Lucía Garibaldi es la cineasta uruguaya más importante de la actualidad. Su ópera prima Los tiburones fue estrenada en Sundance en 2019, donde ganó el premio a mejor dirección. Un futuro brillante, su segundo largometraje, repitió la historia: tuvo su premiere mundial en el Festival de Tribeca, en Nueva York, y se fue con premio en la sección Viewpoints, y con elogios para el trabajo de Garibaldi y de Martina Passeggi, la joven actriz que debuta en cine con este proyecto.
Un futuro brillante es un drama distópico que sigue a Elisa (Passegi), una joven que tras ser escogida para ir al Norte, una tierra prometida donde se está haciendo historia, rechaza el destino que le es impuesto.
Dos días después de su conquista en Tribeca, Garibaldi dijo a El País que el germen de Un futuro brillante surgió una noche, mientras circulaba por la zona del Palacio de la Luz. Iba rumbo a un cumpleaños, encantada con la arquitectura del lugar y caminando sola de noche, cuando sintió bronca por no poder andar tranquila. La película no habla de eso, pero su semilla está ahí. “Ese día me pregunté: ¿cómo sería el mundo si siempre fuera así, yo sola? A partir de esa sensación construí un mundo que sostuviera esa idea”.
En ese entonces, hace mucho tiempo —el guion nació antes del estreno de Los tiburones—, Garibaldi no sabía dónde se estaba metiendo: una historia de ciencia ficción que requirió inventar reglas coherentes y un equilibrio entre la información de ese mundo y un misterio a resolver. De eso y lo que vino después —un estreno internacional, un recibimiento entusiasta, muchas expectativas—, parte de su charla con El País.
—¿Les cayó de sorpresa todo lo que pasó con Un futuro brillante? ¿Cómo lo están viviendo?
Lucía: Han sido unos días muy divertidos. Como evaluación, sí, fue una sorpresa. Porque una siempre especula: si vas a ganar un premio, te tienen que avisar antes para que te quedes a la fiesta. Muchas veces te llaman el día anterior o unas horas antes y te dicen: “¿Che, vas a venir?”. A veces no te dicen nada, y es real. En Sundance fue así, y ahora también.
Martina: Lucía no quería ir. Le dije: “Dale, Lucía, es mi primer festival. Vamos, nos reímos, tomamos algo”.
Lucía: Es que usualmente no es un gran evento. Ves los premiados, después alguien comenta los ganadores. Yo estaba en un viaje familiar, no pensaba ir a la fiesta. Pero Martina quería, así que fuimos.
Martina: Del festival lo que más me divierte es el intercambio con la gente, encontrarse con otras personas que vinieron a lo mismo. Porque, si no, queda todo muy narcisista: ir a nuestros screenings, a los paneles de preguntas y respuestas, y nada más. La gracia del festival es ese punto de encuentro. Además, había mucha presencia de Latinoamérica: de los ocho premios que daban en Tribeca, cinco fueron para la región.
Lucía: Hubo mucha presencia en los premios, no tanto en la selección.
Martina: Estábamos escuchando a todos los ganadores. No es que dicen “el ganador es tal”, sino que hacen una descripción muy poética de la película, destacando lo que les cautivó. Entonces estábamos todo el tiempo con el oído parado, pensando: ¿están hablando de nuestra película? Lucía pensaba que nos iban a dar una mención.
Lucía: Es que cuando estás ahí, podés relacionar cualquier cosa con tu película. Si dicen “una historia profunda sobre la vida”, pensás: puede ser la nuestra. ¿Pero cuántas otras también hablan de eso?
Martina: Por eso, cuando nos llamaron a recibir el premio fue: “¡¿Qué?!”. Modo emocional, mal. Todo el mundo vino a felicitar a Lucía por el discurso.
Lucía: Dije que lamentaba lo que estaba pasando en Estados Unidos, y solté: “El mundo apesta”. Y todo el mundo aplaudió. Es que era muy difícil no ponerse político. Los gringos no lo hacen. Hubo una que habló de Gaza, y nadie más dijo nada. Pero si están mandando militares a Los Ángeles, ¿cómo no vas a decir algo? Cuando tenés un micrófono, hay que aprovecharlo. Tenés gente de todo el mundo enfrente, hay que decir algo. Muchos nos dijeron que les conmovió la honestidad del discurso. Todo el mundo iba muy políticamente correcto, y nosotras estábamos con la emoción a flor de piel. Martina se puso a llorar. Incluso pensaban que éramos pareja.
Martina: Me había quedado en Nueva York de casualidad, porque los productores y el resto del equipo se habían ido. Nadie imaginaba que íbamos a ganar.
Lucía: Fue tan bueno todo, y nos divertimos tanto, que Martina perdió el vuelo.
—¿Cómo fue la experiencia de hacer una película, estrenarla en Nueva York y, además, volver con un premio?
Lucía: Hacer la película fue titánico. Antes de estrenar Los tiburones ya estaba con este guion. Después tuve una hija, vino la pandemia, y el guion creció, cambió, se rearmó. Cuando dijimos: “vamos a hacerla”, me embaracé. Y no quería filmar embarazada. Menos mal, porque fue un embarazo complicado. Entonces al otro año, con mi bebé de nueve meses, filmamos. Y creo que la presencia de Luisa, la bebé, se sintió en todo el equipo. Hubo una conexión muy fuerte con la vida, y la idea era esa: disfrutar el rodaje, pasarla bien.
—¿Cómo llegaste a Martina?
