Me atrasé con esta nota: debí escribirla no bien apareció el Suplemento Especial que le dedicó El País a Isabel II, al celebrarse su 80° aniversario el pasado 17 de junio. De sobra saben ustedes que yo tengo una particular simpatía por la reina, y me consta que jamás podré saldar la deuda de gratitud que contraje con ella, por el notable servicio que me han prestado sus sombreros, siempre presentes, a lo largo de casi veinte años, en el repertorio de temas de esta columna. He seguido con invariable y cariñosa atención de sucesión de modelos que, como suele ocurrir con los seres humanos, crecen con el tiempo. Si llega al siglo -ojalá sea así-el modelito para festejar el centenario tendrá que probárselo en los jardines de Buckingham. El que luce en la portada de ese suplemento, precisamente, baja todos los récords: ¿lo recuerdan?...
La soberana aparece con un tapado "celeste Nasazzi", y un sombrero haciendo juego (de área, y de cabeza) con esa prenda. Sobresale su estilo "plato volador"; y ya le fue pedido como pieza en tránsito para el Museo de la NASA, a fin de incorporarlo a una galería de reciente creación que amplía la impactante exhibición de Objetos Voladores No Identificados con una selección de nuevos OVNI (Otras Versiones de Naturaleza Isabelina).
En Inglaterra -que es la cuna del fútbol y las carreras de caballos- abundan los "turfmen", palabra que, traducida al lunfardo, significa "los burreros". Esos no faltan a las reuniones de Epsom o Ascot en las cuatro estaciones: y en cada uno de ellos reaparece anualmente el terror cuando se aproximan los Grandes Premios de la temporada porque ahí surgen, como hongos después de la lluvia, los infaltables curiosos que van por primera vez al hipódromo; y mientras se aprontan los competidores en el punto de largada, formulan la invariable pregunta: "¿De dónde tiran?" Pero esos británicos resignados a tan molestas comparecencias, se sienten más o menos aliviados y ciertamente honrados por la presencia de la reina, que mezcla, entre sus aburridas virtudes, el adorable vicio de jugar a las carreras. "Isa" dispone de un equipo de voceros de palacio que no sólo le dan cuenta de las primicias familiares -para las que ya está curada de espanto- sino que, además, le deslizan al oído (unas voces el izquierdo, otras el derecho... el que deje más despejado el sombrero) algún dato para ponerle unos boletitos, con la mesura que imponen los magros ingresos de Su Majestad, que al lado de la mujer de Bill Gates es una plata. Munida de esa valiosa información, surge en el Palco de Honor del hipódromo de turno, (de pamela, "of course") obligando a quienes quedarían detrás suyo en la fila inmediata, a correrse cuatro o cinco escalones arriba para poder ver algo de lo que sucede en la pista. En la reciente disputa del Prince of Wales en Ascot, la soberana apostó a Ouija Board, una hermosa yegua que impuso condiciones en incontenible arremetida. cuando una dama de la Corte que la acompañaba le preguntó cómo le había jugado, Isabel II -con su clásico sombrero alto y su perfil bajo- le respondió: "Le jugué por mitades. Tú me conoces. Sabes que soy muy "segurola", y mis finanzas no dan para más".
Rebar