Para aquellos que ven un modelo aspiracional o admirable en los innovadores tecnológicos rebeldes, megalomaníacos y multimillonariamente exitosos, James Cameron es su hombre.
A lo largo de su carrera, este canadiense nacido en 1954, ha conseguido en términos materialistas tres de las cinco películas más taquilleras de la historia: Titanic y dos Avatar, la saga en la que es Dios y que ayer estrenó su tercera parada. Entre las tres recaudaron 8.000 millones de dólares y recibieron 14 Oscar, principalmente en rubros técnicos, una parte crucial de su cine.
A eso hay que sumar que Cameron es el responsable de obras maestras de su tiempo como Alien 2, las dos primeras Terminator y películas clásicas como Mentiras verdaderas o de una innovación tecnológica deslumbrante como El secreto del abismo, una película que resume el concepto cameroniano: tecnología pionera, ambición de explorador y filosofía simplona.
Avatar, está claro, es su gran obra, una megalópolis que empezó en 2009 y lo va a tener ocupado por seis años más. Fuego y cenizas es la tercera de las cinco entregas anunciadas y sería un cierre perfecto si Cameron no tuviera la palabra comprometida y la ambición intacta.
Está en un montón de cines locales, en muchos de ellos en versión 3D, un recurso que vaya si sabe utilizar. En inglés y con lentes para tercera dimensión es la experiencia superior.
Hay un montón de gente que llegó hasta acá en la historia de Avatar y por lo tanto están dispuestos a la experiencia de tres horas y veinte minutos de esta tercera parte. Es, eso sí, un viaje entretenido y aunque es una obscenidad el uso de tecnología para contar una historia, el resultado final es deslumbrante. Fuego y cenizas es otro viaje a Pandora, el universo ficcional del que Cameron es Creador y regente. Le encanta ese papel.
Pandora es un planeta lejísimo habitado por los Na’vi, una sociedad de gigantones azules que conviven en plena armonía en una botánica, una zoología, un ecosistema, una lingüistica, una mitología y un paisajismo, todo construido por Cameron. Es de esa clase de artistas y lo que lo hace uno de los grandes directores de la historia del cine: su obra incluye los recursos, las posibilidades y los descubrimientos tecnológicos con los que se construye.
La primera parte estrenada en 2009, era la historia de Jake Sully (Sam Worthington), un marine humano que transfiere su conciencia a un cuerpo avatar Na’vi para infiltrarse entre el pueblo indígena de Pandora. Como en Pocahontas, se enamora de Neytiri (Zoe Saldana), una belleza local, y defiende a los na’vi de los humanos colonizadores de la RDA (siglas en inglés de la Administración de Desarrollo de Recursos) una organización no gubernamental pero poderosa.
La acción transcurre a comienzos del siglo XXII y los colonialistas andan buscando, como suele suceder, unobtanio, un mineral que abunda en Pandora y que como se avisa en la primera parte se paga 20 millones de dólares el kilo. Con el tiempo la RDA encontrará otros recursos así de rentables por lo que insisten en luchar contra las poblaciones locales.
El camino del agua iba más sobre la familia como la unidad básica de la resistencia y transcurre unos 15 años después de la primera (ahora es 2.170). Se centra en el clan que formaron Sully y que ya incluye dos nenes (Neteyam y Lo’ak), la nena Tuktirey y una adolescente adoptada, Kiri.
Todo parecía estar tranquilo hasta que volvía a aparecer la RDA, buscando recursos para una Tierra que está en las últimas. La avanzada militar está liderado por el coronel Quaritch (Stephen Lang), el villano de la saga.
La nueva situación obligaba a los Sully a huir hacia el territorio del clan Metkayina, en los océanos de Pandora y de ahí lo de El camino del agua. Allí, Lo’ak -el hijo menor- entabla amistad con un animal marino exiliado llamado Payakan, un tulkun que es como una ballera superevolucionada, que a lo Moby Dick es perseguida por unos arponeros terrícolas tras un aceite con propiedades rejuvenecedoras.
Era sobre la familia, el ambientalismo y el poder avasallante de los colonizadores y la codicia corporativa. La belleza de los arrecifes de El camino del agua eran, se decía por entonces en este mismo espacio, los salvapantallas más caros del mundo. Cameron es un narrador de tanta inventiva visual que aun plagada de lugares comunes mantenía el interés.
Fuego y Ceniza -que sería una película transicional en este universo hacia el territorio de las dos últimas partes programadas para 2029 y 20131-fue escrita como un xtenso guion que abarca también a El camino del agua: la acción no para y el sentimentalismo, otra marca del cine de Cameron, está apenas dosificado. El despliegue de CGI vuelve a ser asombroso.
La acción comienza unas semanas después de la segunda. Los Sully siguen con el clan Metkayina en los arrecifes. pero están atravesando con el duelo por Neteyam, que murió en un brutal enfrentamiento con la “gente del cielo”, localismo para la RDA, al final de la anterior. Son Jake, Neytiri, Lo’ak, Tuk Jo-Li, Kiri y Spider, el niño de la selva que es hijo del coronel y que vendría ser el protagonista aunque está muy poco desarrollado. Tras un encuentro con el clan Tlalim -los Comerciantes del Viento-, un pacífico clan nómada deciden volver al Campamento Alto, la fortaleza de los Omatikaya, su tribu original.
La travesía es obstaculizada por miembros del clan Mangkwan, también conocidos como el Pueblo de las Cenizas. Liderados por Varang (Oona Chaplin), son na’vi cuya cultura y forma de vida cambiaron drásticamente tras la devastación de su hogar a causa de la erupción de un volcán. Ellos culpan a Eywa (la Pachamama de Pandora) por este desastre. Mientras tanto, la RDA, debilitada tras su devastadora derrota en la dos, se encuentra en plena reorganización y planeando su próximo ataque. Eso es más o menos lo que dice el resumen oficial.
“Esta es una película sobre una familia que procesa lo que significa estar en guerra, sobre lo que significa para los hijos estar en guerra, y sobre los padres que deben dejar ir a sus hijos y confiar en que tomarán las decisiones correctas”, avisa Cameron desde las notas de producción de la película. “Este es un tema importante de la película. Y para Jake, que acaba de perder a un hijo, su instinto protector se manifiesta casi como el de un padre tiránico”.
Poco importa, capaz, tomarse el trabajo de seguir ese entrevero y esa explicación porque lo que Fuego y ceniza propone es, como siempre en Cameron es el deslumbramiento y todo está al servicio de eso. No hay que pedirle sofisticación narrativa, ni mayor desarrollo de los personajes y aunque el equipo de guionistas incluye cinco nombres, acá lo importante es el despliegue técnico que ilustran la sucesión interminable de combates, peleas mano a mano, entre humanos, Na’Vis y máquinas.
En todo caso, Cameron consigue hacer, una vez, más una aventura que valga la entrada. Y eso que de por sí es un montón lo vuelve a cumplir.