La cacería de Osama bin Laden

| El viernes llega el film de Kathryn Bigelow que es candidato a cinco premios Oscar

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Corre el riesgo de convertirse en "La pasión de Cristo" de la segunda década del siglo XXI: una película que todo el mundo discute por las razones equivocadas. Vale la pena reflexionar sobre ella con cierta frialdad.

Cabe razonar que cuando Kathryn Bigelow encaró la realización de La noche más oscura, película inspirada en la cacería y muerte de Osama bin Laden, con cinco candidaturas al Oscar, que se estrena el viernes, sabía que tendría problemas.

No es algo que sorprenda en la directora Bigelow, una mujer que desde sus comienzos en el cine (con el peculiar asunto vampírico de Cuando cae la oscuridad, 1987) se ha empeñado en no hacer "cine de mujeres" sino buen cine, a secas, con una culminación en la espléndida Vivir al límite (2008), aquel drama sobre expertos en explosivos del ejército norteamericano en Irak que le valió el Oscar hace cuatro años, y con el cual derrotó divertidamente a su ex-marido James Cameron, que competía con Avatar.

Es inevitable vincular La noche más oscura con Vivir al límite. En el film anterior estaba Irak. Ahora el tema es más específico y, proclamadamente, pretende estar más cerca de los hechos reales. Se trata de la captura y muerte de bin Laden.

Tenían que surgir las polémicas, y para tratar de entenderlas no es necesario siquiera apelar a las teorías conspiracionistas (Al Qaeda no existe sino que es un invento de la CIA, las Torres Gemelas cayeron como consecuencia de un operativo interno de demolición, o a lo mejor fue el Mossad). En el mundo real ha habido otros motivos para discutir la película de Bigelow.

¿PROPAGANDA? Al principio fue la derecha republicana. Se objetó que Bigelow y su guionista Mark Boal habían tenido acceso a material clasificado de la CIA y el Pentágono para escribir su libreto, y que ello constituía una amenaza para la seguridad nacional. También se dijo que la película estaba pensada para apoyar la campaña de Barack Obama, mostrándolo como "el hombre que cazó a bin Laden".

Bigelow y Sony Pictures obviaron este último aspecto haciendo que la película se estrenara después de las elecciones. No puede decirse que haya influido en la reelección de Obama. Entonces comenzó el resto de los enojos.

El más genérico es que se trata de "cine de propaganda", un defecto que al parecer anula la calidad estética de una película y que obligaría a suprimir de la programación de los cineclubes y las cinematecas a casi todo el cine soviético (de El acorazado Potemkin de Eisenstein o La madre de Pudovkin hasta las películas de Yuri Ozerov) o el nazi (por ejemplo Olimpíada de Leni Riefenstahl), un tercio del cine norteamericano (incluyendo casi todo el que se ha hecho sobre la Segunda Guerra Mundial, y en el que hay por cierto cosas valiosas) y proporciones variables del de otros países.

La segunda es que "miente". Conspiranoias a un lado (bin Laden o por lo menos un enemigo muy importante no estaban en Abbottabad, y el gobierno de los Estados Unidos lanzó a los Navy Seals a violar el espacio aéreo pakistaní, arriesgando toda su relación con uno de sus escasos, reticentes aliados en Medio Oriente simplemente para implementar un fraude), el guionista Boal ha señalado que se basó efectivamente en mucha información aportada por la CIA, organización que como se sabe está integrada por mentirosos profesionales) pero también se inspiró en otras fuentes, y no todo lo que la película dice le ha gustado a los muchachos de la Agencia.

Enojos del tercer tipo: "la película es una apología de la tortura". Es cierto que, en su primera media hora, muestra a agentes de la CIA aplicando el "submarino" a sospechosos de terrorismo, y nadie en la pantalla dice que eso esté mal (el personaje encarnado por Jessica Chastain expresa al principio cierto desagrado, pero después se acostumbra). Ello ha llevado a que, por ejemplo, la senadora demócrata Dianne Feinstein y otros legisladores hayan criticado al film por insinuar que la tortura llevó a encontrar a bin Laden. Desde la derecha, por ejemplo John McCain, en cambio, ha habido molestias por el hecho de que la película diga que la CIA tortura (o al menos lo hizo bajo Bush).

