El riesgo que corre una película como Oppenheimer es que puede caer por su propio peso. Ese es un riesgo que solo se corre a conciencia.
Por un lado está Christopher Nolan, un británico con tendencia a la grandiosidad, intentando hacer una obra maestra. Por el otro, J. Robert Oppenheimer, un americano con tendencia a la grandiosidad, llevando a la mundo a la bomba atómica.
La combinación de ambos universos solo puede dar una película como Oppenheimer, así de megalómana, aunque no tan explosiva.
Nolan cuenta -con su habitual tendencia a complicarla pero portándose más lineal que otras veces- la biografía de Oppenheimer el científico con participación estelar en las investigaciones que llevaron a la explosión de dos bombas atómicas, 210.000 muertes y la rendicion de Japón. Generó además una Guerra fría y el recurso nuclear aún es una amenaza en la geopolítica.
Una última escena convierte a Oppenheimer en una advertencia sobre las circunstancias que hacen propicias las fórmulas aquellas que el científico garabateó a tiza en pizarrones. Ese invento que además generó su propia angustia moderna: el terror nuclear.
Convendría volver a ver Luz de invierno de Ingmar Bergman para comprender cómo Oppenheimer moldeó su tiempo.
Ese grado de ambición tiene que haber sido lo que interesó a Nolan, cronista de aventuras interiores en películas como El origen o Interestelar, cuya complejidad aparente está mostrada con una espectacularidad a nivel de las preguntas que plantea.
Cuestionan, en sus narrativas, la realidad palpable para generar espacios intersticiales en nuestra mente o en el universo. La fórmula resultó pretenciosamente tonta en Tenet, una película muy vistosa y que nadie entendió. Se veía, eso sí y como con todas las películas de Nolan, brillante, de paquete y con recursos de vanguardia tecnológica.
Todo esos lujos y esos juegos con el tiempo y el espacio -evidencia del mundo inasible que habitamos- se hicieron políticos en su trilogía de Batman. Es quizás su obra más ambiciosa, con esa oscuridad temática y visual (y con Christian Bale y su voz) que refleja las complejidades sociopolíticas de hoy. Es una trilogía sobre el descontento y sobre el papel de los héroes. Sobre la difusa línea entre el bien y el mal.
Dicho esto, Oppenheimer está más cerca -y algunos dirán, ¡por suerte!- de la realidad histórica de Dunkerque, la que quizás sea su película más perfecta. También está desordenada cronológicamente, lo que es parte del estilo y del universo de Nolan, el último de los directores filósofos al servicio de Hollywood.
Oppenheimer tiene excusa para su ambición en su origen: está basada en Prometeo americano: El triunfo y la tragedia de J. Robert Oppenheimer, el libro de Kai Bird y Martin J. Sherwin que ganó el Pulitzer y está en el mercado local, coincidiendo con el estreno de la película.
El nivel de detalle de Bird y Sherwin es algo que Nolan buscó replicar. Y eso explicaría las tres horas que necesita para contarlo.
Oppenheimer es una película exhaustiva como lo era, por ejemplo, JFK de Oliver Stone, una referencia que no desmerece a nadie. Acá también se intenta responder un misterio a base de testimonios y hay imágenes en color y blanco y negro distribuidas de una manera que no queda muy clara.
Nacido en 1904 de una familia judía de Nueva York, Oppenheimer fue el mejor de su promoción en Harvard y Cambridge, las que transitó con honores a cuenta de su salud mental.
Su vida como profesor en la Universidad de California era excéntrica y dedicada, y se acercó al Partido Comunista más por curiosidad y amistades (principalmente con Jean Tattlok, que en la película interpreta Florence Pough) que por convencimiento militante.
En todo caso, eso no pareció tomarse en cuenta -y es el centro de la película de Nolan- cuando fue convocado por el general Leslie Groves (que interpreta Matt Damon) para liderar el Proyecto Manhattan, el programa ultrasecreto que tenía una de sus bases en Los Álamos, donde Oppenheimer se manejaba como un sheriff apoyado por el seleccionado mundial de científicos. Le encontraron la vuelta a eso de la fisión y la fusión y hacer de eso algo útil para la humanidad, aunque sabían las consecuencias de tanta inteligencia.
El propio Oppehneimer fue consciente del poder de su invención. Hizo propia, dicen, una frase del Bhagavad Gita: “Y me convierto en muerte, el destructor de mundos”. Un mes después de Hiroshima y Nagasaki, le dijo al presidente Truman (que en la película es Gary Oldman) que sentía tener sangre en las manos.
Se convirtió en un activista sobre los peligros de jugar con fuego (o con la bomba de Hidrógeno, para el caso), lo que lo volvió blanco de la paranoia sobre infiltrados comunistas en el gobierno. La película está armada como un flashback a partir de su testimonio en una comisión parlamentaria.
El villano de la historia sería Lewis Strauss, representante del complejo político-militar-industrial que tiene una suerte de cruzada personal contra Oppenheimer, quizás por un desplante que le hizo Albert Einstein, una presencia explícita e implícita en toda la película. A Straus lo interpreta Robert Downey Jr, en una actuación que recupera al actor que se había disimulado en Iron Man.
Openheimer va sobre cómo hace alguien para convivir con eso y las contradicciones de una vida así de grande. Es una tragedia americana y el porte que le da Nolan resulta ser el apropiado.
Eso tiene sus cosas buenas y sus cosas malas y en esta categoría habría que plantear cierta densidad.
Aunque por momentos tiende a caer por su propio peso, Nolan, quien también escribió el guion, mantiene la atención (la música de Ludwig Göranson vuelve a darle una gran mano) mientras sigue una tragedia personal y nacional.
La fotografía es otro habitual colaborador de Nolan, el suizo Hoyte Van Hoytema quien aprovecha los interiores que son los que abundan.El rostro de Cillian Murphy (el de Peaky Blinders) es una parte importante de conseguir transmitir eso y es lo más arrebatador de la película. El actor condensa todo ese mundo interior de una manera que Nolan fuerza en primer plano. Aun en su petulancia hay algo de héroe en su Oppenheimer tan carismático y genial contradictorio.
Lo mismo puede decirse de esta Oppenheimer de Nolan.