HENRY SEGURA
Historias de la nada y exposiciones íntimas permanentes son el pan nuestro de cada día. No hay quien escape. Ayer (en Argentina, hoy en Uruguay) Susana Giménez recibió a Cristian Castro junto a su mamá Verónica que, como se sabe, mantienen una relación más o menos difícil desde hace años, pero -eso sí- siempre abierta a la consideración de las plateas. La situación es más o menos la misma desde hace años, pero a la hora del rating sigue manteniendo su eficacia como si se estuviera viendo una y otra vez el final de una telenovela. Tampoco lo que acompañó a los Castro es más original: Sofía Gala y los Pimpinela. Es un síntoma de que la producción de Susana no tiene o no puede imaginar otras alternativas.
Pero lo que la televisión expone crudamente es un fenómeno bastante más generalizado, al que las nuevas tecnologías han venido a fortalecer. Porque más allá de los medios tradicionales (Tv, radios, revistas), por Internet han asomado instrumentos de comunicación de igual potencia, como lo son Twitter y Facebook. Tanto, que en pocos meses se formó una generación de adictos a esos medios, donde vuelcan todo, absolutamente todo, lo que les pasa, como si las laptop fueran el sofá de un consultorio psicológico. Las devoluciones del otro lado se transforman en estímulos de vaya a saberse qué.
A ojos de los que no están alineados con esos medios, esa exposición puede parecer algo enfermiza y punto de conflicto. Eso fue lo que pensó el novio de Lily Allen, Sam Cooper, que se cansó de verla en permanente striptease electrónico y terminó triunfando: la cantante dio un portazo a Twitter afirmando "soy una neoludista, adiós". De esa manera, se alineó con una conducta que lideró la jovencita Miley Cyrus, al cerrar su cuenta de Twitter hace un par de semanas.