La escena de Babel: japoneses en Venus

Miguel Carbajal

Una adolescente japonesa con apenas más años de los 15 que se supone tiene en la película, destronó el reinado pélvico que Sharon Stone ejerció desde Bajos instintos. Como suele suceder con las historias que vienen de Hollywood, donde la herencia de Hays todavía pesa con el apoyo de las mil iglesias, más que el episodio real, que duró lo que dura un abrir y cerrar de piernas, lo que funcionó fue la publicidad en torno a los falsos ardores de Stone. No se vio nada en el film, por más que hasta se haya promocionado el número de fotogramas que dura la escena, ni siquiera el esbozo de una sombra. Lo que se echó a correr fue la impudicia de la mente. No hay imagen que pueda competir con la imaginación. Hasta que el tema se vuelve tan explícito que la imaginación no sirve para nada.

El mostrar en forma abierta lo que Stone adujo mostrar sin hacerlo nunca, no desarma para nada el poder erótico del mensaje. La cuota de picardía y el costado de culpa que encierra el exhibicionismo multiplican la sensualidad de un desnudo que sólo se torna frígido cuando opta por la totalidad. Al volverse integral se vuelve frío como un pescado y lejos de las malas intenciones de Sharon Stone. Pero a partir de Babel la Stone fue.

¿Se podrá llegar más lejos? Todo lo lejos que el espectador esté dispuesto a tolerar. La frontalidad del monte púbico no fue pensada ni por Pasolini ni por Fassbinder, siempre dispuestos a irritar los límites de la inocencia. Sino por un moralista como González Iñárritu, que elige la mirada dura de Yakusho para no alivianar la historia oriental e introduce luego el germen de un incesto en medio de la dureza de la trama marroquí. No es la pornografía lo que mueve a González Iñárritu, sino las complejidades de la conducta humana.

Adán y Eva desembarcaban en el cine en una experiencia para los vitascopios de Edison. The May Irvin-John Rice Kiss, rodado por Gammon y Raft en 1896, registra el primer beso del fílmico. Entre el bigote del actor y la cantidad de metros de franela que tiene el camisón de ella, el espacio para el contacto físico es mínimo. La dama se resiste apenas y el caballero insiste con la palma abierta para encuadrarle bien el rostro y lograr la osadía de un beso de frente que se aproxima más a los malabarismos y la tensión que pretextan las escenas de marcaje del rodeo que a la coreografía de la culminación de un ósculo.

Con la boca bien apretada y la garganta seca que se exigía antes que los franceses ingresaran en el negocio y se difundiera el riego por cuentagotas con que los israelitas vencieron después al desierto. Antes que se convirtieran en verdaderas operaciones quirúrgicas, el beso vivió décadas de castidad. Falsa. Si Hollywood recuerda como paradigmático el que se dieron Cary Grant y Deborah Kerr en Algo para recordar, el beso es todavía tabú en el cine.

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