Quienes lo han visto en acción sabe que el maestro suizo, Nicolás Rauss, no solo es un director de orquesta sino también un maestro de ceremonias capaz de transmitir su propio amor y entusiasmo por la música en el público.
Ese carisma es fácil de comprobar. Por ejemplo mañana, sábado 12 cuando se ponga al frente de la Ossodre, la orquesta de la que es director artístico desde 2023. Es en la sala principal del Auditorio Adela Reta, a las 20.00 y con entradas, quedan pocas, en Tickantel.
Allí presentará un repertorio barroco y romántico: Suite orquestal n.º 3 en Re mayor, BWV 1068 de Johann Sebastian Bach; Nisi Dominus para contratenor, cuerdas y continuo, RV 608 de Antonio Vivaldi y Sinfonía en Re mayor para la Celebración de una Revolución religiosa, Op. 107 de Felix Mendelssohn.
Sobre su estilo, el momento de la Ossodre y el público de la música clásica, Rauss, quien vivió una temporada en Uruguay y hasta tuvo una casa en el Parque Rodó que se arrepiente de haber vendido, con la excusa del concierto, charló con El País.
—¿Cómo está la Ossodre?
—La orquesta está muy bien pero no tiene que ver exclusivamente conmigo. Es anterior a mí. Es gracias a los músicos que han ingresado en los últimos años, que realmente tienen un nivel muy distinto del que conocí a fines de la década de 1980. El Auditorio, esta maravillosa casa del Sodre y los uruguayos acá, también ha contribuido a mejorar a todos los cuerpos estables.
—¿Cómo cambió ser director?
—Hoy no es como antes. En la época de Von Karajan, por ejemplo, el director venía e imponía lo que quería. Ahora hay un ida y vuelta: uno recibe, mira las caras, y en función de eso puede guiar algo que no necesariamente es lo que había previsto. Es un poco como el amor, que llega y uno no lo había planeado.
—El final del proceso anterior fue tenso, ¿hubo que sanar a la orquesta?
—Soy conciliador, y cuando llegué, creo que solo con mi personalidad, las cosas se calmaron un poco. Yo antes era distinto, ojo. Solía ser seco, impaciente, pero también, en esto, el diablo sabe más por viejo que por diablo. Es increíble lo que siento que aprendí en dirección en los últimos 10 años. Son cosas inexplicables.
—¿En qué mejoró la Ossodre?
—En lo musical, tengo la impresión de que estamos haciendo un trabajo muy interesante en cuanto a la calidad sonora. Y también hay un lindo contacto con los dos públicos con los que trabajamos: el del Auditorio Adela Reta y, algo que me gusta muchísimo, el de los conciertos en el interior. Ahí el contacto es increíble. El público es súper cariñoso y muy atento, diría que incluso más que el de la capital. Y son cosas que pasan desapercibidas porque no están en los medios, pero son conciertos que disfruto muchísimo.
—Hace un tiempo, en una entrevista con El País, usted decía que la orquesta tiene que ser “atractiva, pero no vendida”...
—Sí. Uno puede, de vez en cuando, hacer algo así, un espectáculo con un poco más “show”. He hecho rock sinfónico, por ejemplo. Lo que me da un poco de pena es que también me gustaría que ellos -los de otras músicas- vinieran alguna vez a tocar un Beethoven. Cuando uno hace un gran show con algo que no es exactamente nuestra música sinfónica, está bien, el público va, sí, pero no necesariamente vuelve para ver a la Sinfónica. Capaz que de vez en cuando se puede hacer, porque así la gente se entera de que esto existe.
—Esa disyuntiva entre lo “comercial” y lo “culto” es algo que muchas orquestas se plantean...
—Sí, muchas. Estuve en Alemania dirigiendo en enero y vi que muchas orquestas (no las de primera línea, que no hacen eso) están haciendo música de películas. Y no sé si es una buena noticia. A la música clásica le va muy bien: a Mozart hoy lo conocen, lo tocan y lo disfrutan millones de personas. En su tiempo, ni mil lo escuchaban. Y hay otra cosa: a veces tenemos la impresión de que hay que buscar un público más joven. Cuando tenía 20 años, en mi país, iba a los conciertos sinfónicos y veía a toda esa gente con el “pelo blanco” en la platea y pensaba: “En 20 años no queda nadie”. Y no pasó. Los conciertos están llenos.
—¿Y cómo es el público uruguayo?
—Súper abierto. Mi hijo es director técnico del fútbol femenino de Nacional (¡y campeón uruguayo!, paso el chivo) y trae amigos que no tienen nada que ver con esto, y se van encantados. Y no tienen problema en volver.
—¿Pero el público sigue siendo principalmente gente mayor?
—No en su totalidad, pero sí, una parte importante del público lo es. Y no me parece mal. Los jubilados hoy viven 20, 30 años de retiro, entonces está muy bien que nosotros podamos aportarles algo. Pero hay un público variado.
—¿Y cómo crece la audiencia?
—Tenemos que progresar en la forma de comunicarnos con los uruguayos, y hacerles ver, hacerles imaginar que acá la pueden pasar bien. Después del COVID, había 400 personas por concierto en una sala para 1.800. Ahora, a veces tenemos 1.800. O en conciertos como el de este sábado, que tiene a Bach, Vivaldi y Mendelssohn, capaz que tendremos tres cuartas partes de la sala, y para mí eso está muy bien.
—¿Y en eso tiene una responsabilidad usted?
—Es mi cuarta titularidad en una orquesta (fui dos veces en Argentina y una en Chile) y nunca me ocupé de que la gente viniera a los conciertos. Pero como el Consejo anterior me lo pidió especialmente, y me di cuenta de que era importante para la autoestima de la orquesta, entonces trabajé en ese sentido los programas. Le doy un ejemplo: me gusta un autor checo, Bohuslav Martinů, y nadie lo conoce. Cuando lo tocamos el año pasado, puse antes Rhapsody in Blue, de Gershwin. Capaz que algunos se fueron antes, pero los que se quedaron aplaudieron muchísimo. Trato de hacer guiños al público, pero no es algo que quiera hacer siempre. Este año hay menos guiños. Vamos a hacer un Brahms, por ejemplo, que en Montevideo no atrae a mucha gente y por eso lo acompañé con Piazzolla, que, sin saberlo, tiene mucho que ver con Brahms. Y capaz que lo explicamos en el concierto. Y más aldelante vamos a tener Sensemayá, de Revueltas, y una pieza de Leo Maslíah en un programa con Mozart.
—Usted interactúa con el público, haciéndolo cantar o señalando detalles. ¿Es parte de hacer más atractiva la experiencia?
—Sí, pero también un poco es por placer personal. Si estuviéramos escuchando música acá, sentados, podríamos señalar cosas, detalles… ¿por qué no hacerlo en un concierto? A veces, haciéndoles cantar una melodía, yo pienso que después les queda en la cabeza. Y, si no, igual nos divertimos mucho.