GUILLERMO ZAPIOLA
"Ni de izquierda ni de derecha: soy una persona extremadamente liberal", afirmó cierta vez la actriz y realizadora cinematográfica alemana Leni Riefenstahl, quien falleció el pasado lunes en Berlín mientras dormía, a la edad de 101 años. Desde hace varios meses la salud de Riefenstahl, que había sido operada de un cáncer, se había deteriorado considerablemente.
Esa proclama de liberalismo habría provocado sin embargo algún sobresalto en su más importante mentor artístico y uno de sus principales admiradores, el Führer del Tercer Reich Adolf Hitler, individuo que como se sabe no era extremadamente liberal. Porque Riefenstahl fue en los años treinta del siglo XX una activa propagandista del credo hitleriano, y la autora de por lo menos dos obras maestras del cine documental, El triunfo de la voluntad (1936) y Olimpia o Los dioses del estadio (1938), que son (sobre todo la primera) dos de las más cabales expresiones de la ideología nazi en la pantalla.
ALPINISMO. Es cierto que nunca se afilió al partido nazi y que desde comienzos de la Segunda Guerra Mundial prefirió mantener distancias con respecto al régimen, que no vaciló en colaborar con gente de izquierda (el intelectual húngaro Béla Balász) o fervientes sionistas (Manfred George), y que siempre se cuidó de separar su adhesión a la persona de Hitler de sus posturas políticas, apresurándose a aclarar también que de las atrocidades nazis se enteró recién después del desplome de Reich.
Sin embargo hay en esas declaraciones de Riefenstahl una falsa ingenuidad que puede provocar cierta irritación. Sostener, como lo hizo, que sus films mayores eran meros registros de acontecimientos históricos, exentos de manipulación, implica incluso un menosprecio de su propia capacidad artística: tanto El triunfo de la voluntad como Olimpia seleccionan encuadres, manifestaciones, ángulos y movimientos, establecen relaciones entre las tomas mediante el montaje, y de allí se deriva un determinado efecto sobre el espectador que va más allá de la mera información de noticiero a propósito de un hecho político (el congreso nazi de Nuremberg de 1934) o deportivo (las Olimpíadas de Berlín de 1936). Por otra parte, otras intervenciones de Riefenstahl no desmienten sino que más bien refuerzan ciertas sospechas.
En sus comienzos participó como actriz en varios films montañeros del geólogo Arnold Fanck y hasta dirigió alguno (La luz azul, 1932) cuya fascinación por la naturaleza, los picos nevados y los héroes superiores enfrentados al peligro destilaba una dosis de protofascismo. En 1933 dirigió un documental partidario (Der Sieg des Glaubens), y un año después se lanzó a una empresa de mucha mayor amplitud, El triunfo de la voluntad, para lo cual contó con todo el apoyo de las autoridades oficiales, abundancia de medios técnicos y hasta la supervisión del gran documentalista Walter Ruttmann, autor de Berlín, sinfonía de una gran ciudad y La melodía del mundo.
El film constituyó claramente un logro estético, un espectáculo fuerte y de bárbara grandeza, y también una obra maestra de la manipulación política en la que Hitler descendía de las nubes en la primera escena como Odín regresando del Valhalla. La rigurosa composición de la imagen, los desplazamientos de masas, los desfiles de antorchas en la noche, con un sentido del espectáculo aprendido en Fritz Lang (Los Nibelungos, 1924; Metrópolis, 1927), transmitían un sentido de comunión casi mística entre un pueblo y sus líderes.
DEPORTE. Si Hitler era un Dios en El triunfo de la voluntad, y los desfiles no solamente cubrían todo el cuadro sino que se prolongaban más allá, registrados por una cámara que se movía en zigzag y anulaba el horizonte, sugiriendo que esa realidad mostrada era la única (si usted no es nazi, mejor asústese), la imagen del Führer apareció considerablemente humanizada en Olimpia, donde la propaganda es menos directa (se trata, al fin y al cabo, de un documental deportivo) pero que encierra igualmente perspectivas muy intencionadas.
Al comienzo, la antorcha olímpica conecta Grecia con la Alemania hitleriana, transportando la idea de que el antiguo fuego no se ha apagado sino que ha resurgido en Berlín, y la cámara se regodea en cuerpos desnudos y musculosos que eran otra de las preferencias de Riefenstahl. Más tarde, entre las competiciones, el Führer aparece a la altura del público, cercano y cordial.
Es muy probable que Riefenstahl no haya creído nunca en las majaderías nazis sobre la pureza aria, la raza y la sangre (era demasiado inteligente para ello), y que se viera a sí misma, apenas, como una artista que manipulaba formas cinematográficas y se desinteresaba de sus contenidos. Pero esos contenidos resultan, de todos modos, bastante nítidos. El propio Hitler saludó a Olimpia como una obra maestra y lo cubrió de distinciones, pero Riefenstahl parece haber empezado a sospechar lo que se venía y comenzó a tomar distancias.
A medida que se acercaba la guerra prefirió evitar la propaganda directa, refugiándose en el folklorismo de un film de ficción (Tiefland) que no llegó a terminar, aunque generó acusaciones de haber usado como extras a gitanos prisioneros de un campo de concentración. Sin embargo, en sus memorias esquivaría las valoraciones políticas: Hitler era un tipo fascinante; en cambio Goebbels era antipático, la acosaba sexualmente y se empeñaba en tocarle las piernas sin su consentimiento.
Hay que entenderla, sobre todo, como una colosal oportunista que nunca logró librarse de su pasado. La caída fue dura. Luego de la guerra fue expulsada del cine para siempre (lo cual no deja de ser una injusticia: nazis más consecuentes y menos talentosos pudieron seguir trabajando), se dedicó a la fotografía y al buceo, y hasta hace muy poco, con noventa y ocho años, seguía en eso. En el 2000 sobrevivió incluso a un accidente de helicóptero. La muerte la alcanzó: también es, como se sabe, extremadamente liberal, y llega a todos.
La cineasta afirmaba siempre que se la había difamado
Leni Riefenstahl siempre rechazó las acusaciones de haber colaborado con los nazis, y se consideraba víctima de una campaña de difamación desencadenada a partir de 1945: "El 90 por ciento de lo que se dice sobre mí es mentira", aseguró al presentar un libro sobre su vida.
"Hice El triunfo de la voluntad en 1935, mucho antes de la guerra, y recibí por ese documental todos los premios imaginables y a ningún periódico se le ocurrió decir que era una película de propaganda nazi. Después de la guerra, todos los periódicos empezaron a decir que sí lo era", solía decir en sus últimos años. "Eso ocurrió porque perdimos la guerra y porque se hicieron muchas cosas horribles en nombre del pueblo alemán y había que buscar un chivo expiatorio, y me escogieron a mí porque había hecho la mejor película de la época", afirmó también.
Quizás con razón, Riefenstahl no veía diferencia esencial entre El triunfo de la voluntad y resto de su obra, pues argumentaba que había aplicado en todas sus películas los mismos principios estéticos. Igualmente dijo: "Trato de escoger siempre motivos positivos. No me gusta fotografiar gente enferma, no porque los desprecie sino porque quiero trasmitir optimismo".