Hugo García Robles
El siglo XIX vivió la irrupción del vals que arrastró en sus giros a la sociedad entera de Europa y luego a la de remotos rincones ajenos al Viejo Continente. Entre ellos América Latina donde los valses larenses de Venezuela, los peruanos y las versiones criollas que en el Río de la Plata corrieron parejos con el Tango en el repertorio de Gardel y demás cantores.
La nueva danza acercaba la pareja que se enlazaba para sumirse en los giros de una coreografía audaz. El tímido minué, ceremonial y cortesano, apenas permitió el roce de los dedos. El vals, preámbulo del tango en la cercanía de los bailarines, iba más allá.
Los orígenes del vals son poco claros y múltiples. El nombre proviene de la palabra alemana "waltz" que se deriva del latín "volvere" que significa girar. Pero en un proceso paulatino las llamadas "danzas alemanas" originarias de Baviera, Bohemia y Austria condujeron al vals.
Es probable que con excepción del minué no haya existido otra danza cuya importancia en la historia de la música haya sido tan grande y diversa.
Aún podría construirse el curso literario del vals porque tempranamente, Goethe en Las cuitas del joven Werther, en 1774 hace valsear a Lotte, aludiendo en el texto a los movimientos de "las esferas". Singular anticipo de 2001, odisea del espacio, cuando los astros se mueven al compás de Strauss y su Danubio azul.
Si bien Mozart cultivó con su maestría habitual las "danzas alemanas" nunca utilizó la palabra ni la forma del vals. Beethoven sí, porque en las danzas de Mödlinger que compuso en la localidad que las identifica, varias se ciñen al nombre y los requisitos del vals. Sin embargo no cabe duda que en esos primeros años del siglo XIX es Schubert el más devoto de la danza, incluidas las series que llama en un caso valses Nobles y Sentimentales en otro, series que tuvieron en el siglo XX un eco deslumbrante en Ravel que compone sus Valses nobles y sentimentales.
Dejemos de lado la relación que guarda el origen del vals con los "lndler" austríacos, danza de estirpe más popular y campesina, más lenta en su "tempo" y que nunca generó la secuela de resonancias del vals.
El siglo romántico hace un empleo abundante de la danza. El primero de los compositores que lo cultivan es Chopin, con los deliciosos y cincelados catorce valses que ha dejado. Schumann y Liszt le siguen y es muy importante la Introducción a la danza de Weber que desarrolla un avasallante vals.
Bajo el impulso que le prestan las orquestas populares en los cafés de Viena con los Strauss padre e hijo y José Lanner, el vals inunda Europa. A este florecimiento no se resiste ni el austero Brahms que compone más de una serie de valses, los más notorios los que existen en versiones para cuatro y dos manos, hermosos y vestidos de melodías que reflejan, en más de un caso, un eco de Roberto Schumann.
Ricardo Strauss, que no tiene ningún parentesco con los autores de la Marcha Radezky y de Cuentos de los bosques de Viena, se deja estimular por el vals en más de una ocasión, aunque los más famosos son los de El caballero de la rosa. Por el sendero de la ópera y la opereta Francia pone lo suyo en el vals con Offenbach y Delibes y ni qué decir la importancia de la danza en los ballets del siglo XIX. El nombre de Chaicovsky es que asalta de inmediato la memoria en este rápido inventario, no solamente por los estupendos valses de Cascanueces, La bella durmiente y El lago de los cisnes. Con la anotación de la presencia del vals en la Quinta Sinfonía, que sustituye el scherzo tradicional.
En cuanto a Francia, Ravel ya citado por su homenaje a Schubert en los Valses nobles y sentimentales, crea con el poema coregráfico El Vals, una obra mayor donde el brillo de los salones vieneses es restaurado con minuciosa evocación.
Es asunto no menor, recordar que en el repertorio de la canción rioplatense, el vals se detuvo en la inspiración de autores de música y letras inspiradas que, cantados por Gardel y seguidores, son otra herencia de la danza que de los salones románticos saltó al mundo.