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Cacho de la Cruz: "La televisión es una máquina de matar genios"

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Cacho de la Cruz. Foto: Leonardo Mainé

ENTREVISTA

El comunicador, retirado de la pantalla habló con El Pais sobre su presente y habla de la televisión de hoy, Ultratón y "¿Quién es la máscara?"

Cacho de la Cruz está rodeado por todo lo que necesita. En su cuarto hay una cama grande, un televisor enorme colgado en la pared, un par de cuadros y un escritorio donde reposa un caballete con un dibujo a medio hacer. También hay una biblioteca con libros y recortes y una estantería llena de trofeos, entre ellos algunos Iris y varios reconocimientos más. De una carpeta, toma un sobre con el sello conmemorativo que lanzó el Correo uruguayo por un aniversario de Cacho Bochinche.

De la Cruz vive en un coqueto centro de cuidados para personas mayores en Punta Carretas. Lo único que extraña de su apartamento en Villa Biarritz, a unas cuadras de allí, es poder tocar el trombón e invitar a sus amigos a hacer música.

Al principio, los ojos de Cacho se ven pequeños, cansados detrás de los lentes, pero cuando se pone a recordar anécdotas, se hacen vivaces. Luego de varios minutos charlando, la imagen del hombre mayor me recibió se desvaneció: Cacho se levanta, se sienta, hace ademanes y, sobre todo, se ríe mucho. Es aquel de mis recuerdos infantiles.

Cacho de la Cruz. Foto: Leonardo Mainé
Cacho de la Cruz. Foto: Leonardo Mainé

Hace unos meses, era de madrugada y él estaba mirando televisión en su apartamento en Leyenda Patria y se puso a pensar en la puerta principal y recordó que era un bloque de hierro con tres cerraduras como un fortín y pensó qué pasaría si le ocurría algo. Y era además un lugar muy grande para él y su hijo Santiago. Esa misma noche llamó a su hija mayor, Daniela que vive en Estados Unidos para que lo ayude a buscar un lugar para vivir más tranquilo. A los pocos días ya se había mudado.

Legado

Pocas personas pueden decir que modelaron la televisión como Cacho. Llegó al medio el l 2 de mayo de 1962, el mismo día que comenzó a transmitir Canal 12. Desde entonces y por más de 45 años estuvo en el living de todos. Tuvo programas en la mañana, al mediodía y en las noches. Programas para grandes y chicos. Allí están El show del mediodía, Cacho Bochinche y las Telecachadas y Chichita.

Sin embargo, le quita peso a su legado. "El que inventó la televisión acá, en serio, fue el ingeniero Horacio Scheck", recuerda. "Decía frases que me quedaron para siempre: ‘la televisión la hicieron los americanos para los pobres y ellos son los que marcan el rating’. Por eso, los que estamos en televisión somos todos ricos aunque en realidad no tengamos un peso. También me acuerdo que decía: ‘cuando hablás, tenés que mandar’. (hace el ademán con el dedo apuntando a una cámara imaginaria). Eso se lo dije a Maxi, hay que señalar al espectador y decirle: ‘compre esto’, con seguridad".

"Vos sos un intruso en la casa de la gente y si no te imponés, te sacan. Por eso cuando salís al aire tenés que estar con una sonrisa”, resume. “La televisión es una mentira porque podés presentar lo que quieras y si estás en la pantalla, todo lo que decís es oro".

Cacho de la Cruz. Foto: Leonardo Mainé
Cacho de la Cruz. Foto: Leonardo Mainé

Tenía 14 años y su padre, quien era inspector de cárceles, le firmó el permiso de menor para trabajar en un cabaret en Buenos Aires. Fue ahí, mientras hacía fonomímica en el Tabarís donde, dice, conoció a los guapos de verdad, los que iban de facón y revólver. “Ahí estaba la falopa y me decían: ‘salí de acá’. Hoy te dicen: ‘vení’. Pero en ese momento había códigos”.

Cuando cumplió la mayoría de edad fue policía como parte del servicio militar obligatorio. “Fui botón” dice. “Nos daban clase de ametralladora y les decía a mis superiores: ‘conmigo gastan balas’”. No le gustaba nada el trabajo pero tenía que cumplir un año de servicio y contó los días desde el momento que entró. Una vez lo mandaron a disuadir una manifestación y, con cachiporra en la mano, les pedía por favor que se vayan.

A los 20 se mudó a Uruguay, y cinco años después estaba en la televisión. Antes de eso tuvo una reconocida carrera como músico. Para que los entonces menores de edad, Hugo Fattoruso y Ruben Rada pudieran salir de gira con The Hot Blowers, la banda de jazz en la que todos participaban y él tocaba el trombón, tuvo que figurar como su tutor.

