Acaba de debutar como director con La muerte de un comediante, que se estrena hoy en cines uruguayos pero no tiene proyectado hacer otra película. A Diego Perettilo que le gusta es actuar y en el caso de su ópera prima como realizador, se dio la oportunidad y él la tomo.
En esta entrevista, el actor cuenta su experiencia filmando en Bruselas esta coproducción colectiva de Orsai Audiovisuales. Cuenta por qué eligió hablar de crisis existencial y bucea en sus inicios. Además, recuerda al personaje que lo hizo famoso, el Tarta de Poliladron, y revela por qué todavía no se puede hacer la película de Los simuladores.
—Protagonizás, escribiste el guión, codirigís La muerte de un comediante. Es una coproducción con actores de varios países, estética de cómic, filmación en Bélgica. En tu primera película tiraste toda la carne al asador
—(Risas) No fue nada fácil. Nada. Pero me resultó muy agradable. Obviamente el cuerpo sufrió y tuve culebrilla.
—¿Durante la filmación?
—Al principio de la preproducción en Bélgica. Con el frío que hacía me tenía que poner los jeans y era un desastre, pero tenía una adrenalina tan creativa, un grupo con tantas ganas de pasar a imágenes y a puesta en escena que aguantaba todo (risas).
—¿Cómo se dio trabajar con Orsai, de esta manera tan particular con pequeños productores asociados?
—Fue a partir de una iniciativa de Hernán Casciari, que es quien lidera Orsaiy es su creador. Quisieron hacer contenidos audiovisuales que estuvieran completamente independientes del Estado o de los privados. Javier Beltramino, que es con quien codirijo la película, me buscó, me dijo que quería hacer una película independiente conmigo, que el tema fuera mío, pero lo hacíamos los dos. Me presentó a Hernán Casciari, que en ese momento no tenía la comunidad Orsai, y a Cristian Basilis, otro de los productores. A ellos les conté la idea que tenía.
Entre ese encuentro y la cristalización del proyecto pasaron ocho años. En el medio “ellos hicieron un guion muy descriptivo, básico; una primera versión. Tratamos de conseguir subvención, no fue posible hasta que Casciari me ofreció llevarla a cabo a través de la comunidad Orsai. Y la verdad es algo que nunca había pensado. Me explicó que el proceso de preproducción, producción, filmación y postproducción es abierto a la gente que actúa como socia productora, y me resultó extraño, sinceramente”, repasa Peretti.
—¿Y cómo resultó?
—Se juntó una plata importante y después escribí el guion sobre esa base junto con Javier Beltramino. Teníamos el guion y la plata, y eso es muy difícil en el cine normal, digamos, porque siempre tenés que esperar la plata del Incaa o de los privados; o te la pagan cuando se estrena, con tanta cantidad de espectadores. Acá lo teníamos y empezamos a trabajar y estrenamos en el Festival de Cine de Mar del Plata, con buena crítica. Estamos muy contentos con la película que es autoral, no es de género. Es original, es anti inteligencia artificial. Trabajamos con una gran libertad que te da esta forma colectivista de hacer cine.
—La trama se refiere a una crisis existencial. ¿Por qué elegiste un tema tan complejo en tu primera experiencia? ¿Es algo que te daba vueltas en la cabeza?
—Fui médico y además el personaje tiene un enfrentamiento con la noticia de la muerte cercana. Y resuelve muy sabiamente, a mi criterio, porque en vez de quedarse haciéndose resonancias magnéticas, o redactando testamentos, decide de manera casi automatizada y ganado por el shock, terminar su programa de televisión, agarrar la moto, aprovechar la huida e irse al aeropuerto y viajar al lugar donde nació el héroe que lo inspiró para ser actor. Esa historia y esa sabiduría ante la inminente desaparición me remiten a electrones que saltan de órbita dentro de un átomo y se transforman de una molécula a otra. Bueno, ese electrón, impulsado por esa fuerza, por esa noticia, salta de órbita y hace ese recorrido que no es el normal, pero es sabio porque es intuitivo, y llega a concretar un sueño que es pasar de ser un héroe de ficción a ser un héroe real.
—¿Te inspiraste en alguna experiencia cercana?
—Entre el 90 y el 96 tuve una cantidad de pérdidas tremendas, de mi padre, mi madre, mi tío, mi amigo en un accidente. Terminé asqueado del olor a flores. A la salida del velorio recuerdo que pensé: “yo tengo que hacer este viaje, tengo que empezar a estudiar otra cosa, tengo que investigar”. Es el arrojo por hacer, por caminar un camino que, si no hubiera ocurrido eso, no lo hacías porque no estaba marcado. Fue una sabiduría de la vida detectar que cada segundo tiene el valor de ser el único.
