"La televisión fagocita a la gente"

El actor argentino llega al Teatro Metro con "Más loca que una vaca"

2007-09-05 00:00:00 300x300

CARLOS REYES

Tristán estrenó "Más loca que una vaca", de Hugo Sofovich, hace 14 años en el Tabarís, donde se mantuvo un año y medio en cartel. Ahora la comedia fue reflotada como un homenaje al fallecido autor, y estuvo seis meses en el Teatro Premier de la calle Corrientes, para luego salir de gira, llegando el fin de semana al Teatro Metro.

Mi personaje es un seminarista que se está por recibir de cura y le han dado unos días para que pase entre el mundanal ruido, para ponerlo a prueba. Y va a visitar a un primo, que esa mañana se ha levantado de tal manera que decidió llamar a una de esas señoritas. A partir de ahí empiezan todos los líos, donde hay hasta una muerte, armándose un vodevil con entradas y salidas bien ajustaditas".

Así define Tristán a esta obra que muchos uruguayos han visto ya en Buenos Aires, pero muchísimos otros tendrán ganas de ver: "En Semana de Turismo hay cantidad de uruguayos que me han ido a ver: lo sé porque muchos nos esperan a la salida para sacarse una foto o pedir un autógrafo. Honestamente me siento muy querido en Uruguay, un país que he visitado con muchos elencos diferentes y que también he recorrido mucho haciendo teatro, desde Rivera y Tacuarembó hasta San José. Incluso creo que muchos uruguayos no conocen algunos rincones donde yo he actuado".

Con dirección de Edgardo Cané (y producción de Aldo Funes), la comedia cuenta con un galán maduro (Ricardo Morán), quien está acompañado por el actor cordobés "Mono" Amuchástegui, Adriana Salgueiro, Natalia Fava, Tamara Álvez y Mía Rieta, además del travesti Pequeña P, que con este espectáculo hizo su debut teatral.

Más loca que una vaca va el sábado a las 21 hs. y el domingo a las 20 hs. en el Teatro Metro (San José 1212, tel. 9022017). Las localidades valen $ 350, $ 400 y $ 450.

- Lo que me pasó es de no creer. Tengo la costumbre, cuando llego a un hotel, de jugarle al número de la habitación. Y esta vez me ofrecieron la 601 pero como no me gustan las habitaciones a la calle pedí otra y me dieron la 609. Hoy me fijo y salió el 601 a la cabeza. Había jugado $ 200 o sea que ganaba como 57 mil pesos. En fin: vamos a las preguntas.

- Usted ha construido un personaje que va más allá de cada uno de sus trabajos. ¿Cómo define a ese personaje?

- Y se fue armando con el tiempo. Cada uno tiene su estilo: yo me he basado, salvando las distancias, en Stan Laurel y Oliver Hardy, sobre todo en el Flaco, que siempre hacía todos los líos y después miraba con cara de inocente. Y después que el personaje ya estaba perfilado, Hugo Sofovich empezó a escribir comedias para mí, obras hechas a medida, como La noche de las pistolas frías, y otras, tanto en teatro como en televisión, porque él sabía hacer jugar a ese personaje. De todos modos, creo que tengo una asignatura pendiente, porque me quedan por hacer obras de mayor envergadura.

- ¿En qué medida incidió su físico sobre ese personaje?

- No sé. Lo único que digo es que es natural. Había un director de teatro argentino, muy prestigioso, que trabajaba en Francia y que cada vez que venía a Argentina me venía a ver. Decían que estudiaba mucho el modo con el que manejo mi cuerpo.

- En 50 años de carrera ha trabajado con muchos cómicos uruguayos. ¿Qué diferencia tienen con los porteños?

- En principio no mucha, porque todo es teatro rioplatense. Quizá los porteños sean más pícaros, pero no es mi caso, porque yo soy provinciano, y hago más del gil, que después siempre sale ganando. Pero es verdad: trabajé con grandes uruguayos: Espalter, D`Angelo, Soto, Almada, Barry, Perciavalle. Creo que un artista como Barry ha dejado un gran legado: muchos cómicos salieron de allí. Él era como yo, gente de los pueblos, de los tablados, que de a poco se fue incorporando al espectáculo.

- Usted empezó en una televisión muy distinta a la de hoy.

