Nicolás Lauber
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Mario Giacoya, el artista plástico que nació en Sarandí Grande el último día de 1951 y tiene una trayectoria profesional de más de medio siglo, pasea junto a un grupo de visitantes en la Sala 4 del Museo Nacional de Artes Visuales.
Allí está alojada, hasta el 5 de marzo, una retrospectiva de su obra. Este jueves a las 16.00 habrá una visita guiada a cargo de la curadora María Eugenia Grau.
Es una buena oportunidad para descubrir a este pintor uruguayo, o reencontrarse con su genial obra, no siempre tan presente en la oferta plástica.
A lo largo de su carrera, Giacoya ha recibido varias distinciones y presentado sus cuadros en Paraguay, Argentina, Brasil, Estados Unidos, Gran Bretaña y hasta Japón, aunque para él, que ganó su primer concurso de pintura con 15 años, el primer reconocimiento llegó en la escuela.
“Un día estábamos dibujando, yo una cabeza de caballo que tenía el pelo de todos los colores, como con rayas, y mi compañero de banco también hacía una cabeza de caballo. Yo le decía que el mío era más lindo que el suyo, y él me decía que el suyo se parecía a un caballo y que el mío no. En eso llega el maestro en medio de la conversación y dice: ‘Vamos a hacer un concurso. ¿Cuál les gusta más?’, y levanta las dos pinturas. La mayoría eligió el mío. Ese es uno de los pequeños inmensos títulos que he recibido. Son las caricias al alma, y el reconocimiento al ‘dale que vos podés’”, dice Giacoya en la visita guiada en el MNAV y en la que también participó el director del museo, Enrique Aguerre.
La exposición Giacoya abarca todo el segundo piso del museo, y se puede visitar en cualquier sentido ya que no tiene un orden cronológico. El motivo, explicó Aguerre, se debe a que el autor repite sus temas en el tiempo.
Sí se la puede dividir por los temas que presenta: paisajes, viñedos, flores, bodegones y fiestas de campaña. “No es llenar el espacio”, dice Aguerre, “sino contar una pequeña historia”.
La historia es la de este artista, sus gustos e inquietudes. Tal vez por eso, lo primero que llama la atención de la muestra son las paredes rojas sobre las que se encuentran sus obras.
Si bien los museos suelen tener sus paredes blancas, el MNAV ha usado colores, el mostaza, o el azul para anteriores exposiciones. “Las paredes blancas con estas pinturas no funcionaban”, cuenta Aguerre. “Tomamos el riesgo y elegimos con Mario este tipo de color”. La decisión hace que las pinturas tengan un mayor destaque, como si saltaran de la pared, sensación que se complementa con la ausencia de marcos.
Visita junto al artista.
La obra de Giacoya emana una frescura infantil, inocente a través de sus pinceladas y su paleta de colores vibrantes, que dejan entrever una técnica influenciada por Paul Cezanne, Paul Gauguin y sus maestros Dayman Antúnez, Miguel Ángel Pareja y Dardo Salguero Dela Hanty. También es una forma de ver el mundo desde una perspectiva única, suya.
“Mi abuela me hacía unos cuentos fantásticos cuando era niño”, cuenta Giacoya. “Los abuelos siempre dicen algo que tiene un poco de verdad y mucho de fantasía para que el nieto quede asombrado. Eso fue lo que aprendí e inconscientemente lo apliqué en los cuadros”.
Cuando Aguerre le propuso hacer esta exposición, el artista le presentó más de un centenar de obras. Muchas no llegaron a exhibirse.
“Como curador, el momento decisivo es cuando no podés sacar una obra, porque la disposición en una sala es todo un arte. Y, por ejemplo, ‘Los ciclistas” tenían que estar en ese lugar para poder dialogar con el ‘Bailongo’ que está en la otra punta. Si los cambiábamos de lugar, perdían el efecto. Se hizo el planteo, le gustó a Mario y quedó”, cuenta Aguerre.
En “Los ciclistas” se destaca el color amarillo que funciona de fondo para los atletas, representados desde arriba y con pocos trazos. Eso se debe a que la ruta 5 pasaba por el medio del pueblo de Giacoya, que desde su casa los veía así como los pintó.
Mientras el director del museo habla, el artista se sienta en cada escalón que encuentra, agrega algún comentario, gesticula mucho, se ríe y hace su aporte cuando lo entiende conveniente.
“Pasamos rápido por estas obras”, comenta Giacoya, señalando los bodegones que abarcan toda una pared de la muestra, “pero vale la pena tomarse el tiempo por el color y las forma. Estas obras casi nunca se ven”.
Antes de esta exposición, algunas de las pinturas estaban en colecciones privadas, otras en el acervo del MNAV, y muchas en casa del artista. “Ahora no hay tantas”, dice entre risas, aunque conserva muchas “porque un artista tiene que tener sus obras. Son su patrimonio”.
Una visitante le dice a Giacoya que es un genio, título que el artista desestima. “Lo de genio dejalo ahí tirado. Yo trabajo y hago las cosas como me parece que se ven”, dice. “Creo que nací para ser pintor. Para tratar de alegrarle la vida a los demás”.
El tener al artista al lado permite que algún curioso pregunte por qué algunas pinturas tienen rostro definido y otras no.
“Ah”, dice entre risas, “eso pasa cuando tengo ganas”, y quita todas ls intenciones artísticas. “Aquel es el que me vende los cuadros y se enoja cuando no le pongo rostros a las pinturas”, dice y señala a un señor alejado del resto. “No me cuesta nada desprenderme de mi obra porque entiendo que el arte es para que lo disfruten todos, y si puedo hacer eso, que se vaya a darle placer a los demás”.
Aún con medio siglo de recorrido, Giacoya se sigue sintiendo como un aprendiz. “No me alcanzan los años que tengo para aprender. Hay tanto para aprender y para hacer que esto no se puede terminar acá”.