GUSTAVO LABORDE
El 2004 ha sido designado año internacional de Julio Cortázar. Hoy se cumplen 20 de su muerte y el 26 de agosto los 90 de su nacimiento. Durante estos días y los próximos meses se sucederán homenajes, seminarios, suplementos especiales, exposiciones y diversas festividades cronopias. Es que Julio Cortázar, como pocos, es un escritor adorado hasta el fanatismo por su lectores.
Nacido en Bruselas, muerto y enterrado en su París adoptivo, tuvo un destino irremediablemente porteño. Y, sobre todo, literario. En su prolífica producción cultivó casi todos los géneros: cuento, poesía, novela, ensayo, periodismo, crónica, traducción. Pero su gran fama propende de la narrativa, terreno en el que si bien no consolidó una revolución al menos generó polémicas que en su momento dividieron las aguas.
Aunque su vocación literaria fue temprana —afirmaba haber escrito una novela a los nueve años y desarrolló otros proyectos narrativos en su juventud— su primer libro lo publicó a los 37 años. Se trata de Bestiario, que editorial Sudamericana editó en 1951. Sin embargo, unos años antes ya había tenido un bautismo memorable con un padrino infalible: en 1946 Jorge Luis Borges le publicó La casa tomada en la revista "Los anales de Buenos Aires" que él mismo dirigía. Este cuento inaugura el universo narrativo de Cortázar, regido —en su mayoría— por las leyes de lo fantástico.
Cortázar compartió con Borges —su ocasional legitimador— la afición a la literatura fantástica. Pero a diferencia del ciego, que privilegiaba una creación dentro de parámetros clásicos, Cortázar adhirió a los del romanticismo: creyó en vanguardias y revoluciones, en el poder emancipador del arte, en la singularidad del autor y en la inspiración de su ombligo.
CUENTOS. Existe una larga discusión sobre si lo mejor de Cortázar son los cuentos o las novelas. Su poesía —que no es poca y que a él le gustaba mucho— está fuera de consideración. Como dijo alguien, es conmovedoramente mala.
Cortázar abordó con estrategias narrativas diferentes el cuento y la novela. Para él, el primero debía acercarse a la forma de una esfera, a la perfección geométrica que encierre una lógica interna. La novela, en cambio, la entendió como un campo abierto de límites difusos. La discusión sobre la valorización de sus cuentos y sus novelas también transita por esos carriles
Una amplia legión de sus lectores es ferviente admiradora de su Historias de cronopios y de famas (1962), libro poblado por estos seres de hábitos insólitos en el que el autor exhibe dos de sus atributos más característicos: su archimanida fascinación por las palabras (incluyendo muchas de su invención) y su concepción lúdica de la literatura.
Para otros lectores, Cortázar tiene un puñado de cuentos que se encuentran en el pináculo del género. Entre ellos están Las babas del diablo, Continuidad de los parques, La noche boca arriba y El anillo de Moebius, entre otros. Estas narraciones se comportan conforme a la teoría del autor: son redondas. Tienen una vuelta de tuerca, que opera invariablemente al final del cuento y marca la irrupción de lo fantástico, cambiándole la perspectiva al lector, sorprendiéndolo al fin. Para algunos son cuentos magistrales, para otros frívolos artilugios efectistas, más ingeniosos que inteligentes. Sin embargo, hay otros cuentos como La autopista del Sur, La salud de los enfermos y muy en especial El Perseguidor que no son tan fáciles de desarmar. En ellos Cortázar apela a otros recursos narrativos, que no son rehenes del artificio.
NOVELA. Dueño de una prosa fluida y musical, Cortázar estaba especialmente dotado para la creación de atmósferas sugestivas y hasta terroríficas. Ese don de su escritura se le es especialmente agradecido en su vertiente como traductor. Sus versiones al español de la obra de Edgar Allan Poe, tanto en los cuentos como de la novela Narraciones de Arthur Gordon Pym y el ensayo científico Eureka!, son excelentes. No menos formidable y hasta se diría que insuperable es su traducción de Las memorias de Adriano, de Margarite Yourcenar.