Esa historia, y varias más serán parte del libro de Joaquín Doldán: Todo esto es mentira que saldrá a la venta este mes por editorial Sudamericana. “Le puso así porque yo le empecé a contar cosas que parecen mentira, sin embargo no lo son”, dice Cacho.

—¿Usted mira televisión?

—Sí, pero trato de no calentarme con lo que hacen. El otro día llamé a Maxi durante la colecta de Unicef y le dije que no podía salir con una campera desabrochada. “Sacatela” le dije y se la sacó. Estoy en esa. Lo mismo con el informativo, no puede ser que den la noticia de una muerte y tengan una sonrisa. Eso me calienta.

—¿Mira ¿Quién es la máscara??

—Miro todos los programas que hace Maxi.

—En el programa, uno de los disfraces es Ultratón porque se quería un personaje que la gente identificara con el canal. ¿Cómo surge crear a Ultratón?

—Antes existían los cucos para dominar a los niños, y los padres decían que siempre te estaban viendo sí te portabas mal. Empiezo a hacer Cacho Bochinche y surge la necesidad de crear un personaje como el cuco. Ya empezaba la historia con los ovnis y eso, y nadie iba a creer en el cuco. Entonces se me ocurre: “Desde la inmensidad del espacio llega Ultratón”. Y hablábamos de Ultratón en el programa, pero nos estaba faltando darle cuerpo.

—¿Usted lo construyó?


—Con unos amigos dijimos de hacer un robot, pero no teníamos idea. Lo empecé a dibujar y tenía que haber un tipo adentro que largue tarjetas. Estuvimos como 15 días así, pensando cómo armarlo. El capuchón del casco me lo hizo un amigo que tenía una fábrica de plásticos. Fui a Buenos Aires para comprar los caños corrugados para los brazos, y para las manos pusimos tijeras al revés. Después fui al estudio de grabación de un conocido y terminé hablando en un aljibe que había en el patio para que la voz tuviera eco, porque en esa época no existían esos efectos.

—¿Y cómo surge lo de las tarjetas?

—Necesitábamos que el personaje le hablara a los niños que se portan mal y al principio inventamos los nombres y situaciones pero al mes ya recibíamos una bolsa enorme de cartas por semana.

—¿Nunca se cansó de la televisión?

—Sentí cansancio de todo lo que hice después que terminé de trabajar. Mientras estaba trabajando no me cansé. Me acuerdo que una vez me dijeron: “¿por qué no te sentás?” porque no me había dado cuenta que llevaba 24 horas parado en el canal.

—¿Cuándo pensó en retirarse?

—Cuando me dije: “de aquí en adelante vas a pasar vergüenza’”. No por una situación particular, pero ya me iba a empezar a fallar algo, lo sentía.

¿Es verdad que estaba todo el día en el canal?

—Sí, dormía en un sillón.

—¿Mira los videos suyos de antes?

—Tengo todo guardado en video.

Cacho de la Cruz, Alejandro Trotta y el elenco inicial de El show del mediodía por el 12. Entre todos aparecen Cristina Morán y un muy joven Ruben Rada. Foto: Archivo El País.
Cacho de la Cruz, Alejandro Trotta y el elenco inicial de El show del mediodía por el 12. Foto: Archivo El País.

—¿No piensa mostrarlos?

—No, ¿para qué? Hay tanta precariedad... Para aquel entonces era una novedad, pero avanzó tanto la televisión que te das cuenta que es viejo por el ritmo. En aquella época era fantástico.

—Era una televisión que se hacía con ingenio y poco presupuesto.

—Pero la gente no lo entiende. La televisión es una máquina de matar genios.

Termina la entrevista y me pasea por el resto del lugar. Subimos hasta los últimos pisos donde hay máquinas para ejercitarse. Allí bromea con las cuidadoras y enfermeras. Una peluquera se acerca, lo abraza y le alborota el pelo, le dice que así le queda mejor, pero Cacho se lo vuelve a peinar como antes.

Volvemos al ascensor, ahora a la planta baja y Cacho continúa recordando anécdotas y nombrando amigos con los que habla por teléfono. En el lobby algunos visitantes lo reconocen y se animan a saludarlo.

Es ese mismo cariño, el que hace que uno quede con ganas de seguir charlando pero Cacho llama el ascensor y me dice: “ya está, andá” y vuelve a su habitación, el mundo donde tiene todo lo que dice necesitar hoy.

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