Cuando habla del origen de su nueva película, "Un reino bajo la luna", Wes Anderson suena como si lo estuviera haciendo de cualquiera de sus otros trabajos. "El deseo de que la fantasía sea real es parte de la inspiración", dice.
Desde su debut en 1996 con Bottle Rocket, hasta su adaptación animada de un relato de Roald Dahl en El fantástico Mr. Fox (2009), anhelos y pérdidas han sido las piedras angulares de sus películas, que invariablemente tienen que ver con la melancólica plegaria de soñadores y depresivos que lamentan pasadas glorias, la inocencia perdida, o un mundo que encaje con el que tienen en la cabeza.
Pero Anderson puede alegar que hay al menos una diferencia importante con Un reino bajo la luna. "Es la única vez que he intentado capturar conscientemente una sensación, la emoción de tener doce años y enamorarse", explica. "Lo recuerdo como un poderoso sentimiento, casi como sumergirse en un universo de fantasía. Me pegó tan fuerte que creo que todavía está conmigo".
Con Un reino bajo la luna, un autor que lidia a menudo con (e incluso es acusado a veces de) un desarrollo atrofiado, y cuyo estilo obsesivo puede ser descrito en términos infantiles (una estética de casa de muñecas, o de tren de juguete), captura cabalmente la frágil y febril perspectiva de la niñez. Ambientada en el verano de 1965 en una remota isla de Nueva Inglaterra, la película cuenta la historia de dos jóvenes alienados, Sam (Jared Gilman) y Suzy (Kara Hayward), que huyen juntos. Mientras los chicos hacen su recorrido a través de una naturaleza salvaje y amenaza un huracán, un equipo de búsqueda, incluyendo los lúgubres padres de Suzy (Bill Murray y Frances McDormand), el líder del grupo de "scouts" de Sam (Edward Norton) y el comisario local (Bruce Willis), los sigue.
Anderson escribió el film con uno de sus ocasionales colaboradores, el director Roman Coppola. Ya habían trabajado juntos en Viaje a Darjeeling (2007), pero allí participaron en un deliberado juego de rol. Cada uno de los escritores (entre los que estaba también Jason Schwartzman) se encargó de desarrollar a uno de los tres hermanos que ocupaban el centro del film. En Un reino bajo la luna la contribución de Coppola adquirió una forma distinta. "Wes tenía imágenes que eran claramente parte del cuadro, pero había cosas que estaban bloqueadas", dice Coppola. "Mi trabajo fue ayudarlo a encontrar la historia que se escondía en su mente".
Un reino bajo la luna abunda en detalles autobiográficos y de época cuidadosamente elegidos. Como Sam, Anderson fue durante un tiempo un Boy Scout, y la afectuosa, cómica visión de los "scouts" que proporciona la película se ubica en una suerte de "Éranse una vez los Estados Unidos", como una pintura de Norman Rockwell. Al igual que Suzy, el chico interviene en una puesta en escena de Noye`s Fludde, la pieza de teatro medieval sobre el Arca de Noé que Benjamin Britten musicalizó en los tardíos cincuenta y pronto se convirtió en una favorita de las producciones comunitarias.
SEÑALES. Anderson lleva su inspiración consigo. Para él y sus personajes, los objetos y obras de arte que aman no son meras referencias decorativas sino también encarnaciones de pasión, marcas de identidad. La maleta de Suzy contiene libros de biblioteca vagamente basados en la obra de populares autores para niños como Madeleine L`Engle y Susan Cooper pero todos creados a partir de cero para la película. Cada cubierta fue asignada a un artista diferente, y Anderson escribió un breve texto para cada libro.
También tuvo en la cabeza otros retratos cinematográficos de la niñez. La piel dura (1976), de Francois Truffaut, uno de los héroes de Anderson, le sugirió la posibilidad de una películas ambientada "completamente en el mundo de los niños", dice. Descubrió dos película inglesas menos conocidas, Melody (1971) y Black Jack (1979), ambas sobre adolescentes enamorados que resolvían casarse, y se las mostró a sus dos jóvenes (y debutantes) actores. El film de Maurice Pialat La infancia desnuda (1968), una versión más oscura de Los 400 golpes de Truffaut, fue también una influencia; su protagonista, como Sam, es un huérfano que no tiene a donde ir. Del mismo modo, Un reino bajo la luna no se avergüenza al describir la adolescencia como un tiempo de desconcierto, furia y dolor.
