"Estoy un poco nerviosa, pero ¿sabés qué? Hay que tener fe porque la vida es de los valientes”, dice Fabiana Cantilo al final de la entrevista telefónica con El País. “La vida es de los que se animan a cambiar; nadie aprendió nada desde el lugar de comodidad”, insiste, como si en esa frase se resumiera su historia.
La argentina atiende la llamada antes de volar a Chile. Lleva más de cuatro décadas esquivando el terreno seguro y rearmándose cada vez que lo sintió necesario. Lo sabe: más de una vez pagó el precio por sus convicciones. Ahora suma una nueva mutación, un espectáculo en el que revisita su repertorio junto a un trío sinfónico que lo envuelve en otra piel, y que presentará este jueves en El Galpón (entradas en RedTickets).
En el escenario se mueve con naturalidad: canta, conversa con el público y se sienta en la batería para versionar clásicos como la joya funk “Higher Ground” de Stevie Wonder. Pero los nervios a los que alude no tienen que ver con la gira, sino con la faringitis que arrastra desde hace días. “No me afecta la voz”, aclara, aunque el cuerpo igual la pone en alerta.
Un rato después, ya en camino al aeropuerto, sube una historia a Instagram. Habla de su faringitis y confiesa que lo único que quiere es llegar a la cama del hotel. Mientras tanto se ríe, se distrae, deja anécdotas por la mitad y muestra el auto en movimiento. “Esto es cualquier cosa”, remata entre carcajadas.
Es miércoles 20 por la tarde y Cantilo se prepara para despegar rumbo a tres noches de shows: dos en Santiago y otra en Viña del Mar. El vértigo se percibe desde el otro lado del teléfono. “¿A qué hora tenemos que salir?”, le pregunta a su community manager e interrumpe la respuesta sobre el origen del proyecto. “¿A las 15? Bueno”, grita. “Ay, ¿de qué te estaba hablando?”, retoma la conversación con la misma carcajada inocente que soltará después en Instagram.
Mientras de fondo se escuchan pasos y valijas que se arrastran por su casa, Cantilo —sentada en la cama— vuelve sobre el enfoque musical. “¿Vos me estás jodiendo? ¡Yo amo las cuerdas!”, exclama. “Cuando apareció el piano ya no me gustó; sí me gusta Bach porque tiene clavicordio, pero amo las cuerdas... mi reencarnación debe ser de ahí, qué sé yo”.
Entonces algo se cruza en su vista y descoloca el ritmo de la charla. “¿La pared está manchada?”, se pregunta en voz alta. Llama a su asistente para confirmarlo. “Sí, está manchada. ¡Qué loco! ¡Me cayó café con leche en la pared, cerca de un colgador de sueños!”. La carcajada, ahora, es mutua y resuena a ambas orillas del Río de la Plata.
La explicación del origen de su proyecto sinfónico quedará trunca, pero en una entrevista con el diario chileno La Tercera está la pieza que completa este despistado puzzle narrativo. “Todo empezó cuando canté con Fito y dije a cámara… O no sé, a público o a micrófono. Bueno, a cámara de mentira. ¿Cómo se dice cuando uno mira a cámara y dice algo, pero no hay una cámara? Bueno, no importa, miré a cámara, pero no había nada. Era como una cámara interior. Y me dije: ‘¿por qué tengo una banda de rock?’ No me gusta gritar”, explicó.
El concierto al que hace referencia ocurrió en octubre de 2023 en el Teatro Colón de Buenos Aires. Fito Páez, su expareja y con quien hoy mantiene una relación “como de hermanos”, la invitó a interpretar “Te aliviará” —un tema de su injustamente olvidado El mundo cabe en una canción— en un homenaje a Gerardo Gandini. Rodeada, literalmente, por una sección de cuerdas, Cantilo tuvo la epifanía: había llegado la hora de una nueva mutación musical.
Habló con Cay Gutiérrez, su cómplice musical desde finales de los ochenta —época en que ambos eran parte de Los Perros Calientes—, y le dijo que tenían que intentarlo. La convicción de que “nadie aprendió nada desde el lugar de comodidad” se hizo carne en esa charla. “Y ahora tengo un sinfónico, ¡papá!”, celebra.
El proyecto se adapta a las circunstancias económicas, y Cantilo no lo maquilla. “Hacemos reducciones para trabajar porque así es la vida... no me voy a hacer la tarada”, comenta. “Tenemos un verdadero sinfónico, que es carísimo, y tenemos la media res”, agrega, riéndose de su ocurrencia. “Ay, qué horrible, pero es así”.
Que lo gráfico de su definición no distraiga de lo prometedor de su concierto en Montevideo: estará acompañada por Julieta Bril en violín, Male Medone en chelo, Tito Losavio en guitarra acústica y, claro, Cay Gutiérrez en teclados y dirección musical. También usará pistas para generar el clima de una orquesta completa.
Y, por supuesto, Cantilo tocará la guitarra y la batería (“Nadie se lo espera, pero soy buenísima”, promete) y hablará con el público. “Hago como un stand-up porque me gusta interactuar con la gente”, dice. Pero, sobre todo, mostrará una nueva faceta de su rol como intérprete, donde se permite jugar con los matices y la profundidad emocional que aportan los arreglos de cuerda.
Aunque el rock es el género con el que se la suele asociar —con “Mi enfermedad”, aunque ella reniegue de ello, como canción central—, su discografía tiene varios capítulos en los que las cuerdas ocupan un papel central. En Inconsciente colectivo (2005), su regreso a un rol como intérprete tras varios álbumes dedicados a la composición se acompaña de arreglos de cuerdas que realzan sus geniales versiones de clásicos del rock argentino como “El anillo del Capitán Beto”, “Amanece en la ruta”, “Me arde” y “Canción de Alicia en el país”.
Pero quedarse en su faceta como intérprete implica perderse su lado más poético, el que aflora en su rol como compositora. En su show de Montevideo, por ejemplo, interpretará “Cuidado” y “Destino marcado”, dos joyas de Información celeste (2002); y “Tiro de gracia”, que abre Cuna de piedra, un introspectivo y reflexivo álbum de 2019 grabado con afinación en 432 hz —“Estudien, que es la afinación perfecta”, dice— y atravesado por la influencia de la música celta.
Cuando habla sobre lo que significa cantar y lo que vive en ese rato de alegría compartida en el escenario, las risas quedan de lado y Cantilo se pone reflexiva. “Estoy muy feliz porque tocar me hace bien, y un chamán español que me mandó Fito me dijo que también transmite bienestar a la gente. Es un efecto doble. Y eso es lo único que importa en este planeta: hacer el bien”.