Se ha dicho muchas veces que Cortázar escribía rápido, corregía poco y jugaba mucho, literariamente hablando. Su escritura es en buena medida tributaria del surrealismo y del jazz (era un trompetista frustrado), por el carácter improvisatorio de estas dos corrientes. Claro que su buen oído también supo captar el habla de los argentinos. Quizá la nota dominante de sus novelas se articule entre la fascinación lúdica de cuño surrealista y la condición porteña de sus personajes. Así su héroes deambulan durante toda una novela con un coliflor en la mano, son latinoamericanos exiliados en París, filosofan sobre el arte, hacen la revolución en el café y el amor en un cementerio.
De entre todas las novelas de Cortázar, Rayuela (1963) es la de mayor fama. En esta novela, se propone no sólo reconfigurar la novela como género sino la forma de leer. Así como divide a los lectores en "machos" y "hembras", machistamente considerando que los primeros son activos y los segundos pasivos, divide el libro en dos partes. En la primera se encuentran los capítulos narrativos "tradicionales", mientras que en la segunda hay textos (o meta textos) que reflexionan, entre otras cosas, sobre la novela, el arte, la escritura y otras teorías. En el prólogo el autor le indica al lector que la novela se puede leer en forma lineal, hasta el capítulo 56. Allí termina la novela. La otra forma de leerlo es siguiendo "el tablero de dirección" que proporciona el propio autor, en que el que se intercalan los capítulos del Libro Uno con los "prescindibles". En fin, un juego experimental que pretende romper el orden convencional para en realidad establecer otro, igualmente convencional o caprichoso. En su día se dijo que marcaba un punto de inflexión en la narrativa latinoamericana. Si bien muchas de las mejores páginas que escribió Cortázar están en Rayuela, a la distancia, la novela resulta pretenciosa, cuando no menor. Pero por sobre todas las cosas, ineficaz. Si algo pasó con la novela latinoamericana desde Rayuela hasta el momento es que siguió, prolijamente, un rumbo diferente al que aspiraba Cortázar. Es curioso, pero mientras Borges, plegado a la tradición, generó una revolución (universal) en la literatura, quien pretendió cambiarlo todo, la dejó intacta.
La conexión uruguaya
Al igual que en la obra de otros escritores argentinos (Borges, Sábato, Hudson), Uruguay habita en varias de sus páginas. Hace cincuenta años, en 1954, Cortázar llegaba a Montevideo para trabajar como traductor en una conferencia de la Unesco. Esta visita tuvo dos consecuencias literarias.
Durante su estadía en la ciudad, Cortázar se alojó en el Hotel Cervantes, que también frecuentaba Borges. En ese hotel transcurre uno de sus cuentos más famosos, La puerta condenada, en el que se escucha llorar a un niño misterioso.
En esa oportunidad Cortázar también aprovechó para pasear por el barrio del Cerro, de donde será oriunda su personaje La Maga, de Rayuela. Este es uno de sus personajes más famosos y durante décadas influyó en muchas mujeres que soñaban ser como La Maga, llegando incluso algunas de ellas a lograrlo. Uno de los capítulos de Rayuela, también transcurre en Montevideo.
Pero Cortázar tiene otras deudas con estas tierras. En varias oportunidades dijo que él le debía todo al uruguayo Felisberto Hernández. Incluso, la fama internacional del gran Felisberto hay que atribuírsela a Cortázar y a Italo Calvino que vieron de afuera lo que pocos vieron de adentro. Uno de los textos más emotivos de Cortázar es una carta imaginaria a este maestro oriental.
Las pasiones del autor
Julio Cortázar tuvo una vida agitada, en especial hacia su madurez. Hasta antes de los cuarenta fue un maestro de provincia, que publicó alguna cosa en revistas y hasta un poemario que firmó como Julio Denis, al igual que algunos de sus artículos de prensa. Hacia la década de 1950 comienza a trabajar como traductor para la Unesco, y luego pasa a residir, hasta su muerte, en París.
Tuvo varios pasiones además de la literatura. El box, los viajes, la música, la plástica y la política fueron algunas de ellas. Por sus filiaciones políticas, aunque tardías, fue condenado y vuelto a condenar. Adhirió tempranamente a la Revolución Cubana y la causa sandinista en Nicaragua. Pero luego, marcó fuertemente su distancia y hasta su condena al régimen de Castro.
Visitó por última vez Argentina en 1983, con la reapertura democrática. Excepto sus lectores que lo reconocieron por la calle, no tuvo ningún reconocimiento oficial.