Atractiva comedia del cine italiano

De vez en cuando, el cine italiano produce un humorista que vale la pena registrar, pero no en la línea estridente de Roberto Benigni sino en el estilo discreto y sagaz de Massimo Troisi, un modelo del que ahora es ejemplo Gianni Di Gregorio. Ya había hecho una comedia muy disfrutable (Un feriado particular) sobre el solterón que convive con su madre y otras ancianas fastidiosas, y ahora llegó a Montevideo otro de sus ejercicios, La sal de la vida, para confirmar el tono asordinado y el sabor popular con que el realizador bromea sobre un jubilado que es padre de familia e intenta entablar relaciones con varias mujeres. Al margen de una madre cargosa, una esposa distante y una hija inestable, el catálogo femenino incluirá a una vecina cariñosa, una vieja amiga, una novia de adolescencia y una bella enfermera, aunque la timidez del protagonista entorpecerá esos vínculos.

Lo irónico es que con ninguna de esas conocidas pasará nada, a pesar de que el hombre revolotea entre las más jóvenes con cierto espíritu de aventura pero ninguna intrepidez. Igual que en el título anterior, Di Gregorio dirige y también actúa en el papel central, donde impone su estampa de comediante con cara seria, dotado de una soltura natural para el género, sin desplantes y con humor apacible. En las películas de este talento no hay estallidos de comicidad, sino una brisa de sátira que se insinúa en cada situación sin cargar las tintas, con mano suave e intencionada, para anotar la cortedad del personaje, su incomodidad ante ciertos incidentes embarazosos o su buena voluntad para prestar servicios a un prójimo aprovechador. Los rasgos del antiguo neorrealismo peninsular reaparecen en esa modalidad festiva de ribetes melancólicos.

Lo hacen a través de un cuadro social que abarca unas cuantas viñetas laterales y figuras episódicas, en las referencias indirectas a una Italia real que asoma en los diálogos, en el sabor callejero y testimonial del planteo, o en el jugoso perfil de alguna presencia, como el yerno perezoso, los vecinos que miran pasar el mundo desde la vereda o el desconocido que pasea a su perro por el parque. Allí se descubre la fórmula del realizador, que consiste en una gracia velada por el pudor y las ocurrencias sin palabras, acompañadas por una sensación levemente autobiográfica en el enfoque y un condimento de soledad y emoción que tiene ilustres raíces en los autores clásicos de la comedia cinematográfica.

La sal de la vida se estrenó hace unos días en el circuito local y es un trabajo encantador en medio del panorama de un cine italiano últimamente tan decaído, donde Di Gregorio propone una saludable respuesta a la crisis que sacude hoy a su país.

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