JORGE ABBONDANZA
Este no era un enigma sencillo. El faraón Tutankamon murió por causas desconocidas a los 18 años, en el siglo XIV antes de Cristo. Su notoriedad no habría crecido más allá de un moderado sitio en su dinastía, si en 1922 el arqueólogo inglés Howard Carter —que trabajaba en el Valle de los Reyes de Egipto por cuenta del rico filántropo Lord Carnarvon— no hubiera hecho el descubrimiento más espectacular en materia de antigüedad faraónica: excavó la tumba casi intacta de Tutankamon, dentro de la cual no sólo había miles de objetos ornamentales, mobiliario y piezas religiosas, sino que además reposaba el enorme sarcófago del faraón, una mole de piedra en cuyo interior estaba el féretro de madera pintada y dorada que guardaba la momia.
Desde entonces, Tutankamon ha sido una estrella debidamente divulgada por la prensa, los libros, el cine, el teatro y finalmente la televisión. Su celebridad giró mayormente sobre el deslumbramiento del hallazgo sepulcral, y no tanto sobre la circunstancia de su corta vida, en la cual subió prematuramente al trono y murió de manera también precoz, antes de cumplir los 19. Desde 1922 se ha especulado con la posibilidad de que ciertas fuerzas regresivas de la corte egipcia hubieran podido ultimarlo, sobre todo considerando que su padre Akenatón había inaugurado —fugazmente— el culto monoteísta de Aton, poniéndose en contra a la poderosa casta sacerdotal. El regreso de Tutankamon al tradicional panteón de dioses egipcios pudo deberse a la presión de la jerarquía religiosa, aunque casi toda su vida queda en una penumbra donde las certezas no existen.
AUTOPSIA. Luego de su descubrimiento, Howard Carter encargó una autopsia del cuerpo de Tutankamon al doctor Douglas Derry, estudio que se realizó en 1925. Más tarde se efectuaron radiografías del cráneo del faraón, exámenes cumplidos en 1967 en base a los cuales el doctor Todd Gray, jefe del departamento forense de Salt Lake City, se pronunció hace unos años asegurando que la muerte de Tutankamon no obedeció a causas naturales. Un coágulo en la base del cráneo del joven monarca (y el gesto algo desencajado que muestra su cara embalsamada) autorizaría a suponer que un golpe pudo precipitar su defunción, aunque ciertos rastros en su columna vertebral han hecho pensar que una enfermedad congénita a la espina dorsal podría haberlo debilitado hasta matarlo antes de tiempo. Todas son hipótesis, empero, sobre las cuales se apoya ahora otra investigación.
Para empezar, el doctor Robert Richards, del departamento de física médica de la College University de Londres, reconstruyó laboriosamente lo que pudo ser el rostro de Tutankamon, empleando para ello el contorno de su mascarilla mortuoria y apelando al escáner para delinear las facciones de individuos vivos que tuvieran similar edad, talla y origen étnico que el faraón. Trasladó esa reconstrucción a tres dimensiones y modeló en fibra de vidrio una réplica de lo que le indicaba la computadora, obteniendo así una estampa sobrecogedora de la cara que pudo tener hace más de 3.000 años el monarca sepultado con tanta pompa —aunque también con inusual precipitación— en el Valle de los Reyes.
Lo apasionante de un film documental como El asesinato de Tutankamon consiste en que sus productores resolvieron emprender una nueva investigación, pero armada de acuerdo a los métodos modernos que suelen despejar un homicidio. Entonces se contrató a dos detectives prestigiosos como Greg Cooper y Mike King. El primero fue jefe de Policía y director de Defensa Civil de la ciudad de Provo (Utah) y el segundo se desempeñó como director del proyecto de Seguimiento y Análisis Criminal de esa misma ciudad norteamericana, habiendo sido además teniente junto al Fiscal General de dicha sede. Ambos han trabajado en este caso junto a un numeroso equipo de expertos egiptólogos, estudiosos de la antigüedad, radiólogos, forenses y especialistas en neurología.
