Basada en un hecho real (aunque tenga elementos que parecen hacerlo pura ficción), La mujer de la fila es la historia de una madre atravesada por la prisión de su hijo adolescente. La película vuelve a unir a Natalia Oreiro, en uno de sus mejores papeles dramáticos, con el director Bejamín Ávila, con quien habían trabajado en Infancia clandestina.
Ahora, Oreiro interpreta a Andrea Casamento, una agente de bienes raíces cuya vida queda transformada por la trágica circunstancia. Casamento se convirtió en una vocera de las madres y familiares de presos en una trayectoria de lucha que incluye un trabajo desde las Naciones Unidas hasta una charla TED.Fue gracias a eso que tanto Ávila como Oreiro se apasionaron con la historia.
La película, que fue filmada en parte en el Complejo Penitenciario Federal I de Ezeiza, es un emotivo alegato y un llamado a tomar conciencia. Como dice el personaje de Oreiro, “estamos todos presos” y su lucha es acompañada por un grupo de mujeres que van generando una red de apoyo, contención y solidaridad.Muchas de ellas son familiares de detenidos, aunque la Veintidós, quien se vuelve la mejor amiga de Andrea, está interpretada por la chilena Amparo Noguera.
Con un tono que por momentos toma formas del documental, aunque es básicamente un emotivo melodrama (romance incluido), la película se convierte en un llamado de atención sobre la situación que viven a diario aquellas (porque siempre son mujeres) que alimentan, dan calor y visitan a los presos.
En una visita para promocionar la película y presentarla en sala, Oreiro charló con El País sobre la experiencia de involucrarse con un personaje y una historia así de conmovedoras.
—Una escena conmovedora, dentro de una película llena de emoción, es la reunión de las mujeres en su casa...
—Es una escena muy documental, un tono que la película trabaja muy bien. Como es una ficción basada en hechos reales, pero como las mujeres de la fila son, en su gran mayoría, mujeres que están siendo atravesadas por esa circunstancia —y parte de la ACiFaD, la Asociación Civil de Familiares de Detenidos en Cárceles Federales—, pone a la película en una verdad y una emotividad difíciles de interpretar para un actor. Ese momento es especial porque ellas cuentan en carne viva su propia historia y lo vivís, lo sentís. A mí también me gusta mucho ese momento.
—¿Cómo vivió esa escena?
—Mi gran labor en este proyecto fue siempre escuchar, mirar, hacer que ellas se sintieran vistas y luego ser parte de eso desde su lugar. Porque lo somos como sociedad, sin duda, pero para un intérprete escuchar es todo: saber mirar y ubicarse en ese espacio que nos pertenece a ellas y a mí, aunque no esté atravesada por una circunstancia similar. Desde el principio, cuando me acerqué al proyecto, fue escuchar, comprender y derribar prejuicios, propios y sociales.
—¿Y prejuicios de ellas?
—El mundo de quienes tienen un familiar privado de libertad carga con un prejuicio hacia una sociedad que no comprende o que culpa a la familia de que la persona esté dentro. En la película, mi personaje le dice al hijo: “Estamos todos presos”. Y es así: se detiene tu vida, tu trabajo, tu familia por todo lo que está pasando. Lo necesario para que esa persona que está adentro tenga lo mínimo —comida, calor, visita— se vuelve el centro de tu vida. Todo se detiene. Y, además, la sociedad culpa, en particular a la mujer, a la madre. La película se llama La mujer de la fila justamente porque en su mayoría son mujeres las que hacen esa cola para ver a sus familiares. Dejan su vida, tienen jornadas laborales triples: trabajan para sostener económicamente a la familia, en la casa con sus otros hijos y luego deben trasladarse muy lejos porque no todas las cárceles están cerca. Pierden días, pierden trabajo. Y sufren. La condena social, encima, es muy marcada.
—Y altera el vínculo con el entorno...
—Tal cual. Se las tilda de “malas madres” porque algo hiciste para que tu hijo cometiera un delito, si es que lo cometió. Es muy cruel. Es tremendo darte cuenta de que viviste negada porque creías que eso no te podía pasar.
—Son dos soledades, dos encierros...
—Y se vive muy incomprendida, sobrepasada.
—Pensaba en Infancia clandestina y si elige estos papeles como una forma de aprendizaje...
