"Creo que la niñez lo marcó mucho"

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Alfredo Zitarrosa cumpliría 76 años este sábado y su única hermana, Cristina, que vive en Buenos Aires, lo recordó en entrevista exclusiva con El País. Es la primera vez que acepta hablar de quien dice "nunca fue un hombre feliz, pero por su gran sensibilidad tenía la capacidad de estar feliz con las pequeñas cosas".

Si me preguntas por Alfredo te tengo que decir que tras su muerte, durante 13 años no escuché su música ni hablé de él", dice Cristina, al recordarlo. "Alfredo es un montón de Alfredos… Era mi hermano y sigue siendo muy removedor para mí porque hasta hoy lo extraño para conversar", agrega antes de contar las experiencias vividas junto a quien denomina como un "hermano-padre" -le llevaba 14 años- que le "enseñó las cosas más importantes de la vida" y que se le fue rápido, con sólo 52 años, un 17 de enero de 1989.

Alfredo y Cristina fueron hijos de Blanca Iribarne, quien a los 19 años fue madre soltera del primero y al tiempo lo dejó al cuidado del matrimonio conformado por Carlos Durán y Doraisella Carbajal. Ya siendo un adolescente, el autor de Stefanie volvió a vivir con Iribarne y tomó el apellido del argentino que entonces era su esposo y padre de su hermana. "Dio la casualidad que los dos se llamaran Alfredo y sin duda fue un acto de amor de mi padre hacia mi madre el darle el apellido", asegura Cristina. "Siempre decía que tenía apellidos prestados pero consideraba un regalo de la vida el llevar el apellido Zitarrosa. Tenía la virtud de ser agradecido y lo estaba con mi padre por ese gesto".

BUENOS AIRES | VICTORIA MOLNAR

-En las biografías se habla de un "sentimiento de amor-odio" que Alfredo tenía con su madre. ¿Cómo era la relación entre ellos?

-Nunca se habla de mi madre. Pero, en mi opinión, te puedo decir que fue una de esas grandes luchadoras porque fue una madre soltera, muy joven y muy sola. El padre biológico de Alfredo, que fue el médico de la aviación Francisco Sureda, no quiso saber nada de ese hijo ni del futuro de mamá y luego Alfredo se enfermó y quedó con el matrimonio Durán y ella viajó a Argentina donde comenzó a trabajar en la compañía (de Arte Folklórico Baile Español de) María Antinea hasta que conoció a mi padre, quedó embarazada y se volvió a Uruguay y lo fue a buscar a Alfredo. Hay un lugar en el tiempo que yo no puedo darle contenido porque cuando nací vivíamos con él y a mí ni Alfredo ni mamá nunca me dijeron una sola palabra de la vida anterior y la fui reconstruyendo yo sola. Sin duda era una relación compleja y ese amor-odio está en sus canciones y en sus cuentos. Pero yo reivindico mucho el papel de mamá porque ella salió al mundo como lo hacen los hombres y siempre me decía: "Yo tenía que trabajar, tener un apellido para tu hermano y aparte tener una casa". Y creo que los amigos entrañables de Alfredo, que conocieron a mi madre, sin duda saben que Alfredo la amó mucho y supo muchas cosas que quizás no las pudo aceptar ni tampoco las pudo elaborar nunca.

-¿Con tanta diferencia de edad cómo era esa relación de hermanos?

-Tuvimos una relación muy estrecha hasta que se casó y ahí continuamos con la relación pero a distancia, lo mismo que durante el exilio. Alfredo era muy tierno, me cambió los pañales y me enseñó a caminar, a leer, a que me gustara la cultura y a pensar en política. De alguna forma yo siempre digo que yo era como su mascota porque me hacía participar de su mundo. Conocí las veladas de poesía y de libros del Café Tupinambá, del Café Montevideo, del Sorocabana… Era muy loco porque además yo era muy chiquita. Yo le hacía caso, lo admiraba, para mí era un tótem. Eran tiempos diferentes donde la juventud vivía de una manera distinta a ahora y en definitiva eran lugares donde yo podía entrar porque no había ninguna transgresión. Lo otro que hacíamos era salir a caminar. La Playa Ramírez fue parte de nuestra historia, de mi niñez y de la juventud de Alfredo, íbamos por la rambla hasta el Puerto de Pescadores con cinco o seis amigos charlando y jugando al "veo-veo". Pero, como te digo, cuando yo nací Alfredo ya tenía su vida hecha…

-Fue espectadora de muchas historias de amor. ¿Como hermana menor tenías celos de sus novias?

-Era muy codiciado. No era un hombre con un físico extraordinario sino que era un hombre frágil con una gran alma y pensamiento. Era muy seductor, con su voz, su guitarra al hombro con la que iba a todos lados, decía cosas lindas y aparte les escribía algunos poemas. Tenía ese fino sentido del humor que es tan lindo en un hombre y siempre era caballero con las mujeres. ¿Cómo no iban a estar muertas con él? Yo no tenía celos porque donde iba Alfredo iba yo y me mimaban muchísimo todas. En algunos momentos fui un poco una Dulcinea, una mensajera que llevaba regalos, flores o iba de visita de parte de él. Pero también para echarlas. Un día lo visita en la casa de la calle Yaguarón una persona de sexo femenino que se ve lo perseguía y Alfredo no quería saber nada y entonces subió y me dijo: "María Cristina aprontá el mate y vení", y llego y agrega: "Vos te sentás y no te movés de ahí". Alfredo tenía un carácter difícil, muy terrible y cuando no le caía bien alguien, agarrate.