SOSPECHOSOS. Examinando minuciosamente los medios, los motivos y las oportunidades que pudieron existir para cometer el eventual magnicidio, Cooper y King llegaron a establecer una breve lista de sospechosos principales. En ella figura el ministro de finanzas Maya, un funcionario de Tutankamon que se enriqueció durante su gestión y pudo temer que el monarca se apoderara de su peculio; el comandante militar Horemheb, jefe del ejército egipcio, disgustado por la juventud y debilidad física de su rey; la ambiciosa Ankhesenamun, esposa del faraón, a quien estuvo prometida desde la niñez y que pudo querer vengarse de haber soportado algún doloroso aborto natural, y el primer ministro Ay, consejero del monarca, figura casi paternal, quizás inclinado a asumir personalmente el poder sacando del paso a un soberano demasiado juvenil, inexperto y frágil.
En su exploración de un pasado tan remoto, Cooper y King aplicaron modernos sistemas detectivescos (trazar un perfil criminal, analizar comportamientos, estudiar a la víctima, elegir momentos propicios para el acto) e intentaron aplicarlos a un período histórico cuyo estudio ha sido hasta el momento la exclusividad de historiadores y expertos en egiptología. "Nuevas técnicas para reabrir viejos casos" dijeron un poco en broma al emprender la tarea. "Estábamos convencidos de que descubriríamos algo diferente, y creo que lo hemos logrado", agregan, luego de indagar la posibilidad de una muerte provocada por causa natural, suicidio, accidente o asesinato.
Para ello se trasladaron a la escena del crimen y rastrearon en Egipto todo tipo de dato, testimonio o referencia que hubiera sobre la figura estudiada y su repentino final. Ingresaron a la cámara mortuoria de Tutankamon , releyeron las inscripciones de jeroglíficos en sus muros, conocieron personas "clave", llegaron al sitio natal del faraón en Amarna pero encontraron como datos más sospechosos los factores en torno al enterramiento del rey: "lo hicieron con prisa, la tumba estaba mal pintada, la tapa del sarcófago no encajaba. Todo eso configuraba un acto casi irrespetuoso". Tales sospechas fueron respaldadas por el doctor Harold Bursztajn, psiquíatra forense de la escuela de Medicina de Harvard, "que corroboró el análisis de comportamiento" trazado por los dos investigadores.
MENTALIDAD. Una conclusión de Cooper y King, al cabo de todo su itinerario, fue que "la naturaleza humana y los crímenes que comete, no han cambiado en los últimos tres milenios. Lo que mueve la conducta del hombre —el poder, la sed de dominio, la búsqueda de riqueza, la necesidad de control— es hoy algo idéntico a lo que fue en aquel lejano momento".
Financiada por Discovery Channel, la película El asesinato de Tutankamon fue producida y dirigida por Anthony Geffen, que antes había trabajado en la BBC de Londres y ha respaldado más de cuarenta series y telefilms (Jerusalem ciudad celestial, Los griegos como eje de la civilización, La tierra prometida, El sueño americano) además de documentales de recopilación sobre Hirohito, Franco y Arafat, entre otros. Hace una década, Geffen fundó Atlantic Productions, que ahora ha sido el sello productor de esta película sobre el misterio de la momia más famosa.
El nombre del asesino
El canal Discovery como forma de ensanchar la audiencia de El asesinato de Tutankamón propuso un concurso para sus seguidores. El asunto consiste en contestar quién fue el asesino de esa notabilidad egipcia y para ello da cuatro pistas, con nombre y apellido y características de los sospechosos. Claro que primero el interesado deberá preguntarse si la respuesta es posible, más allá de la innegable capacidad del equipo de investigadores encabezado por Greg Cooper y Mike King.
Después tendrá que optar por una de los cuatro nombres ofrecidos. Uno es Horemhed, el ambicioso comandante del ejército, quien podría ver con malos ojos la juventud y debilidad física de Tutankamón porque era la imagen de un Egipto vulnerable. El segundo sospechoso se llama Maya, fue ministro de finanzas del faraón y el posible móvil del asesinato radicaría en el hecho de sentirse amenazado en su fortuna. La esposa de Tutankamón, Ankhesenamun, es otra sospechosa porque ella soportó dos dolorosos abortos. Finalmente, se encuentra Ay, primer ministro, consejero, protector y figura paterna, obsesionado con el poder.