—El camino siempre es personal. Es muy difícil contar algo si uno no se reconoce internamente en ese relato. Más allá de que interprete personajes que no soy yo —algunos incluso ideológicamente muy lejanos, como quizás sea el caso de Iosi: el espía arrepentido— siempre como intérprete tengo que reconocer ese dolor, esa pérdida, esa búsqueda en mi. Si no, hay algo de impostado, de contarlo de oído. No digo que uno deba desgarrarse para interpretar una escena desgarradora, pero acá hay escenas en las que es muy difícil mantener distancia. La situación te atraviesa, el dolor te atraviesa. Estoy segura de que cualquier mujer me va a entender porque es visceral la sensación de que se te va la vida si le pasa algo a un ser querido. Una mujer materna seas o no madre: con amigos, parejas, hijos, padres. Ese rol de cuidar es muy difícil de separar, y en mi caso lo fue. Cuando te preguntan cómo te preparaste para las escenas, la respuesta es sintiéndolas en carne propia.
—¿No trabaja con método?
—Sí, porque estudié para eso, pero a veces es muy difícil poner distancia. Con personajes tan dramáticos trato de no utilizar la memoria emotiva y todo eso, porque es lastimarse a uno mismo. Una vez un iriólogo japonés, que no sabía quién era yo, me dijo que yo estaba muy triste. Y yo me sentía bien, pero insistía. Hasta que le dije que era actriz y estaba haciendo una serie en la que lloraba todos los días. Ahí me dijo: “Cambie de profesión porque usted le manda al cuerpo o a su cerebro la información de que está sufriendo, y su cuerpo no puede disociarlo...”.
—Nunca había escuchado eso.
—No, pero es interesante. Después lo pensás cuando alguien te dice: cuidado con lo que mirás porque si ves películas de terror o noticieros violentos, te genera es sensación. Como que terminás vibrando en esa energía. Y cuando hacíamos La mujer de la fila, yo terminaba muy cargada, por ejemplo, los días que filmábamos en las cárceles.Por supuesto que intelectualmente sabía que salía de ahí, que era un trabajo, que éramos un equipo, pero la energía es igual muy fuerte.
—En ese sentido todo el tema de la requisa es muy duro para un espectador.
—Muy duro. El tema de las infancias compartiendo esa situación que es algo que no se habla. En la película incluso revisan a un bebé. Como sociedad, abrir los ojos y saber que esas cosas suceden, hace que cambien.
—Leí por ahí que consigue desprenderse rápido de los personajes, aunque costó más con Gilda. ¿Cómo fue acá?
—En este caso también quedé muy ligada emocionalmente, acompañándolas. La película incluso tiene un trabajo posterior de impacto social que se está midiendo: al final aparece un QR para informarse más sobre ACiFaD y, si quieren, colaborar. Entonces uno queda en conexión, porque es una historia que está sucediendo. Esta es una película sanadora. Dramática, pero luminosa, porque transforma un hecho duro en algo lindo: la unión de estas mujeres, cómo terminan juntas, cómo se permiten sonreír, la relación de mi personaje con la Veintidós. Y ves la transformación de ella y te da esa sensación de resiliencia muy necesaria para atravesar la dura realidad de muchas personas.
—Con Gilda fue diferente.
—Sí, porque es alguien muy querida que no está entre nosotros, un personaje muy deseado. Ahí había una transferencia hacia mí del público de ella porque estaba muy parecida y eso me costó mucho. Fueron meses. Pero fue una alegría y un logro poder hacerla y que la película sea tan bella. Aunque me di cuenta que quedé emocionalmente muy atravesada.
—La mujer de la fila también es una historia de amor.
—Sí, y de la vida real. ¡Es increíble! Andrea, la protagonista, cuando empieza a ir a la cárcel conoce a Alejo, un preso del cual se enamora, espera 10 años, tienen un hijo y hoy están casados. Parece ficción, pero es real. Cuando escuché su charla TED que lo contaba pensé: no puede ser. Pero sí, sucedió.
—Fue una experiencia transformadora para todos.
—Andrea dice que este hecho traumático le dio un sentido a su vida. Nadie quiere ser atravesado por un dolor así, pero cuando sucede, podés quedarte en él o tratar de encontrarle un sentido. Ella lo hizo, ayudando a muchísimas mujeres que quizás no tenían su fuerza —que tiene una personalidad arrolladora, difícil de encontrar— y en ella se canalizan todas esas mujeres que la siguen que quizás no tienen las herramientas o la voluntad para lograr todo lo que logró con su fundación. Hoy incluso representa a esas mujeres ante la ONU para reclamar que no exista la tortura en las cárceles. Ha logrado cosas increíbles. ¡Dignas de una película!