Lenny Kravitz nunca se sintió mejor: el equilibrio, los Jackson 5 y qué espera de su primera vez en Uruguay

Tenía cinco años cuando supo que quería ser músico, pero dice que nunca soñó con ser rockstar. A los 60, y a menos de dos meses de tocar en Uruguay, Lenny Kravitz charló con El País sobre la sintonía que persigue y por qué hace discos sin plan.

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Lenny Kravitz, cantante, músico y compositor.
Foto: Mark Seliger

Cuando aparece en cámara, Lenny Kravitz es todo lo que una se imagina que es desde que amanece: las rastas negras caen a los costados de su cara como si fueran raíces de una planta, los lentes oscuros le cubren casi la mitad del rostro, y la barba de un par de milímetros lo hace ver casual aunque debe exigirle una prolijidad rigurosa. Lleva una remera plata, si es que esa prenda se puede llamar remera, una red sin mangas que cae suelta sobre su piel de tatuajes con el glamoroso aspecto de quien acaba de ponerse lo primero que encontró.

Sea con la red, los pantalones de cuero o las boas de plumas a lo rockstar antiguo que hacen su propio manual de estilo, Lenny Kravitz siempre se ve así, como si nada de ese aspecto de supermodelo le llevara el más mínimo esfuerzo. En cierto modo, su música suena igual. Blue Electric Light, el disco que vendrá a presentar a Montevideo el 1 de diciembre y que marcará su primera vez en vivo en Uruguay, es una playa paradisíaca sostenida por sonidos funkys y rockeros. Son 55 minutos de canciones que invitan a tirarse en la arena de cara al cielo, los ojos cerrados, el viento que apenas sopla la piel.

Así anda Lenny Kravitz por el mundo. Tiene sentido. Vive la mayor parte del tiempo en Bahamas, la isla donde resistió la pandemia y donde grabó su nuevo álbum, el primero en seis años y en el que arrancó sonidos hasta de vidrios y botellas. Como una marca de aquellos tiempos, grita esporádicamente “Lockdown!” (confinamiento) durante el track que abre el disco, “It’s Just Another Fine Day (In This Universe of Love)”. Dice a El País que, aunque no puede elegir un solo tema de su repertorio, está bastante orgulloso de esa canción.

Desde Nueva York, en una videollamada en la que solo a él se le permite tener la cámara encendida, Lenny Kravitz (mezcla de ancestros ucranianos y bahameños y americanos, 60 años, una fusión de cultura y música negra y blanca, un estilo personal) dice que nunca estuvo mejor que ahora. Que está es su mejor forma, “física y mental y espiritual”. Todo, repetirá un par de veces en la charla, se trata de ese equilibrio: el cuerpo, la mente, el alma en sintonía. Nada lo molesta. Nada lo perturba. Todo es como debe ser.

Dice “Come on!” cuando se le pregunta cuál es, hasta ahora, su película favorita del año, y ofrece una sonrisa blanca. La respuesta, Parpadea dos veces (Blink Twice), es obvia, pero Lenny jura que sería la misma aún si la directora no fuera su hija. “De verdad, es brillante”.

Así como Zoë Kravitz, actriz, 35 años y una de las caras favoritas de Hollywood, acaba de hacer su debut como directora, así él se prepara para debutar en Uruguay, un lugar del que, confiesa, sabe poco. “He querido ir desde hace tiempo, pero no puedo decir que conozca mucho en términos políticos o históricos. He escuchado algo y obviamente he visto fotos y cosas por el estilo, pero voy con la mente abierta para descubrir qué me encuentro”. Y luego: “Seguro que será más de lo que me espero”.

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Lenny Kravitz con su guitarra, a los 60.
Foto: Mark Seliger

Develará el misterio el domingo 1° de diciembre, cuando irrumpa en el escenario frente a la Tribuna Olímpica del Estadio Centenario con un repertorio ajustado, que tiene tantos clásicos como estrenos y, sobre todo, una fuerte carga de energía.