"Como mucha gente, siento que la infancia es una experiencia en la que hay mucha oscuridad", dice Anderson. En un momento Suzy le muestra a Sam un panfleto, Lidiando con un niño verdaderamente problemático, que encontró encima del refrigerador; lo mismo le ocurrió a Anderson. "Yo no era el único niño en mi casa, y al mismo tiempo sentía que lo era", afirma. "Ahora me río, porque en realidad es algo divertido de encontrar, especialmente encima del refrigerador. Pero fue un sentimiento horrible".
Desde Vida acuática, una elaborada producción de gran presupuesto (y un fracaso comercial), el cine de Anderson se ha vuelto más íntimo. "Le gusta hacer películas de una gran escala emocional, pero creo que no siente la gran escala de la filmación", dice Scott Rudin, que ha producido todas sus películas desde Los excéntricos Tenenbaum. "Es el autor de cada fragmento de sus películas, no quiere que nada esté fuera de su control".
Aunque la reputación de Anderson se apoya también en su temperamento quisquilloso, Un reino bajo la luna, su primera película filmada en 16 mm., también representa, como Viaje a Darjeelilng, que se ambientaba en la India, un intento de poner su controlado universo en contacto con un elemento de desorden y de hacer uso de locaciones del mundo real. "Todo en la naturaleza es más documental", explica Anderson sobre su aproximación a las escenas de exteriores. (Buena parte de la película fue filmada en Conanicut Island, en la bahía de Narragansett, Rhode Island, aunque la ambientación fue inspirada por Naushon, una isla cerca de Martha`s Vineyard accesible solo por ferry.
AVENTURA. "Es una de las pocas películas recientes en las que hay una invitación para internarse en lo desconocido", dice Coppola. "El corazón de Un reino bajo la luna son esas escenas de los niños en pos de aventuras, la sensación de explorar la naturaleza".
La idea fue ser lo menos "tecnológicos" posibles, dice el director de fotografía Robert Yeoman, que ha trabajado con Anderson desde Bottle Rocket. "Usamos más luz natural, y hay más armas y corridas". No se trata de que Anderson haya abandonado sus marcas de fábrica visuales: composiciones simétricas, tomas en gran angular, relampagueantes panorámicas. "A veces él no puede ayudarse a sí mismo", dice Yeoman. "Puedes estar en la cima de una montaña, y seguir viendo su firma. Así es como ve Wes el mundo".
Con cuarenta y tres años y siete películas terminada, Anderson ha tenido sus altos y sus bajos, ha sido celebrado como un autor original y rechazado como artista de una sola nota. Él reconoce no haber hecho mucho por iluminar el debate. "Siento que polarizo a un pequeño grupo de gente en un sentido o en otro", dice. "Particularmente, no me esfuerzo por tener un estilo reconocible. Habitualmente estoy haciendo algo que parte de cero, no adaptando un material ajeno, de modo que termino moviéndome naturalmente dentro de mis propios límites".
Una obra fuerte y romántica
Sin desconocer la existencia de un sello autoral en el cine de Wes Anderson, su productor Scott Rudin cree percibir en él, sin embargo, un progreso. "George Balanchine hizo una cantidad de ballets sobre el mismo tema, y ochenta de ellos están entre los más grandes del siglo XX", dice. Y volviendo a Anderson agrega: "Creo que sus películas se están volviendo más fuertes, y que han tenido que volverse más emocionales para ser más fuertes. Un reino bajo la luna es en cierta forma una película desesperada, pero también increíblemente romántica".
Anderson está de acuerdo en que una de sus películas más románticas. "No hay mucho que decir", explica. "Se trata totalmente de mi fantasía. Ella nunca lo supo".