El arte puede ser aburrido y engañoso

JORGE ABBONDANZA

El escenario del arte actual es soporífero" y está poblado por "curadores que no se arriesgan y un público que no mira". Lo dijo Charles Saatchi, uno de los mayores coleccionistas británicos, en una nota periodística donde insistió sobre el aburrimiento que a menudo provoca la plástica de hoy. Sus opiniones levantaron gran revuelo en la prensa londinense, porque Saatchi es corrosivo pero también es un conocedor y sabe lo que dice. Señaló por ejemplo que quienes organizan exposiciones "no eligen pintura sino preferentemente arte conceptual, porque resulta más difícil descubrir si es bueno". Cuestionó asimismo a los coleccionistas, diciendo que "su placer no consiste en contemplar las obras sino en impresionar a los amigos", y agregó que "compran solamente cuando un artista ya fue elogiado por otros".

Algo similar podría decirse de la crítica, que a veces puede ser avara y hasta omisa en su opinión sobre un artista si no se siente respaldada por elogios ajenos, aunque esa misma crítica utiliza en cambio adjetivos consagratorios cuando algunos especialistas de prestigio ya se pronunciaron favorablemente sobre dicho artista. Esos rasgos caracterizan a un medio donde la legitimidad no abunda, dominado (salvo honorables excepciones) por un simulacro de sensibilidad, donde muchos se mimetizan con ciertos modelos de creatividad o de espíritu renovador, procurando que esa imitación sea recibida como un acto de originalidad.

Porque Saatchi no está descaminado cuando trata con dureza el panorama actual del arte, donde prosperan el espejismo y el desconcierto, el oportunismo y la simulación. Por eso la alegría del observador es tan grande cuando descubre un ejemplo de autenticidad, independencia expresiva y verdadera intuición. Pero por detrás de esos chispazos, el medio artístico padece a escala internacional algunas enfermedades, la más visible de las cuales es la del mercado, con su desmesura de cotizaciones que superan los 100 millones de dólares por una obra de ciertos maestros (Klimt, Pollock, Picasso). Los precios no son empujados por el deleite del comprador sino por su estrategia para capitalizarse y huir de divisas inestables como el euro o el dólar.

Esa tendencia descalifica la imagen más respetable del coleccionista o el amateur, infectando un medio donde los mejores museos y las grandes fundaciones no pueden competir por encima de ciertos precios y son expulsados de la compra de obras eminentes, que a causa de ello no ingresan al dominio público sino al encierro de una propiedad privada. El placer colectivo de contemplar la belleza artística, es arrollado por la especulación galopante de unos pocos.

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