El joven realizador ruso Dmitry Povolotsky desembarca desde hoy en Uruguay con la película "Mi papá Barishnikov", en Cinemateca 18. Trata de un niño que en 1986 quiere entrar al Ballet del Bolshoi y asegura que Mikhail Barishnikov es su padre.
Cinemateca se ha ocupado de presentar esta película como una cruza entre Billy Elliot (Stephen Daldry, 2000) y Good bye Lenin (Wolfgang Becker, 2003) pero ha aclarado que "es probable que las comparaciones sean injustas". Y, en todo caso, las reseñas en general apuntan que esta película, estrenada en su país el año pasado, es incluso mejor.
El protagonista es un joven de Moscú, interpretado por el actor Vladimir Kapustin, una figura joven que ya tiene una intensa carrera en su país. Borya es su personaje, y está obsesionado por estudiar ballet en la escuela del Bolshoi. Para entrar empieza a asegurar que su padre es el legendario bailarín Mikhail Baryshnikov y que por eso merece un lugar allí.
Esta mentira no solamente oculta su desesperación por ingresar sino también varios problemas personales. Uno de los que enfrenta es el hecho de que es judío y se mueve en un ambiente en el que a mucha gente eso no le gusta. Como fondo están los últimos años de la Perestroika, ya en caída libre hacia los cambios radicales que vivió en los noventa la Unión Soviética. Su familia es algo problemática, entre abuelos y madre que no le prestan demasiada atención.
Borya recibe como regalo una copia de la película estadounidense Sol de medianoche en la que, justamente, Baryshnikov intentaba huir de la Unión Soviética. Gracias a esta película el bailarín se convierte en el ídolo del protagonista, al menos desde el punto de vista de la danza.
Algún comentarista estadounidense que también se dedica a la danza ha dicho que parte del interés que despierta esta película pasa por la forma en que muestra qué tanto necesita de inspiración y modelos un aspirante a bailarín. Tanto lo precisa como para autoconvencerse de que este bailarín que le sirve de ídolo es su padre. Se ha dicho que la escena en que Borya mira por primera vez a Baryshnikov bailando en Noches blancas, tiene la misma mirada de incredulidad que pondría un bailarín real a la hora de apreciar la emotividad que se transmite con los movimientos.
Esto que se elogia puede tener que ver con el hecho de que la película tendría aspectos semiautobiográficos de Dmitry Povolotsky.
La película, se suele señalar, trata mucho más que de ballet y que de hecho es para un público muy amplio y no sólo los que consumen este arte. Se trata sobre un país que está a punto de abrirse a Occidente y también sobre un chico que construye su identidad en medio de una realidad cambiante.
Algunas de las virtudes que se le señalan es que no solamente es una historia dramática o realista sino que el director y guionista Povolotsky se atreve a meter aspectos de comedia ácida y diálogos inteligentes.
La reconstrucción de época es también un mérito extra. Uno de los secretos que esconde la trama es quién es el verdadero padre del protagonista (y su revelación es uno de los momentos más emotivos para quienes lo han visto). En definitiva, se trata de un ejemplo que vale la pena apreciar de cine ruso en tiempos en que son escasos los realizadores de ese país que llegan hasta aquí. Esas pocas excepciones han sido las películas de Alexander Sokurov y las de Timur Bekmambetov, muy distintas entre sí.