Diego Recoba, un autor premiado e inclasificable, entre Nuevo París y París: “Necesito a un lector confundido”

El escritor y periodista uruguayo, ganador del Bartolomé Hidalgo y el Premio Nacional de Literatura por "El cielo visible", dialogó con El País sobre "Antártida y sus Galaxias", su imperdible nueva novela.

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El escritor Diego Recoba.
Foto: Francisco Flores.

La obra de Diego Recoba habita un territorio inclasificable. Desde Sobredosis (2020), aquel volumen de la colección Discos de Estuario que toma el álbum bisagra de Karibe con K para trazar una cartografía interior de su infancia y adolescencia en Nuevo París, el autor forjó un estilo sumamente personal dentro de la literatura uruguaya contemporánea. Ensayo y autoficción se cruzan en un juego que interpela al lector a través de un pacto implícito sobre los límites de lo verosímil. Hay relecturas de lo popular, cuestionamientos al relato oficial y, sobre todo, una narrativa filosa y envolvente, sin ataduras, que invita a dejar los prejuicios estilísticos de lado.

Con El cielo visible (2023), Recoba llevó su escritura a un nuevo nivel. No solo ganó el Premio Nacional de Literatura y el Bartolomé Hidalgo, sino que fue elegido para representar a Uruguay en la edición 2024 del Mapa de las Lenguas, una iniciativa de Penguin Random House que publica en toda Iberoamérica a autores de trece países. El salto también fue en términos de lectores: para este escritor —fue cofundador de la editorial independiente La Propia Cartonera, e integró el equipo de Salvadora Editora—, el libro marcó un quiebre en la proyección de su obra.

Esa obra híbrida, que roza las 500 páginas, amplifica los elementos que sostenían a Sobredosis y los entrelaza con la tarea, casi utópica, de reconstruir la historia de su árbol genealógico y de su barrio. A esa búsqueda se suma la figura de Mirtha Passeggi, una escritora uruguaya que desapareció sin dejar rastro y cuya vida se convierte en espejo y obsesión. En esa particular mezcla de memorias, rastros y silencios, El cielo visible confirmó a Recoba como una de las voces más singulares y lúcidas de la narrativa uruguaya actual.

Ahora acaba de sumar un nuevo título a su obra: Antártida y sus Galaxias, que marca su regreso a Estuario Editora. El libro parte de una idea prometedora: en una reunión de exalumnos de liceo, la protagonista hojea un fanzine de finales de los ochenta y se topa con una mujer que se le parece demasiado. El único dato que encuentra es que es cantante y que se hace llamar Antártida, una inspiración directa en la estrella española Alaska. Y para ella, que nunca supo quién es su madre, algo se enciende. El silencio familiar en torno al tema no hace más que alimentar la sospecha: puede ser ella.

Con ese punto de partida, Recoba construye una historia que entrelaza un ensayo sobre la ausencia de una movida pop en el Uruguay de los ochenta con relatos hilarantes que retoman el pulso humorístico de su novela debut, Locas pasiones (2019). No tiene sentido arruinar el efecto de las sorpresas, pero basta con decir que por sus páginas desfilan figuras tan inesperadas como Cacho de La Cruz, el Tío Víctor, el dúo alemán Modern Talking y los parodistas Los Gaby’s. En ese desfile improbable —y por momentos delirante— reaparece con fuerza el juego con lo inverosímil que ya asomaba en sus libros anteriores. Porque de eso se trata, parece decir Recoba: de un juego a la distancia con el lector.

El autor, que pasó de vivir en Nuevo París a radicarse en París para cursar una maestría en Arte Contemporáneo, hizo un viaje fugaz a Montevideo para presentar su nuevo libro. En ese marco, conversó con El País para esta entrevista. De ahí, viajó a Argentina, donde en la Feria del Libro de Buenos Aires presentó un mapa ilustrado de las descripciones de Nuevo París que habitan El cielo visible.

Antártida y sus galaxias critica lo que la protagonista llama una pelea del rock posdictadura por ver quién era más gris. Ella encuentra el color que falta en el pop y en el parodismo. Es una mirada que conecta con tu abordaje de Karibe con K en Sobredosis. ¿Qué te interesa de ese universo que queda por fuera de la historia oficial?