- Imaginate: era todo en vivo. Si tenías que hacer tres personajes, tenías que ponerte una ropa arriba de la otra, o no llegabas. Y después te decían, `se rompió la cabeza del tape`, y había que hacer todo de nuevo. Hoy en día empalman y siguen adelante. Pero hoy la televisión es un `comegente`, que fagocita todo. Además, creo que ha desaparecido el horario de protección al menor, y eso es complicado.

- También el teatro habrá cambiado mucho desde que usted comenzó.

- Totalmente. Ahora las expresiones subidas de tono se escuchan por la tele a las 10 de la mañana. Antes la gente iba a los teatros de revista especialmente a escuchar una grosería, con actores como Marrone o Barbieri. Ahora en la televisión ves hasta un tipo vestido de preservativo. Me acuerdo que en Canal 9, en 1963, yo bailaba un malambo y al final se me caían las bombachas y quedaba en calzoncillo largo. Y yo le había hecho poner un corazón en la cola, como parte del chiste. Pero el director me lo hizo sacar porque me dijo que si eso salía al aire, nos echaban a todos.

- Cuente algún recuerdo de los viejos teatros.

- Tengo recuerdos muy lindos y algunos desgraciados. Como cuando Haydée Padilla, La Chona, tuvo un accidente en el Teatro Astros y se fracturó la pelvis. Pero también recuerdo aquellas jornadas con tres funciones, los sábados, que había una función que era después de almorzar, y algunos se mandaban unos guisos que hasta al escenario llegaba la baranda de las lentejas y el chorizo colorado. Entonces el teatro era como una familia.

- ¿Se considera un capocómico?

- La gente dice que soy un capocómico, pero yo no me considero. Lo que pasa es que me formé con una gran generación de capocómicos, y será porque ahora no hay una nueva generación, que me dicen eso. Pero el rubro lo pone el público, y la trayectoria.

- ¿Padece de soledad?

- No, sé pasarla bien y me gusta también un poco de soledad. En este momento estoy solo: estoy divorciado hace dos años y medio, pero mis hijos vienen a casa. También estoy con esto del feng shui: estoy tratando de acomodar mi casa a mi gusto, renovándola, poniendo plantas y todo eso.

Olmedo, Porcel y Niní Marshall

"Trabajé con grandes, empezando por Niní Marshall. También era una gran insegura. En Cleopatra era cándida (de 1964) se pasaba pidiéndole al director para volver a hacer la toma, porque creía que no había quedado bien. Hasta que al final había que cortarla: y lo peor era que esa inseguridad me la pasaba a mi".

Tristán también cita mucho a Porcel y a Olmedo: "Tendría que haber un método Olmedo, como hay uno Stanislavski. Podría hacer cinco veces un sketch y siempre era distinto. El Gordo era más un cómico de barrio, mientras Olmedo era todo un actor. Además, el Negro, por ejemplo, siempre invitaba al final de la temporada a todo el elenco, hasta a los boleteros, a cenar, mientras que Porcel tenía cocodrilos en el bolsillo".

Recuerdos de tiempos difíciles

Nació en Pergamino, Provincia de Buenos Aires, en 1936. Su padre, que era alcohólico, murió cuando él tenía 10 años: "Me crié con mi madre, en una pieza de ladrillo: la cocina tenía piso de tierra. Me levantaba a las cinco de la mañana y tomaba cascarilla mientras el dueño de casa, que tenía un Ford, tiraba todo el gas tóxico, que yo tragaba. Después salía con un carro a vender pan: ganaba seis pesos y medio kilo de pan".

Por escenas como esa, Tristán se define como una persona que se hizo sola, que siempre tiró para adelante: "En el espectáculo empecé como plomo, yendo con las orquestas por los pueblos: íbamos en un camión por caminos de tierra y había que ponerse un pañuelo en el cuello para no llenarse de tierra. Cuando llegaba la orquesta al pueblo, era costumbre explotar una bomba para que la gente se enterara. Cosas de pueblo".

"Cuando empecé a trabajar en Buenos Aires, ganaba 600 pesos y gastaba 1200 en pasaje. Por eso vendía alfajores y budines para subsistir. Después me quedé en una pieza, con dos bolivianos y un rosarino. Entonces yo trabajaba en el Correo, de medianoche a seis de la mañana, y en una panadería, de dos de la tarde a las nueve de la noche. Cuando llegaba me lavaba los calzoncillos y después venían las palomas, y había que lavarlos de nuevo. En la pieza había uno que roncaba que parecía un aserradero: era difícil dormir a las seis de la mañana con él roncando. Además, tenía que esconder la leche condensada, porque me la tomaban".

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