-Alfredo es sinónimo de milonga. ¿Era una persona triste?

-No te voy a decir que era un hombre feliz porque no lo fue nunca y creo que su niñez lo marcó mucho. Pero sí te puedo decir que mi hermano era un hombre que por su gran sensibilidad tenía la capacidad maravillosa de estar feliz con las pequeñas cosas: con una mariposa, con un perrito, con la risa de un niño… Era un hombre profundo, luminoso que tenía mucho carisma y duende. Tenía la capacidad de hacer sentir únicas a las personas y de que él estaba ahí para ellas. Por ejemplo, era Fin de Año o Navidad y había un señor que estaba sentado en nuestra mesa y mamá le pregunta: "¿Pochito y ese señor quién es?" y él le responde: "Mamá es un señor pobre que estaba solo y no tenía con quién brindar". Era un linyera, eran poquísimos pero había y andá a saber cuál era la historia de ese señor. Entonces mamá protestó: "¡Pero imaginate que no lo conocés y entra a los dormitorios!" y él le dijo: "¡Pero no mamá! Vos no te preocupes que el señor está bien". También era de hacer muchos regalos y era desapegado con lo material, en eso se iba para el otro lado. Aunque tuvo mucha gente a su alrededor que lo amó muchísimo, era frágil y pienso que siempre se sintió muy solo y yo digo que preparó su viaje para irse de este mundo porque habló con sus amigos, con sus amores y se amigó con quienes estaba enemistado por algunas tonteras. Era un alma frágil y bella.

-¿Durante su exilio, cómo fue la relación con Uruguay, también era de orfandad?

-No se quería ir. Pertenecía al Partido Comunista y sus amigos lo convencieron de que iba a hacer cosas mejores por el Uruguay viviendo afuera que viviendo adentro y estando como preso. La época más negra de Alfredo fue ese exilio en España, fue una época muy difícil porque por esas cosas que son históricas allá era la salida del franquismo y él llegó a Madrid con su nostalgia, con su milonga y su poesía y el madrileño no lo vio. Tuvo poco trabajo y además tuvo el desgarro más grande y que más lo afectó que fue el haberse separado de sus hijas (Moriana y Serena). Eso fue como un golpe mortal, porque eran todo un símbolo ellas, representaban la niñez que no tuvo. Después en México lo quisieron y contuvieron mucho, pero extrañaba y cuando volvió, llegó a un Uruguay diferente. Le costó adaptarse y económicamente no era fácil vivir y yo creo que eso lo hizo sentirse cada vez más solo. También influyó la muerte de mamá (en 1986), ahí él se metió más para adentro. Los uruguayos en general somos muy apegados a nuestra tierra y en todas las entrevistas él remarcaba que era oriental y en la conferencia de prensa que dio al volver dijo: "Yo de aquí no me voy más". Era un Alfredo que vivía llorando a su tierra y pensando que su lugar en el mundo era Uruguay. Además él perteneció y fue hijo de una época maravillosa del Uruguay, vivió la pobreza pero a la vez también lo que era un gran desarrollo de la cultura, entonces no fue casualidad que de allí saliera un poeta así como Alfredo.

Un lugar antiguo en el Once

Cristina Zitarrosa desde 2003 está a cargo de la Asociación Civil Encuentro Argentino-Uruguayo Casa Zitarrosa, que tiene su sede dentro del hermoso casco antiguo de la Estación de Trenes de Once porteño, plagada de objetos y recuerdos del ícono de la canción uruguaya. "Perlitas" que a Cristina le llegan o se encarga de ir recolectando y entre las que se encuentra una serie de fotografías hechas por Jaime Niski. La hermana del creador de "El violín de Becho" recuerda que el escritor Enrique Estrázulas, amigo de Alfredo, asegura que las mejores fotografías de Zitarrosa son las que conserva el Archivo Caruso que pertenece a El País y que en 2008 fue declarado Monumento Histórico Nacional.

A esas joyas se suma un sello editorial propio que ya cuenta con dos libros: "…Y yo salí cantor. Zitarrosa" -reedición del trabajo de recopilación y archivo que realizaron el guitarrista Julio Corrales y el periodista Carlos Castillos y que según Cristina: "Es Alfredo por Alfredo"- y "Artigas. Paradigma y continuidades" de Delia Etchegoimberry, sacado en ocasión del Bicentenario del Proceso de Emancipación Oriental en base a la admiración por el ideario artiguista de Zitarrosa. "Que la Casa lleve su nombre es una gran responsabilidad porque era un hombre honesto, íntegro y consecuente no sólo políticamente, que en eso se podía estar de acuerdo o no, sino en su vida cotidiana", señala. A Cristina aún le parece insólito que muchos de quienes concurren a la asociación le dicen: "Dejame que te abrace porque tenés sangre de Alfredo" y hacen referencia a lo cálido del lugar. "A mí eso me parte en dos… pero es maravilloso poder vivir y sentir y lo acepto con mucho cariño".

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