—Es mi tema de siempre. En Antártida y en Sobredosis aparece desde la música; en El cielo visible, desde la literatura, pero el tema es el mismo: esas cosas que quedan por fuera del relato hegemónico y que con el tiempo se vuelven casi inalterables. A vos todo el mundo te dice que en los ochenta estaban Los Estómagos, Los Tontos, un par de lugares para tocar, algunos escritores, fanzines... y listo. Pero hubo distintas formas de vivir los ochenta que me interesaban indagar. En Antártida uní esa inquietud con algo que me pasó escuchando a Alaska y a Virus: me pregunté por qué no hubo bandas así en Uruguay. La primera respuesta es que hubo dictadura. Pero en Argentina también la hubo, y esas bandas existieron. Empecé a investigar, a entrevistar gente, y nadie sabía la respuesta. Y cuando aparece una incertidumbre así, nace una novela. Hay quienes responden con ensayos o artículos. Yo, con ficción.

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"Antártida y sus galaxias".
Foto: Estuario Editora.

—Lo más cercano, según la protagonista, es Zero. Luego, poco más.

—Sí, hubo algunos acercamientos, sobre todo desde el post-punk, pero no a ese pop bailable como el de Alaska. En las entrevistas surgió otra explicación: que no teníamos los instrumentos para sonar así. Durante un tiempo creí que era cierto, hasta que encontré un jingle de la época que sonaba a pop, y una actuación de Los Gaby’s que también tenía ese sonido. Entonces descarté esa teoría y entré en un territorio más profundo: ¿por qué como sociedad no tuvimos ningún tipo de feeling con eso, a pesar de que se escuchaba mucho? Ahí entra la mirada de cierta izquierda cultural, que catalogaba ese tipo de música como "pasatista, frívola, de ricos o de putos". Era una escena extremadamente masculina, y capaz por eso el pop fue rechazado.

—Hay un punto de contacto entre el pop, el parodismo y Karibe con K: la construcción del personaje escénico. Está en el vestuario, en la coreografía o en el maquillaje.

—Totalmente. Una de las teorías que apareció en las entrevistas fue la relación entre la sociedad uruguaya y el cuerpo. Todos esos ejemplos tienen que ver con cómo se expone el cuerpo, y cómo cierta sensibilidad rockera montevideana no podía aceptar eso. Lo que no se resolvió en el rock, sí se dio en la tropical, en el carnaval… y en la movida subterránea gay. Son, justo, tres espacios donde el pop era importante. Ahí entendí que en Antártida estaba tratando lo mismo que en Sobredosis y El cielo visible: cómo la sociedad uruguaya procesa lo diferente. Podemos mirar los ochenta y decir: “Qué conservadores”, pero como sociedad aún no hemos sido maduros en eso. Todavía miramos mal a lo que se sale del molde y actúa diferente. Y lo que tienen de bueno los personajes como Antártida, Mirtha Passeggi y Karibe con K, es que con su vida amplían los límites de experiencia que como sociedad fuimos achicando. Nuestro conservadurismo nos reduce la visión del mundo, y ellos la ensanchan.

—Los tres, además, suelen presentar un cuestionamiento de lo que se da por hecho. ¿Esa es una obsesión literaria?

—Total. Y a la vez es un anhelo o una envidia: siempre escribo sobre personajes así porque me gustaría ser así. Por eso, en El cielo visible el personaje que se llama como yo es todo lo contrario a Mirtha: es cobarde y dubitativo, y encarna todo lo que critico de la sociedad uruguaya… Y yo me incluyo como parte del problema, porque he sido conservador y he tenido problemas para procesar las diferencias en mi trabajo como editor, periodista y crítico cultural. Entonces, uso a las novelas y a este tipo de personajes fuertes para ver si, de alguna forma, puedo ser un poco mejor o el que quisiera ser.

—En El cielo visible, una frase del narrador captura ese interés: “No sé la sinopsis de mis libros (...) a veces ni siquiera puedo ubicarlo en un género, en una corriente, en un lugar en el mapeo de la literatura uruguaya”. ¿Cuándo te sentiste listo para jugar con esa búsqueda?

—Me costó darme cuenta. La primera vez fue cuando le mostré mi primera novela, Locas pasiones, a un amigo escritor argentino. Él la leyó y me dijo: “Dieguito, me encanta pero tiene un problema: acá hay diez novelas”. Me entristecí bastante y sentí que había pasado tanto tiempo trabajando para nada. Pero después me di cuenta de que eso no era necesariamente malo… Yo soy caótico y torrencial, así que me largué y la publiqué. La verdad es que no sucedió lo que esperaba y fue recibida con indiferencia. Entonces, ¿qué hice? Me propuse escribir una novela con los temas del momento y lo que se premiaba. Cuando terminé, me di cuenta de que el proceso había sido horrible y que el resultado era lo peor que había escrito en mi vida. Y ahí hice el click...

—¿Y qué hiciste con la novela? ¿La descartaste?