—¿Fue ese impulso el que te llevó a dejar medicina y seguir el camino de la actuación?
—No. El impulso de la actuación fue más desarrollado. Lo que detecté después de los velorios es la sabiduría que tiene este personaje intuitivamente cuando le dan esa noticia de su enfermedad terminal. Es ahí cuando, acompañando ese existencialismo, la película tiene un acento celebratorio, porque el personaje logra cumplir su deseo. Y cumplir los deseos significa viajar a la infancia, por eso la estética del cómic. En la infancia uno tiene sueños que no están contaminados por ninguna traba. Cuando era chico a veces decía que quería ser heladero. Y a un adulto eso no le parece gran cosa, ¿no? En esa caja de resonancia infantil están los sueños que después se contaminan y terminan en memoria, y a veces ya ni los recordás.
—¿Entonces, cuál fue el impulso que te hizo recorrer otro camino, uno que no estaba trazado?
—Estudiaba medicina, pero no me gustaba. A pesar de eso hice toda la carrera, larguísima porque es toda medicina, después examen de residencia, y me especialicé en psiquiatría, cuatro años más a los seis que ya había cursado. Cuando empecé con la psiquiatría esa parte de la medicina me pareció más interesante, lo que no me gustaba eran las especialidades orgánicas, clínicas, quirúrgicas. Es muy gracioso porque de clínica o de cirugía tenés cursadas de meses y de años, pero a la psiquiatría le dan pelota un mes solamente, en la formación. Por lo menos en la currícula que yo viví. Y empecé a hacer teatro porque me aburría mucho haciendo medicina.
—Empezaste haciendo teatro independiente pero la popularidad llegó con el Tarta de Poliladron. ¿Qué recuerdos tenés de ese momento?
—Sí, el Tarta en Poliladron fue tremendo. Todo lo que hizo Adrián con Polka, pero el primero que fue Poliladron. Adrián me vio en una obra de teatro y me eligió. Encima me ayudó porque cuando fui a firmar contrato con el productor le dije que yo trabajaba haciendo residencia de psiquiatría, de las 7 de la mañana hasta las 16, en el Hospital Castex. El productor me dijo que era imposible y entonces intervino Adrián, me dijo que me quería en el proyecto y que no me preocupara, que me ponían un remís para que me buscara en el hospital. Y que quizás me tenía que bancar dormir poco. Y era joven y me lo banqué (risas). Había semanas que casi no dormía, pero sentía una satisfacción enorme. Poliladron me abrió un montón de puertas, y me dio el cariño de la gente. Ahí dejé medicina, al principio con una licencia y después la dejé y no paré de trabajar hasta el día de hoy. Es increíble.
¿Qué pasa con "Los simuladores"?
—Se dicen muchas cosas sobre la vuelta de Los simuladores, ¿cuál es la verdad en este momento?
—No sé qué contestar. Está listo el libro, estuvimos a punto de empezar a filmar y no se dio.
—¿Qué los frena?
-Hay un vericueto legal. Necesitamos conseguir los derechos de nuevo porque lo íbamos a hacer con una plataforma, que se retiró. Hay una cantidad de cosas, pero no estoy al tanto. El tema está en manos de abogados. Me encantaría hacer la película de Los simuladores. A todos. La verdad es que no me da más ganas de contestar porque me ilusiona y la gente también.
—¿Tenés otros proyectos?
—Sí, pronto se estrena la película La casa, de Gustavo Triviño, que funcionó muy bien en el Festival de Mar del Plata. A principios de este año filmé en Ushuaia, Risa la cabina del viento, una película dirigida por Juan Cabral, en la que estoy con Cazzu, que estuvo en Mar del Plata en la competencia nacional. Y a mediados de año filmé una película dirigida por Hernán Gottfried con Ricardo Darín, producida por Kenya también, que es la productora de Ricardo. Y ahora estoy filmando una película con Joaquín Furriel, que se llama Consumidor final, también dirigida , por Hernán Gottfried. Y estoy haciendo El jefe del jefe, con Federico D’ Elía, en el Complejo La Plaza. Terminamos en noviembre y volvemos en enero al mismo teatro
—¿Y ya estás pensando en una segunda película como director?
—No, no. Esto se dio, no fue estratégico. No lo busqué, simplemente me lo ofrecieron, y me animé porque me dieron libertad sin tener que estar peleando el peso.
Liliana Podestá, La Nación/GDA