¿Quién es Mónica Salinas?

| Antonio Larreta

Esto no es una paráfrasis del "Who is Silvia?" shakspeariano. La pregunta original fue más larga: ¿Alguno de ustedes sabe quién es Mónica Salinas? pregunté yo mismo a mis compañeros de jurado de un concurso oficial de Narrativa durante el año pasado. Estaba abriendo el diálogo. Generalmente todos hablan y cuando mi silencio empieza a pesarles los cuatro me miran de modo admonitorio y entonces doy tímidamente mi opinión. Esa vez, la pregunta podía parecer provocativa, fuera de lugar, mal intencionada.

Pero es que yo estaba demasiado ansioso por identificar a la autora de un librito delgado, negro, con la foto de un claustro (que ya indica un enigma), avaro en noticias biográficas, presentado como édito bajo el título de La sucesión, por Ediciones La Gotera en el ya lejano 2003. Me dijeron quién era Silvia, es decir: Mónica Salinas. Dos jurados coincidieron en la descripción: profesora de literatura, treinta largos, bajo perfil. Bajísimo, me dije yo, que como el lector puede suponer estaba deslumbrado por el librillo, cosa que, de regreso a la timidez, farfullé casi para mis adentros.

Un colega aprovechó para decir que no le interesaba "que alguien escribiera como Borges, si no es Borges". Yo aduje que no sería ya poca hazaña escribir como Borges, y debo haber agregado algo sobre "el dominio magistral del idioma" que, probablemente era todavía, y después de haber devorado dos veces los dieciseis "relatos" que incluye el tomito, un primer nivel de admiración. Una semana después, otorgado el primer premio a una excelente novela de Trujillo, obtuve cuatro votos para La sucesión, con la correspondiente, respetuosa abstención del que objetaba.

Y ahora voy a tratar de explicar lo inexplicable. Mi fascinación por esos relatos, o por lo menos por la gran mayoría de ellos, en que la autora homenajea a su Olimpo literario: Poe, Kafka, Dostoievski, Lord Byron, Emily Dickinson, Swift, Dante, Henry James, Swedenborg y por supuesto Borges (en tres, cuatro relatos). Atención: no es un segundo Marcel Schobw, no imita, crea a partir de. Incluso, cuando la alusión es directa, modifica, traiciona: el Raskolnikov que asesina a Aliona Ivanovna se trasmuta del estudiante timorato y endemoniado del original en el superhombre de Nietzche. (Así se llama el relato: La versión de Nietzche). Y es, con el Poe, lo más explícito de todo el libro. Todo lo demás es mítico. Basta mencionar los títulos: El Tigre, Los espejos, El tango, El laberinto, El intermediario, El paraíso. Por lo menos tres de ellos son obras maestras, nacidas de la pasión, de la veneración , de una inteligencia excepcional para manejarse entre la poesía y la filosofía.

Naturalmente conocí a Mónica Salinas. Sintéticamente corresponde a la descripción de los otros jurados, incluso en el bajo perfil. Pero tiene dos ojos que son los de Puck, los de un elfo, que ven más allá de lo que tiene delante, u otra cosa distinta, una variante. Le propuse —y aceptó— hacer un recital en base a siete u ocho de sus relatos, algunos de los cuales tengo estudiados, pero lo que imagino no es un unipersonal corriente, sino un montaje, que necesita música, luces, vestuario, todo lo que insinúan esos textos aparentemente ascéticos. Por el momento es un sueño. Probablemente tendré que sacarme el gusto diciendo dos o tres textos en cualquier oportunidad. Ahora ya saben quién es Mónica Salinas, (que está escribiendo un libro sobre Zitarrosa)

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