Juan Antonio Varese lleva más de tres decenas de libros que, además de divulgar temas variados, están unidos por su inoxidable curiosidad. Y dice que, a los 81 años, aún tiene, por lo menos, cinco libros que lo motivan a seguir escribiendo.
Acaba de editar Comienzos de la pintura en Uruguay (Planeta), una suerte de informado catálogo de los primeros nombres (en general olvidados) de las artes plásticas nacionales.
Allí están, claro, Juan Manuel Blanes, Juan Manuel Besnes Irigoyen o Pablo Nin y González, pero también artistas como Josefa Palacios (que pintó un “Desembarco de los 33” nocturno y menos épico) o Rosendo Mendizabal, “un artista afroporteño”. Cada uno está acompañado por una pequeña biografía y, de algunos, reproducciones de su obra.
Comienzos de la pintura en Uruguay, le dice Varese a El País en un apartado del Expreso Pocitos, aumenta una serie con Comienzos de la fotografía en Uruguay y Artistas y cronistas viajeros en el Río de la Plata. Los había pensado como un solo libro pero, infiere, en algún momento se percató de lo inabarcable del tema para un solo volumen.
La historia de la fotografía es cómo nos veían a través del lente, Artistas y cronistas es cómo nos representaban los artistas extranjeros y finalmente le llegó el turno a los pintores.
“Cuando investigué para esa historia de la fotografía en Uruguay busqué anuncios de daguerrotipistas en los diarios, pero me encontré que había más avisos de pintores”, dice Varese sobre el origen de este nuevo libro. Cuando pidió a la investigadora Carolina Porley que le hiciera un informe técnico, quedó deslumbrado con el resultado: era un mundo, dice, “interesantísimo”.
“Ahí saqué las uñas de escritor y empecé a investigar por mi cuenta las historias de esos artistas”, dice. “A mí me interesaba darles vida”. Eso le llevó un año de trabajo.
Este es un resumen de la charla de Varese con El País.
-Ha escrito sobre variedad de asuntos desde naufragios a estos libros sobre arte. ¿Cuál es el asunto que más le gusta?
-Diría que la fotografía y los temas marítimos. Pero con distintos grados, todos los temas me interesan.
-¿Y cómo llegó al arte?
-Empezando a investigar sobre los naufragios, pensé que tenía que fotografiar todo eso. Antes había ido, como escribano, a una beca a Israel y lo primero que hice en el free shop fue comprarme cámaras de cine para registrar todo. Me vine con una valija de rollos y entonces ahí comenzó mi amor por la fotografía. Llegué a presidir el Fotoclub, pero un día me di cuenta de que no eran tan buen fotógrafo, así que empecé a buscar qué aspecto de la fotografía me podía interesar. Justo en la Feria del Libro en Buenos Aires veo un stand con el Centro de Investigación del Pasado Antiguo Argentino con decenas de fotos de Buenos Aires de mediados del siglo XIX. Ahí me propuse buscar en Montevideo a ver qué había, y entonces comencé la búsqueda de fotos antiguas en la Intendencia y a recorrer casas de antigüedades consiguiendo daguerrotipos, fotos antiguas.
-¿Cuál es la intención de sus libros?
-Fue creciendo en mí la idea de “puertas abiertas” como escritor. No quiero escribir cosas exhaustivas, ni definitivas, sino despertar inquietudes. Que a la gente que le interese el tema parta de acá para llegar a dónde quiera llegar, que seguro es mucho más lejos. Mis libros están llenos de señuelos.
-Entre esos señuelos acá están las dos pintoras, Josefa Palacios y Carmen Árraga...
-Palacios pintó el Desembarco de los 33 antes del famoso de Blanes. ¡Y es mucho más auténtico porque refleja que fue de noche! Y Árraga fue la primera en pintar el retrato de Artigas antes incluso que el famoso de Eduardo Carbajal, que es la idea que tenemos de Artigas.
-A mí también me sorprendió lo de Mendizábal...
-El “pardo” que fue después el abuelo de Rosendo Mendizábal, autor del tango “El entrerriano”.
-El libro también revela un fuerte vínculo cultural con Buenos Aires reflejado en los artistas que llegaban a estas costas.
-La gran mayoría de los pintores extranjeros pasaron antes o después por Buenos Aires. Unos pocos se quedaron a vivir en Montevideo; Pedro Valenzani, por ejemplo, el pintor de la carátula, se quedó viviendo acá.
-El libro también funciona como un documento de una época.
-Ese cuadro de Valenzani de la tapa, por ejemplo, es tan representativo de su tiempo que equivale a 20 páginas de la historia de la familia en Uruguay en el siglo XIX. La posición de cada uno, cómo se sentaban los hijos. Cuando la vi quedé impactado.
-No quiere decir nada, pero a muchos de estos artistas nunca los había sentido nombrar. ¿Es la primera vez que se habla de ellos?
-No, no. Los historiadores, como por ejemplo Gabriel Peluffo, un señor historiador que tiene tomos sobre la historia de la pintura en Uruguay, se ocupan fundamentalmente de Blanes o de Besnes Irigoyen en adelante. Tuve que recurrir incluso a libros de Fernández Saldaña y algún otro porque las referencias de algunos de estos pintores estaban perdidas.
-¿Cuál es su artista favorito de los mencionados en el libro?
-Eduardo de Martino: sus marinas me impactaron. De hecho vino como marino a bordo de una fragata italiana. Lo acusaron de haber actuado mal, abandonó la Marina, se casa con una uruguaya y después va a la Argentina. Va a Brasil y el emperador, Pedro II, lo nombra pintor de las batallas de la Guerra del Paraguay. Terminado su periplo en Brasil se va a Inglaterra, alquila un atelier y levanta la bandera italiana todos los días de feria y fue llamado por la reina Victoria y terminó como pintor oficial de la corona.
-¡Le encantan esas historias!
-Lo más importante es el hombre, el artista, el medio que lo rodea y por qué llegó a pintar tal cosa. ¡Eso es lo más me gusta!