—No. La tengo guardada en un cajón y es un recordatorio para no volver a hacer cosas para tratar de ser aceptado. Y ahí fue que empecé, pero es un proceso que nunca termina. De hecho, Antártida es anterior a El cielo visible, por eso conserva cosas de novela tradicional que se pueden explicar con cierta sinopsis. Además, en Antártida hay algunas cosas que chequeé, mientras que en El cielo visible escuchaba un rumor y lo ponía sin importar si era real. Mezclo cosas que no son ciertas con las que sí, porque me interesa generar confusión, un estado que siempre me interesó como experiencia artística. Yo necesito a un lector confundido, porque así está sin los escudos, y la obsesión con lo verosímil es una defensa.

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Diego Recoba.
Foto: Francisco Flores.

—Bueno, eso es lo que me pasó en las primeras páginas de Antártida: googleaba nombres y datos que aparecían para ver si eran ciertos, y me encontré con algunos que sí y otros que no. En un momento, me di cuenta de que si seguía así estaba matando la verdadera experiencia que proponés como autor.

—(Sonríe) Lo que pasa es que yo investigo para hacer trampas. Como sé que el lector va a recurrir a Google, necesito que más de una vez busque algo que le parezca extremadamente insólito… y que sea cierto. Y si eso le sucede varias veces, entonces va a decir: “Ah, entonces todo es posible”. Y yo necesito justamente eso: un lector que sienta que todo es posible. Por eso le doy un tratamiento de verdad a lo que cuento. La vida está llena de cosas insólitas, y si el lector se da cuenta de que la novela no está mintiendo, empieza a aceptar el juego. Pero el problema es que el lector cada vez tiene menos ganas de eso.

—El año pasado fuiste parte del Mapa de las Lenguas con Penguin. ¿Qué tal la experiencia de que se te publique en toda Iberoamérica?

—Una de las cosas que más me ha costado de El cielo visible en otros países es que es un bodoque que no saben cómo categorizar. Cuanto más seriado es un libro, mejor funciona el mercado y si no entendés de entrada qué hizo ese autor, va a la mesa de los raros. Entonces, es difícil. Pero me encanta que haya gente que no puede determinar qué es real y qué no. Muchos creen que Nuevo París es un lugar increíble y lo quieren visitar. Y eso me fascina.

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"El cielo visible", de Diego Recoba.
Foto: Penguin Random House.

—¿Qué más destacás?

—Es importante que te lea gente por fuera de tu círculo. Pasé de que me leyeran mis amigos a que me leyera gente de otros países. Y eso genera vínculos: ahora voy a Bogotá a la Feria del Libro y escritores colombianos que me habían leído quieren tomar un café. O en Barcelona presenté el libro y cayó Rodrigo Fresán, y estuvimos charlando. Son cosas que algunos ven como frivolidades, pero para un escritor —como para cualquier artista— las redes y los diálogos con colegas son fundamentales. Y eso me empezó a pasar a partir del Mapa. Siempre fui un autor medio raro, con temas que capaz no importan fuera de Uruguay. ¿A quién le importa Karibe con K? Entonces fui local. Y ahora, por primera vez, estoy ampliando la red y eso me obliga a ver de otra forma el campo literario, a cuestionar cosas que tenía por seguras, incluso lo de ser escritor. El libro se publicó en noviembre y es larguísimo, así que recién estoy recibiendo comentarios de lectores. Veremos qué pasa.

—Es interesante pensar que durante un tiempo buscaste la legitimación por otros caminos, como con esa novela inédita que escribiste pensando en el mercado, pero recién cuando delineaste un estilo bien personal lograste alcanzarla...

—Sí, y es extraño. Cuando gané el Bartolomé Hidalgo y el Premio Nacional de Literatura, una conocida me dijo: “Creo que nunca una novela que dice que el ambiente literario uruguayo es un desastre ganó los premios hegemónicos”. Y sí, me sorprende, y quizás tiene que ver con que algunas cosas se están moviendo. Siempre tuve mis cosas raras, habité varios lugares a la vez. Me resulta raro que conocidos me digan que fui la cara visible de la edición por fuera de los centros de poder y que ahora esté publicando en Random y ganando premios. Esas contradicciones me gustan pero también me afectan.

—¿De qué manera?

—Cuando (el director editorial) Julián Ubiria me propuso publicar en Random, me hizo ruido. Yo había criticado mil veces a los grandes grupos editoriales. Entonces me puso en una encrucijada. Pero me di cuenta de que iba a estar todo bien mientras no cambiara mi discurso. Y eso lo destaco del equipo: yo hice un libro donde critico cosas que ellos mismos —como grupo— hacen, como la homogeneización de la obra o la lógica del mercado. Necesitaba criticarlo desde adentro, y ellos no me tocaron una coma porque entendieron que la literatura puede ser un disparador de debate, y no una bajada de línea.

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