En las entrevistas que ha dado de cara al espectáculo de este miércoles en Sala Zitarrosa, en el que apoya sus canciones y su banda sobre parte de la Banda Sinfónica de Montevideo, Ana Prada ha repetido algunas ideas. Ha dicho, por ejemplo, que no puede creer lo afortunada que es de tener esta oportunidad. Que si no fuera por la Zitarrosa y la BSM, nunca podría darse el lujo de hacer algo así. Que a veces, cuando suenan los violines y las violas y los vientos, tiene que concentrarse para seguir cantando. Que esto es lo más parecido a vestir su obra de gala, de traje de diseñador.
Este miércoles, Prada volverá a la Zitarrosa a presentar una versión de un show que estrenó el año pasado y que, dice en videollamada con El País, tiene una clave: pasar de tocar sola con la guitarra a tocar con su banda, en formato desenchufado, y luego integrar a estos nuevos componentes que engrandecen su sonido, es un ir y venir a la esencia, que refuerza los contrastes. “Muchas veces la música tiene eso”, dice. Un juego de llenos y vacíos que eleva la emoción a la enésima potencia.
“Es como un sueño”, dice. “Me acuerdo que cuando era chica se daba mucho que compositores o bandas de música popular, sobre todo de lo melódico internacional —Camilo Sesto, Raphael, incluso Los Iracundos—, iban a un estudio y grababan con arreglos de instrumentos clásicos. Y esa conjunción siempre me parece de un nivel emocional muy grande, porque es como épico que te suene un viento, que suenen cuerdas. Le da una trascendencia a la parte de las emociones que está buenísimo”.
Criada en Paysandú y convertida en una de las principales cancionistas uruguayas de su generación, con un fuerte desarrollo en el territorio argentino, Ana Prada dice que fue ahí, en su adolescencia, en su juventud, que entendió el poder de la armonía musical. O el poder de la música en sí misma. Cuando se emocionaba con lentos en inglés sin entender ni una sola palabra de lo que aquellos versos decían, o ahora, cuando escucha una canción de la banda argentina Duratierra y siente que algunos pasajes le golpean extrañamente el pecho, o cuando va a ver a Fernando Cabrera y no puede evitar quebrarse, Prada no logra explicar del todo qué le pasa —¿acaso alguien sí?—, pero se entrega, como una vez en Colombia, cuando se sentó frente a una obra de arte contemporánea. Era la pintura de un árbol amarillo. Se ubicó a la distancia indicada y de pronto, en la quietud, empezaron a llover florcitas del techo y ella rompió en llanto. Lloró tanto que le fue difícil salir a cantar.
“Lo que me emociona de las canciones es una especie de conjunción”, dice a El País. “Si descubriera eso, quizá sería la alquimia”.

Ana Prada hoy, entre las canciones y un nuevo desafío
Prada llega al concierto del miércoles con agenda ocupada. A su proyecto solista, que la tiene con frecuencia en la carretera y tocando sobre todo entre Argentina y Uruguay, se le sumaron un par de parcerías que la entusiasman. Por un lado, formó dupla con su amiga Malena Muyala, con quien ha realizado varios conciertos bajo el título Más cerca que siempre, lo que pronto las llevará a Treinta y Tres. Por otro lado, se unió con Samantha Navarro y La Dulce para el formato Dulces Pecadoras, que acaba de estrenar un material en vivo y el 2 de agosto llegará a la Zitarrosa.
Como si fuera poco, hace unos dos meses fue designada como nueva presidenta del Fondo Nacional de Música (FONAM), cuyo objetivo es darle apoyo y difusión a la actividad musical nacional de todo el país. Solo en el primer llamado de este año se presentaron 1.025 proyectos, “lo que habla de una inquietud, de algo vivo en la música uruguaya”, dice. Se encuentran evaluando.
“Es como otra forma de trabajar por la música, como diciendo: ayudo desde acá, pongo este granito de arena”, dice Prada.
“Gracias al FONAM un montón de gente ha podido grabar discos, seguir estudiando, profesionalizarse a través de su instrumento, de su sonido. En Argentina no pueden creer la cantidad de músicos que hay acá. Creo que tiene que ver con que fuimos un país que tuvo una clase media trabajadora bastante ancha y fuerte, lo que generó que mucha gente estudiara un instrumento, aunque no se dedicara profesionalmente. Y creo que el Uruguay viene con un sello propio de mucha manifestación musical: el candombe, la murga, lo folclórico en el litoral, en Tacuarembó, en el Olimar, las charangas, la cumbia fronteriza que tiene mucho más que ver con Río Grande del Sur y con los chamamé argentinos que con Montevideo, por ejemplo. Somos chiquititos, pero tenemos mucha variedad”.
Prada resalta la importancia de la profesionalización de la música, de los músicos, y el desamparo “tremendo” que viven como trabajadores. “También de eso hay que conversar. Hay que plantearlo, ponerlo sobre la mesa, ver cómo formalizar esta profesión de a poco”.
Así, entre conciertos y nuevos desafíos, entre la maternidad y la casita que al fin pudo comprarse, Ana Prada está en un momento bueno.
“No sé si necesariamente con la música, porque la verdad es que no tengo ese tiempo de agarrar la guitarra y ponerme a divagar horas y horas”, reconoce sobre lo creativo. “Pero me siento agradecida. Estoy medio como en una epifanía de sentir cierto reconocimiento. Esto de la Sinfónica, de que me hayan convocado para compartir escenario, para mí es un honor enorme que lo tomo como un reconocimiento. De alguna manera miro para atrás y digo: uy, yo en realidad hace años que vengo remando acá, en este barquito de la música, yendo para todos lados, tocando aquí, allá, viajando, perdiéndome cosas superimportantes, estando triste y tocando igual, yo que sé. Entonces, hoy me encuentro refeliz. Si tuviera que elegir una vida, elegiría lo mismo”.
Prada sigue: “Estoy disfrutando mucho de mi hijo amado y siento que llegué a un momento donde tengo una cierta estabilidad que nunca me había planteado. Ahora vivo en una cooperativa, con una gente preciosa. No sé, no le pido mucho más a la vida. Sí le pido seguir trabajando, poder subirme a un escenario, tener salud, que mis seres queridos estén bien, que mis amigas y amigos estén bien, tener amor y sobre todo, mi hijo”.
Después, dice, le queda agradecer al público, a la gente que ha estado siempre ahí. “Yo siento que tengo un público muy fiel que me ha acompañado siempre, incluso a pesar de mí. Yo nunca trabajé concienzudamente para alcanzar un éxito o lo que se podría entender como fama. Es más, he sido bastante inconstante en un montón de cosas, demoré casi 10 años en sacar un disco nuevo. E igual están”.
Es probable que lo vuelva a comprobar el miércoles, cuando cante en la Sala Zitarrosa, vista sus canciones de gala y conecte una vez más con la emoción. “Soy un artista independiente, y eso que quiere decir que soy un totalmente dependiente de la gente”, dice y se ríe. “Más dependiente que nadie”.
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