que es al público a quien le toca en definitiva juzgar.
Cuando Belmondo y Godard se empeñaron en cambiar el cine
Si hay que llevarse a una isla desierta una película de Jean-Paul Belmondo, la elección deberá recaer en Sin aliento (1960) de Jean-Luc Godard. ¿La película que cambió el cine? Así se ha afirmado, aunque probablemente no sea del todo cierto. En todo caso, una de las película emblemáticas de la Nouvelle Vague francesa, el movimiento renovador que le cambió el rostro al cine de su país al filo de los sesenta.
Como para probar el viejo axioma de que una película no es su argumento, el argumento es lo de menos en Sin aliento. Una turista norteamericana de paso por París (Jean Seberg) conoce a un ladronzuelo de poca monta (Belmondo), tiene con él una fugaz relación erótica, luego se distancia y lo denuncia a la policía, lo persiguen, él muere. Con esa historia u otras parecidas, se han hecho varias decenas de películas de clase B.
La diferencia está en el estilo: paso en corte directo de una escena a otra, la acción que ya ha empezado cuando la cámara empieza a captarla, un persistente, poderoso movimiento hacia adelante. La idea de vivir peligrosamente, hasta quedar "sin aliento", está en el título y en la forma del film. Belmondo se convertiría en una estrella y en un actor reiterado de Godard, para quien volvió a trabajar en otras películas de ruptura como Una mujer es una mujer (1961) y Pierrot el loco (1965), antes de que el director se convirtiera en un latoso.