La mayoría de los sectores ya están agotados y solo quedan entradas en el vip, a 15.000 pesos, y en el tercer anillo de la Olímpica, a $ 2.100 (están en Acceso Ya, los precios no incluyen el cargo de servicio).

Por lo pronto, y un poco porque tiene hace varios años casa en Río de Janeiro, tiene suficiente vínculo con la región como para decirle a El País: “Sudamérica es uno de mis lugares favoritos. Me encanta la vibra y la gente en general. Se siente muy similar a lo que estoy acostumbrado en las Bahamas: hay personas amables, hay calidez y hospitalidad”.

A sus 60, ¿cómo es, todavía, experimentar primeras veces? “Es increíble. Todavía me siento joven. Todavía me siento motivado. Todavía me siento inspirado. ¿Sabes? La vida es para vivirla al máximo cada día, y eso es lo que estoy haciendo”, dice. “Nunca en mi vida me sentí mejor que ahora. Estoy en mi mejor forma, tanto física como mental y espiritualmente. Las primeras veces son muy importantes para seguir adelante”.

—¿Te acordás de la primera vez que te diste cuenta de que querías ser músico?
—Probablemente tenía cinco años. Fue escuchando discos de los Jackson 5 y otros discos en casa, discos de Motown y todo eso que solíamos escuchar, y yendo a conciertos con mis padres. Fui muy afortunado de tener padres que eran artistas y disfrutaban de asistir a muchas presentaciones, y me llevaban con ellos. Así que supe desde muy joven que esto era lo que quería hacer. No sabía cómo lo iba a hacer ni a qué nivel o de qué forma. Solo sabía que quería tocar música. Eso era lo importante. (...) Y cuando los vi, a los seis años en Nueva York, solo supe. Simplemente supe que eso era lo que importaba, la música. Y eso fue todo. Es difícil de explicar, solo me identifiqué con eso. Me identifiqué con ellos. Y la música era increíble, sofisticada, funky, divertida y profunda. Así que simplemente me despertó. Y supe que eso era lo que quería hacer.

—¿Y tu sueño era ser músico o estrella de rock? Hace 20 años, en “I Don’t Wanna Be a Star”, escribiste: “no quiero ser una estrella, solo quiero mi Chevy y una vieja guitarra”. ¿Fue algo que descubriste en el camino?
—Nunca dije: “quiero ser una estrella”. Siempre dije: “quiero ser músico”. Me acuerdo que en el liceo tenía una novia que escribía y era bailarina. Solíamos fantasear con que tendríamos un pequeño apartamento y yo iba a tocar en clubes de jazz, o incluso en la calle. Nunca fue con la mentalidad de “quiero ser famoso”. Solo quería tocar, y lo que fuera que eso significara, iba a estar bien.

—Al comienzo de tu carrera te hacías llamar Romeo Blue, y ahora estás de gira con Blue Electric Light. O sea que lo azul siempre ha estado ahí. Si tuvieras que definirlo, ¿de qué color sería tu música?
—Bueno (piensa), es de todos los colores. Pero este disco, conectando con eso que decís, en cierto modo es el álbum que nunca hice cuando estaba en el liceo. Y es interesante que los sonidos, la producción y el cómo hice el disco realmente se relacionan con ese momento y de dónde vengo.

—El álbum se siente como una celebración…
—Siempre.

—Es como si el espíritu del disco reflejara tu manera de vivir. ¿Ves tus canciones como mensajes al mundo?
—Son mensajes para mí y luego para el mundo, ¿sabes?, pero primero son mensajes para mí. Y luego los comparto, y quien los disfrute, quien los escuche, quien obtenga algo de ellos, será maravilloso.

Un artista inquieto con libro, negocios y cara de actor

Fue una fortuna, dice, nacer en un hogar de artistas. Hijo de la actriz Roxie Roker y del productor televisivo Sy Kravitz, se crió en territorio multicultural: Roker era negra, cristiana, estadounidense e hija de un bahameño; Kravitz era blanco, judío, hijo de un ucraniano.

