Estela Medina y Roberto Fontana inolvidables

Muy recomendable. En el Teatro del Centro Carlos E. Scheck, un valioso texto de Álvaro Malmierca

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CARLOS REYES

En el Teatro del Centro Carlos E. Scheck se está presentando un espectáculo fuera de lo común. En él se reúnen dos figuras de primera línea de la escena nacional, Estela Medina y Roberto Fontana.

Círculo de tres, de Álvaro Malmierca, es una obra redonda, de algo más de una hora de duración, sin tiempos muertos, con un desarrollo argumental sostenido, progresivo, muy entretenido y coherente. Y con una vuelta de tuerca muy jugosa y un final notable.

Pese a que en líneas generales la trama juega con un recurso ficcional manido (ofrecer lo soñado como real, mezclando en la percepción del espectador ambas realidades, para luego hacerle caer en la cuenta del planteo inicial, que no manejaba), el modo en que el dramaturgo aprovecha ese recurso es muy bueno, y también cómo lo carga con personajes entrañables, llenos de humanidad.

Una historia de amor en la vejez, o un romance que no fue, es el eje de este montaje. Aunque estamos ante una obra de autor nacional, la ficción se ubica lejos de las referencias culturales locales. Y Malmierca tiene habilidad para crear esos mundos lejanos: los protagonistas desarrollan las acciones en una hacienda sudafricana, en la que una señora mayor aunque llena de vida, a cargo de Medina, vive una vida como de novela: ella es una francesa instalada en un lugar apartado de África, donde lleva su existencia a su antojo, aunque rodeada por un mundo muy distinto al de ella, pero que la protagonista conoce y maneja muy bien.

Ella es viuda, disfruta de la riqueza que le dejó su marido muerto, quien compone, desde el lugar del ausente, uno de los vértices de este triángulo amoroso. El otro personaje también es muy rico: Fontana da vida a un aventurero en retirada, que vivió muchos años allí y dejó el lugar por un problema amoroso. La amistad, la maternidad, el aborto, agregan elementos a un texto que expresa muy bien la condición humana, las flaquezas, los deseos, los miedos.

Por momentos el espectador puede pensar que el planteo ficcional es algo inconsistente, que la obra se torna inverosímil, aunque los hechos posteriores le harán caer en la cuenta de su error.

En un momento del desarrollo de la obra, el personaje de Medina le dice al de Fontana que ellos son de una época pasada. Y la afirmación vale también para los dos actores, que tan bien representan hoy aquel teatro de otro tiempo, más esmerado, preciso, con actuaciones fuertes, que no temen a la teatralidad en el registro actoral. Y pese a que ambos actores ofrecen en esta obra registros ya transitados por cada uno de ellos, la pasión actoral se materializa en escena con la frescura de siempre. De hecho, el personaje que encarna Medina no parece ofrecerle muchas dificultades, y la belleza con que lo realiza deslumbra sin embargo al público. El mérito es mayor en la función de los sábados, cuando Medina viene de hacer Madres al límite, en el Teatro del Anglo, un papel totalmente opuesto.

El elenco lo completa María G. Gularte, quien aporta naturalidad y sus dotes para el canto.

Malmierca ya ha ofrecido otras obras a la escena local, incluso El canto de las sirenas, donde también plasmó su gusto por las historias de aventuras. Con este trabajo afina su conocimiento del espectador, de las expectativas del público, del entretenimiento inteligente. A la riqueza del texto y las interpretaciones se suma la ambientación en todos los rubros técnicos, que estiliza los sonidos de fuera de escena. La obra es de un registro poco habitual, que busca y consigue trasladar al público a un mundo de ensueños que curiosamente resulta muy verosímil.

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