La obra que se instala en la Zavala Muniz por tres noches consecutivas, a partir de mañana, es otra muestra del denominado "teatro de la caricia" del clown suizo Daniele Finzi Pasca. Esta vez, con dos actores argentinos.
Mañana, el miércoles y el jueves a las 21 horas, Pablo Gershanik y Victorino Luján se pondrán en la piel de dos amigos que viven en un pequeño pueblo donde aparentemente nunca pasa nada, y entonces, buscan la manera de materializar un milagro.
Dos actores, una mesa, un pelapapas y una palangana es todo lo que habrá en escena, fiel al perfil más intimista que alcanza Daniele Finzi Pasca en Ícaro, el clown, coreógrafo y dramaturgo que también destaca con sus grandes producciones basadas en el arte circense, la acrobacia e impactantes efectos visuales. Esta última veta volverá a Montevideo con La Veritá, una obra inspirada en Salvador Dalí, que debutará el 2 de mayo en el Auditorio Nacional Adela Reta.
Maldita canalla la soledad, con los argentinos Victorino Luján y Pablo Gershanik, fue originalmente gestada en italiano bajo el título Bruta canalla la solitudine, una expresión que usaría un niño para quejarse. Para escribirla, Finzi Pasca se reunió con dos amigos suyos en un pueblito de montaña. "Fue un trabajo interesante pasarla al español, porque exigió reconvertirla manteniendo la poética `finzipasqueana` pero adaptándola al Cono Sur y dándole un espacio más rioplatense", explica Gershanik a El País, uno de los protagonistas, que anteriormente trabajó con Daniele en Nómade para el Cirque Éloize entre 2005 y 2007.
Los ensayos comenzaron en Uruguay el año pasado cuando Ícaro hizo otra temporada en El Galpón, y el estreno oficial fue hace una semana en el festival internacional Buenos Aires Polo Circo.
Maldita canalla la soledad está basada en la palabra. "La obra parte de una vieja pregunta: ¿es posible escribir o no para un clown? La interrogante es si existe la dramaturgia del clown o si éste debe fluir espontáneamente en contacto con el público. Esta es una apuesta en ese sentido que demuestra que se puede, heredando el linaje y la tradición más íntima de Ícaro", agrega el argentino.
El guión invita a reflexionar y a dejarse conmover: "Se trata de dos amigos de toda la vida en un mínimo pueblito donde se supone que nunca pasa nada. Cuando desde las ciudades miramos hacia el interior tendemos a pensar eso, aunque es como dicen: pueblo chico, infierno grande. Sin embargo, a los protagonistas les pasa de todo, entre otras cosas un tren, que cada tarde va lleno de peregrinos hacia el pueblo vecino. ¿Qué cosa sucede allí?, se preguntan en la estación. ¿Por qué no vienen para acá? ¿Por qué no inventamos algo para que vengan y así convertirnos en los héroes de este lugar?"
"Hay uno que espera y otro que está todo el tiempo agitando, ansioso", continúa Gershanik, diciendo que él encarna a este último.
En la ficción ambos están bajo la protección y el cuidado de un obispo al que intentan sorprender. "Queremos hacerle creer que se produjo un milagro, y probamos con la levitación, con convertir el agua en vino, hicimos mil y un trucos y nada funciona. Siempre nos agarran de las pestañas y nos mandan a pelar papas, (se ríe). Hasta que finalmente logramos hacerles creer a los peregrinos que algo pasó ahí".
Para el actor es un desafío interesante trabajar con Daniele Finzi Pasca porque él plantea el teatro como una forma de vida que trasciende las tablas. "Es una forma de búsqueda artística en donde lo afectivo, lo poético y lo que uno es como intérprete está absolutamente mezclado con el mundo de los personajes. Trabajar con Daniele es estar en un espacio donde uno además descansa, pasea, come asados, juega al fútbol, a las cartas, se enamora, se reinventa; es una gran familia. No solamente se está en escena, ese es el sello de su casa y de la compañía, y eso se ve durante las funciones. Se nota cuando alguien trabaja a reglamento o de esta manera, atravesado afectivamente".
Gershanik coincide con el artista suizo en que "hay actores que empujan y otros que acarician". El clown narra historias de héroes perdedores, de aquellos que sueñan con una vida distinta a la que tienen en una realidad aparentemente estática, y que sin embargo, justo en ese punto, encuentran factible reírse, reinventarse y pensar en milagros. "La realidad te cachetea y vos tenés que levantarte y volver a luchar", concluye.
Las entradas cuestan $ 450.