La música lo marcó muy temprano, pero esa interracialidad le hizo el camino cuesta arriba ya que, para las disqueras, resultaba inclasificable. Comenzó presentándose como Romeo Blue, hasta que en 1989 volvió al origen y, ya como Lenny Kravitz (su nombre de pila es Leonard), lanzó Let Love Rule, una rareza de la época. Dos años después, con Mama Said, una aplanadora de rock de energía sexual y canciones infalibles, se catapultó. Desde entonces ha sido imparable.

Hoy tiene cuatro premios Grammy, incursiones como actor incluyendo la saga de Los juegos del hambre, una estrella en el Paseo de la Fama de Hollywood y su primera nominación para entrar este año al Salón de la Fama del Rock and Roll, además de una bebida, una firma creativa que impulsa proyectos de lujo y unas memorias, Let Love Rule, best seller del New York Times.

La búsqueda

El secreto detrás de Blue Electric Light, este disco suave que funciona como un viaje en tren al corazón de un paisaje en el que resuena el eco de hits febriles como “Are You Gonna Go My Way” y de souls de pasarela como “It Ain't Over 'til It's Over”, parte de su cosecha de los noventa, es que sigue el parámetro más fiel del compositor: la incertidumbre.

“No tengo idea de lo que estoy haciendo. Solo sucede. Y mi trabajo es estar listo para tomar lo que está llegando a través de mí y grabarlo, y hacer lo que tenga que hacer”, dice. “Diría que siempre es algo sorprendente, porque no sé lo que voy a hacer. No hago un plan. No digo ‘ok, este disco quiero que suene así’. Solo espero, y dejo que suceda”.

Andar así, sin estrategias, es la forma que Lenny Kravitz encontró para “estar lo más alejado del proceso posible”: “Quiero que sea lo más puro posible. Para mí, eso es muy satisfactorio: dejar que las cosas sean lo que quieren ser, en lugar de imponerles mi ego”.

Desde ese lugar, Lenny Kravitz contesta absolutamente todo, ya sea que se le pregunte por la música (“es el oxígeno, el centro de mi vida”, dice), por los conciertos o hasta por sus abdominales de fama mundial.

Dice que no piensa en términos de sex symbol porque el entrenamiento es, más bien, algo espiritual: “Se trata de tener tu cuerpo, tu mente y tu espíritu alineados. (...) Si mi cuerpo no está en la forma en que debería estar, mi instrumento no se siente afinado, y entonces no me siento alineado, y eso no me gusta”.

Le acredita el mérito de la disciplina a su “increíble” entrenador Dodd Romero, ese hombre con músculos que parecen a punto de romperse y que le sostiene los pies en el video viral en el que Kravitz hace abdominales cargando pesas y en pantalón de cuero (como un guiño familiar, el clip aparece en la película de Zoë Kravitz).

En agosto de 2023, Romero subió a su Instagram una foto de Kravitz y escribió: “Sexo, drogas y rock and roll... No lo creo. ¿Qué hay de amor, disciplina y compromiso?”.

Esos son los pilares de un rockstar que no soñó con serlo, un hombre que ha dicho que lleva nueve años sin tener sexo y al que no se le puede preguntar nada político o personal. Esos, también, son los pilares de Blue Electric Light, un disco que suena como podría sonar el deseo de pasarla bien.

Algo de eso es lo que traerá en diciembre a Uruguay. “El show es una gran expresión, y cómo empiezas también determina cómo terminas. Así que mi idea es subir al escenario con el corazón abierto y dejar que, al igual que la música, se convierta en lo que quiera convertirse”, dice. “¿Para qué estamos aquí esta noche? Sí, estamos aquí para tocar. Estamos aquí para tener una experiencia con el público. Pero, ¿a dónde vamos con esto? ¿Y cómo queremos sentirnos cuando salgamos de este concierto? Queremos sentir todo, queremos sentir la humanidad, el amor, el apoyo, el entendimiento de que todos somos seres espirituales viviendo una experiencia. Así que se trata de unirnos como uno solo”.

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