Fueron 18 años de ser pandilla, grupo, familia, un lazo inseparable. Dieciocho años de vértigo, de radios y festivales, de transitar una era dorada del rock nacional y acomodarse a la caída y lidiar con las ambiciones, los deseos, las búsquedas. Fue, al final, un tiempo de desgaste. En 2013 Hereford, la banda que le había dado himno a los tiempos del Pilsen Rock (“Bienvenida al show”) y que se había convertido en protagonista indiscutida del panorama nacional, anunciaba su separación con una carta, de Frankie Lampariello, que decía así: “Es uno de los momentos más tristes de mi vida”, y también, “no tiene vuelta atrás”.
A 10 años y unos meses de aquella amarga despedida, Hereford está de vuelta, aunque sea para una última noche. El 25 de noviembre, los mismos cuatro de siempre —Diego “Chirola” Martino, Frankie Lampariello, Guzmán Mendaro, Rodrigo Trobo— se presentarán en el Teatro de Verano que, todo indica, los recibirá repleto: ya se agotaron las entradas de platea baja y queda lo último en Tickantel.
Ahora, que es la tarde mansa de un viernes de mayo y que el límite entre Malvín y Punta Gorda, a la altura de la Playa Honda, es una zona envuelta en un silencio de siesta, los Hereford dicen a El País que todavía no han ensayado juntos pero que no importa, que la música no los preocupa. Que hay algo que sigue ahí, en el músculo y en la sangre, que se activará apenas enchufen los instrumentos y hagan sonar el primer acorde. Que aquellos que eran cuando funcionaban juntos todavía están ahí, intactos, a lo mejor semiocultos. Que 10 años no es tiempo suficiente para borrarlos.
—¿Y Hereford qué es? ¿Qué es hoy, en qué se convirtió?
Rodrigo Trobo: Para mí Hereford es eso, un espacio generado entre los cuatro y en el que los cuatro nos sentimos a gusto, compartiendo nuestras expresiones musicales, humanas, de amistad. Fue lo que nos unió durante 18 años sin parar.
Guzmán Mendaro: Cuando armamos la banda fue en 1995. Estuvimos todo un año sin ponerle nombre, ensayando canciones; la consigna era crear, y generalmente las canciones tenían un compromiso de orden personal. Después le pusimos nombre, salimos a tocar, grabamos el primer disco que tenía ese espíritu y siguió el camino. Empezó a tener, la banda, otras responsabilidades a la hora de defender las canciones. Entonces Hereford es un proyecto artístico, que creció y fue cambiando con las épocas, más allá de ser un espacio en el que convivimos los cuatro. El Chirola dijo una cosa que está buenísima: que una banda no es el 25 % de cada uno, tiene que ser el 100 por ciento de cada uno al servicio de la banda. Es mucho más que la suma de las individualidades. Fue como un gran camino de vida.

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Fue a comienzos de 2022. Un chico de Melo contactó a Frankie Lampariello, bajista, con varios proyectos musicales y hoy participante de Masterchef Celebrity Uruguay. Diagnosticado con esclerosis lateral amiotrófica (ELA), el joven viajaba a Montevideo para tratarse en el Hospital de Clínicas, y tenía un deseo: quería compartir apenas un rato con la banda de su vida, esa a la que había visto dos veces en la discoteca Speedy González de su ciudad, esa que llevaba tanto tiempo diluida. Quería una tarde con Hereford.
Así que Lampariello le escribió a todos y allá fueron el cantante Chirola Martino (que tiene dos discos solistas editados), el baterista Rodrigo Trobo (que es docente y toca en varios proyectos), el guitarrista Guzmán Mendaro (hoy en dúo con Alejandro Spuntone) y Frankie a Lagomar Norte, a compartir y conversar.
Antes, hace cuatro años, los cuatro se habían encontrado por única vez desde la ruptura, para acordar asuntos de derechos de autor y la llegada de su música a las plataformas. Había sido una reunión comercial: esta, alrededor de un fanático, era una reunión afectiva. Y todo lo que se podía mover, adentro, se movió.
Después vinieron los asados, más charlas y eventualmente, el deseo de tocar. El regreso, dicen, tiene algo de perdón: para Chirola Martino hacía falta ofrecerle una pequeña disculpa a la banda, resarcir los posibles daños de aquel áspero final.
Cuando hablan de la separación, los Hereford hablan de desgaste. Dicen que llevaban años con los vínculos erosionados, que sus últimas actuaciones fueron tristes y que en la música se notaba todo aquello que había cambiado.
En algún momento, Hereford dejó de ser un espacio de disfrute; ahora, eso es lo único que se exigen para regresar. Recuperar algo del esplendor enérgico de los tiempos de, por ejemplo, el disco La corona del rey, y sobre todo pasarla bien.

—¿Entonces, para qué y por qué vuelve Hereford?
Frankie Lampariello: Es llegar a ese show con todo lo que eso implica; tenemos un largo camino a recorrer de acá al 25 y hay que ver cómo estamos, cómo encajamos musicalmente, porque todos hicimos otros caminos que nos llevaron a otros lugares. Por un lado nos encantaría seguir, hacer más shows, un montón de cosas, pero vamos a concentrarnos en esto y el 27 veremos.
Chirola Martino: Fue una de las primeras consignas: veamos cómo nos sentimos, respetémonos el sentimiento del 27, cuando se enfríe todo, porque el 26 todavía vamos a estar festejando (se ríen); y ver qué nos dejó todo esto. También nos debíamos el juntarnos, porque en realidad de la manera que la banda se separa, el momento en que dejamos de tocar, fue agridulce; faltó hacerlo de otra manera…
Lampariello: Que sea más comunicativo de banda y no tan personal, porque fui yo el que se fue.
Martino: No, no importa eso. Importa que haya sido más... cariñoso. Es como que le debemos una pequeña disculpa a la banda. El 27 vamos a mirar y vamos a decir…
Mendaro: Hoy el objetivo es tocar. Cuando nos separamos, nos separamos porque teníamos objetivos diferentes, habían cambiado un montón de cosas, estábamos con diferencias, siempre tuvimos zanahorias adelante y cosas que no andaban… Y como yo le tengo tanto respeto a esta parte de mi vida no quiero hacer futurología. No se trata de eso: quiero ensayar, eso va a ser lo lindo para mí y para todos. Y después tocar y ver. No sabemos qué va a pasar. Ojalá esté todo lindo y podamos seguir, pero con respeto. El primer paso que damos, lo damos bien: tocamos y nos respetamos. Y después vemos.