Quienes han visto sin prejuicios el film saben sin embargo que la tortura es solo un aspecto de una anécdota cuyo costado "investigación detectivesca" podría funcionar sin necesidad de ella: bastaría que le alcanzaran a Jessica Chastain un expedientes con un par de datos, sin aclarar de dónde provinieron, y el resto de la historia se sostendría igualmente. Por supuesto, en ese caso le estarían criticando a Bigelow y Boal "blanquear" a la CIA, mostrando a sus agentes como héroes impolutos.

Bigelow sabe que no lo son, del mismo modo que conocía "el sucio secretito" (son sus palabras) de Vivir al límite: la guerra es una droga, y genera adictos. Aquí, su "sucio secretito" es: las agencias de inteligencia torturan. ¿Era necesario sermonear que eso está mal?

DEFENSA. Si hay algo que caracteriza al cine de Kathryn Bigelow es su ausencia de sermones. Es un cine del mirar, del "aquí y ahora": la cámara que muestra, hawksianamente, lo que ocurre ante el lente. Eric Rohmer, sin casualidad fanático del cine de Hawks, decía que las películas estaban para mostrar, no para demostrar. No es difícil pensar que Bigelow piensa lo mismo.

En un artículo publicado en el Los Angeles Times, la directora ha insistido en que, personalmente, rechaza la tortura, pero que hubiera sido artísticamente irresponsable omitirla. Reconoce que "los expertos están en un agudo desacuerdo sobre los hechos y detalles de la búsqueda realizada", y añade que está convencida de que bin Laden fue localizado "gracias al ingenioso trabajo de inteligencia de los agentes".

Sin embargo no ignora que la tortura fue, "como todos lo sabemos", empleada en los primeros años de la búsqueda. "Eso no significa que fue la clave para encontrar a bin Laden. Significa que es una parte de la historia que no podíamos ignorar", razona Bigelow.

A su juicio, los enojos apuntan al blanco equivocado. "Me pregunto si algunos de los sentimientos expresados sobre el film no estarían mejor dirigidos a quienes instituyeron y ordenaron estas políticas federales, en lugar de a la película que lleva la historia a la pantalla", concluye la cineasta.

Una directora con aquello que hay que tener

Kathryn Bigelow nació en San Carlos, California, en 1951, se inició en artes en San Francisco, y ha sido reconocida por la crítica como una pintora ta- lentosa. Estudió cine en Columbia, y estuvo vinculada al movimiento británico de artes plásticas de vanguardia.

Su corto de graduación en Columbia, The set up, trataba sobre la violencia, y luego hizo otras cosas, entre ellas un excelente film de vampiros (Cuando cae la oscuridad, 1987), un buen policial (Punto de quiebra, 1991), otro no tan bueno (Testigo fatal, 1990), y otras incursiones en la ciencia ficción (Días extraños, 1995) y el cine de acción (K 19, 2002; Vivir al límite, 2008).

También ha hecho mucha televisión, y estuvo casada con (y se divorció de) James Cameron, contra quien compitió por el Oscar con Vivir al límite (su "ex" presentaba Avatar) y le ganó. Eso la convirtió en la primera mujer en obtener el premio de la Academia a mejor dirección. Este año, La noche más oscura compite a cinco Oscar, pero Bigelow quedó misteriosamente afuera en el rubro dirección.

En los Globo de Oro, La noche más oscura le valió un premio a su actriz Jessica Chastain, y el mejor chiste de Amy Poehler: "Kathryn sabe lo que habla cuando se trata de tortura. Estuvo casada tres años con James Cameron".

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