Llega casi veinte años después de haber sido filmada, pero El apicultor (estreno en Cinemateca 18) es una obra mayor que no debe pasar desapercibida. Forma parte de la segunda trilogía realizada por el griego Theo Angelópulos, que obtendría una considerable fama internacional después con films más recientes como La mirada de Ulises y La eternidad y un día. El apicultor, primera colaboración de Marcello Mastroianni con el director que luego seguiría en El paso suspendido de la cigüeña, tiene por personaje central a un maestro que un día decide abandonar a la enseñanza y a su esposa, para iniciar un viaje de Norte a Sur siguiendo a las abejas. Primera motivación: la recuperación de una profesión familiar. El regreso a las raíces es un dato bastante explícito pero también es un aliciente para que ese individuo ya maduro se vuelque hacia el exterior procurando renovar colmenas en una Grecia que se apronta para recibir a la Primavera.
Pero también hay una necesidad de reajustar la vida en un momento en que la sensación de finitud entabla una dramática alianza con la sensación de los tiempos perdidos. El viaje del individuo conduce a un mundo desaparecido, lo cual acentúa el drama personal. En La mirada de Ulises uno de los personajes dice que "la primera cosa que el hombre ha creado es el viaje", y en El apicultor ese viaje tiene algo de iniciático, aunque ese tránsito en la memoria tiene contratiempos, como el encuentro del ex maestro con una impulsiva adolescente a la que a regañadientes acepta llevar en su camión y de la que no podrá desprenderse. Ese segundo personaje, negación de cualquier clase de memoria histórica, vaga también de un lado a otro sin tener conciencia de por qué y sin cuestionarse. El caprichoso viaje, empero, terminará con el protagonista coincidiendo con la joven, a pesar de las distancias generacionales. La insostenible mirada al ayer y su confrontación con el presente conforma una ecuación que tiene un resultado trágico, al que las propias abejas contribuirán.
CICLOS. Angelópulos inició su hacer cinematográfico en plena dictadura y la condicionante histórica marcó a sus primeros films con un tinte político que compartía con los intelectuales. Con La reconstrucción (1970) rehizo el mito del Atrida (Helena mata a su marido con la complicidad de su amante) en una especie de cine negro ubicado al terminar la Segunda Guerra. La llamada "mitologización de la historia moderna" continuó con El viaje de los comediantes (1975) y con Alejandro Magno (1980). Por entonces, los principales festivales del mundo empezaron a aclamar al cineasta griego, poco propenso a aceptar las reglas del mercado.
María Komninós, de la Filmoteca de Grecia, sostiene que entre 1981 y 2000 "las políticas de identidad más que las políticas de clase, junto con los temas de la modernización del rol de la mujer, los refugiados y los inmigrantes coparon las pantallas cinematográficas". En ese panorama emerge el segundo ciclo de la obra de Angelópulos "que se centra en el motivo del viaje y significa la fluidez con que se forman las identidades políticas". La trilogía se inicia con Viaje a Kithira (1984), sigue con El apicultor (1986) y culmina con Paisaje en la niebla (1988).
Angelópulos no necesitó que analistas calificaran lo que sobrevendría después, porque él mismo definió como "trilogía de fronteras" la compuesta por El paso suspendido de la cigüeña (1991), La mirada de Ulises (1995) y La eternidad y un día (1998), una notable culminación donde la tragedia del aislamiento social de los inmigrantes procedentes de los Balcanes se representa a través de los ojos de un escritor (Bruno Ganz) que trata de arreglar su vida antes de ser ingresado en un hospital por causa de una enfermedad incurable. Con su más reciente obra, Eleni (2004), ha vuelto al pasado histórico para ubicar lo que ocurre con una pareja hacia 1921, cuando el Ejército Rojo entra a Odessa y los refugiados griegos vuelven a su país.
Un capítulo aparte en la obra de Angelópulos es la singular alianza que el cineasta tiene con la compositora Eleni Kariandrou y que en El apicultor cuenta con la interpretación del gran saxofonista noruego Jan Garbarek. Se trata de una música que suma un gran sentido poético a lo reflexivo, ayudando a cerrar esas unidades perfectas a las que suelen parecerse los films del gran cineasta griego.