Lucía: La encontré enseguida. Como me pasó con la actriz de Los tiburones, fue amor a primera vista. Dije “es ella”, aunque seguí buscando, porque tenía a Matías Ganz como director de casting, compañero de la Escuela de Cine, que también hizo el coaching actoral. Él me decía: “Sigamos viendo chiquilinas para el protagónico”. Pero yo ya sabía. La película la filmamos en 30 días. La postproducción fue muy larga, porque tiene VFX, composición, y una banda sonora buenísima. Hacer cine en Uruguay sigue siendo artesanal. Aunque hay más fondos que antes, todo es más caro, así que hay que achicar. No quiero llorar mucho, pero es importante destacarlo.
Martina: En Tribeca vi muchas películas donde decían: “La filmamos sin presupuesto en 90 días”, pero veías que la actriz principal era Julia Fox (Diamantes en bruto, Presencia).
Lucía: O decían: “La primera unidad filmó acá, la segunda en Italia”. Pero sacando en limpio, en Latinoamérica se trabaja muy bien. El equipo de esta película es como de Fórmula 1: con poco hacemos mucho. En vez de mostrar una ciencia ficción con platillos voladores y súper VFX, contamos con ideas, costumbres, historia. Acá valoran mucho lo indie, lo artesanal.
—Algo parecido te pasó con Los tiburones en Sundance.
Lucía: Sí, otra vez no pueden creer que hicimos una película con dos pesos. Y lo digo desde el privilegio, porque hay gente que hace películas con muchísimo menos. En Uruguay tenemos fondos.
—Igual, lo que hiciste fue una rareza: una distopía hecha en Uruguay, con una protagonista debutante en cine.
Lucía: En realidad, no quería hacer una distopía. Quería contar la historia de la última joven en un mundo.
—¿Qué implica tener a una desconocida como protagonista?
Lucía: A mí me encanta. Hay algo de frescura cuando ves una película con rostros que no conocés. El choque con la historia es distinto. Igual incluimos a Sofía Gala, porque era ese personaje: muy punk, under, rebelde, sensual. Un enigma. Pero tener una protagonista que te conmueva por cómo actúa y no por lo que representa como “famosa” es vital para mí.
—Poniéndome cholulo: ¿a qué famoso conocieron?
Martina: A Jennifer Beals, que fue jurado. Estaba hablando con una amiga y veo que alguien me esperaba. Se acercó, me tomó la mano y me dijo: “Te espera una carrera increíble. Sos una actriz muy prometedora. Mi nombre es Jennifer, soy parte del jurado”. Me dijo más cosas, pero no me acuerdo.
Lucía: ¡Se me puso la piel de gallina! ¡Era la actriz de Flashdance! En Sundance me pasó con Jane Campion: me agarró, me miró, me dijo algo... tampoco me acuerdo qué. Fue igual. Un shock. Lo más cholulo, sin dudas.
Martina: Después te escribieron muchos mensajes. Te escribió Greta Gerwig.
Lucía: ¡Y vimos a Steve Zahn como si nada! También a Robert De Niro. Divino, saludable, hermoso.
—¿Cómo llegaron a Tribeca?
Lucía: En enero de este año, Tribeca nos invitó a estrenar la película. Fue con mucha anticipación, lo que nos hizo sentir que realmente querían que estuviéramos ahí. Es un festival enorme, con secciones para videoclips, cortos, documentales, alfombra roja… pero también tiene una parte más chica, más independiente, donde conocés al programador que va a presentar tu película. Eso es hermoso. Ver cine y hablar de cine, para que no quede solo en “consumir un producto”.
Martina: Lo mejor de los festivales es poder hablar con los directores, preguntarles con qué se quedaron. Me preguntan: “¿Pero qué pasó en realidad?”. Y les digo: es ficción. Es lo que vos quieras. Es mágico, como cuando leés Harry Potter y te querés quedar ahí adentro.
Lucía: Es mágico que la gente se quede en la fantasía y te pregunte por ese mundo. Eso es el cine. Es el arte que más se parece a soñar: estás en la oscuridad, con la pantalla adelante, y es como un sueño. Nada se parece tanto a eso. Es muy sensorial. Que alguien se meta en ese mundo y te pregunte por eso que inventaste es magia.
—La sección Viewpoints, donde se presentó la película, está reservada a “realizadores que rompen las reglas, modifican los géneros y abren nuevos caminos cinematográficos”. ¿Se sienten así?
Martina: Sí, somos unas rebeldes (se ríen). No, en serio, cuando leí el guion, piré. Nunca había leído uno antes. No es como una novela. Decía: “Interior – patio – día”, y yo tenía que imaginar todo. Me pareció rarísimo. Lo primero que me vino fue Los juegos del hambre, pero nada que ver. ¡Y hay que aclarar que no es una película sobre el cambio climático! (Se ríen)
Lucía: Es un mundo que se parece al nuestro, pero es otro. Comen otras cosas, tienen otras costumbres. No hay mascotas, hay parlantes que suenan como mascotas. Eso puede parecer raro, y quizás por ahí se rompe con lo esperado. No sé si rompí las reglas del cine, porque el guion es bastante clásico: es el camino del héroe. Pero creo que tiene un tono y una forma que responden a mi búsqueda de ser auténtica. Y eso termina siendo político. En un mundo globalizado donde todo se parece tanto, yo insisto en que el producto sea una extensión de mi manera de ver las cosas. Ser honesta. Y si logramos eso, la película será distinta, porque todos somos distintos.
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