Sucede a menudo que más es menos. Esta película de terror supone que multiplicando efectos, aumentando el número de monstruos y situaciones de peligro, llenando permanentemente el ojo con imágenes insólitas o inquietantes, refuerza su impacto sobre el espectador.
Se equivoca. Lo que consigue por ese camino, en cambio, es que doña Suspensión de la Incredulidad se vaya y no vuelva. Borges y Bioy Casares sostuvieron alguna vez (y lo pusieron por escrito) que la mejor fantasía es aquella que hace surgir lo insólito en un contexto reconocible, como una ruptura de la cotidianeidad, y luego lo explica mediante una hipótesis única. Por supuesto que la afirmación admite matices y excepciones a la regla (John Wyndham en El día de los trífidos trabajó sobre dos hipótesis independientes, y su novela funciona), pero en términos generales vale la pena tenerla en cuenta.
MITOLOGIAS. El monstruo es la violación de la regla, la negación de las leyes inmutables de la naturaleza, lo inesperado que irrumpe de pronto en un universo hasta entonces comprensible (y que por ello deja de serlo: de allí el terror). Cuando los monstruos se multiplican su presencia se vuelve "normal", y por lo mismo mucho menos preocupante, aunque sigan constituyendo una amenaza física "real". En todo caso, en ese momento se ha producido un sutil cambio de género: el "fantástico" se ha convertido en mera aventura.
Eso es, más o menos, lo que el guionista y director Stephen Sommers había hecho en sus dos películas sobre La Momia (el gótico clásico vuelto cine de acción "high tech", a lo Steven Spielberg), pero esos dos films previos tenían la ventaja comparativa de su unidad temática: bastaba aceptar la existencia de una maldición faraónica que traía de vuelta a los muertos para que todo el asunto tuviera sentido. Este Van Helsing requiere otros ajustes previos, y en su desarrollo los vampiros, hombres lobos, criaturas de Frankenstein y hasta el Señor Hyde chocan entre sí.
pasatiempo. De acuerdo, la película no es aburrida. Siempre está pasando algo: persecuciones, apariciones súbitas, transformaciones aterradoras, gente que hace acrobacias por los tejados de París, al borde de abismos vertiginosos o arriba y a los costados de los muros de sombríos castillos transilvanos. Pero su procedimiento es la mera acumulación, no el crecimiento de una historia, la dosificación de las revelaciones, la creación de personajes que ostenten algún interés y con los que valga la pena identificarse. El estilo narrativo del film proviene menos de la literatura gótica o del cine que de las montañas rusas y el Tren Fantasma. En el medio, la poderosa sugestión de los mitos clásicos aparece reducida por momentos a la autoparodia o el manoseo: habría que pegarle a alguien por el caricatural Hyde/ Quasimodo del comienzo, que parece escapado de La liga extraordinaria (reconozcámoslo: es más atractivo el Drácula de Richard Roxbourgh).
Quedan, si se quiere, un par de virtudes laterales: una cuota de humor (aportada con frecuencia por el fraile amigo del protagonista), un esmero en el diseño de producción que por momento imita con felicidad el universo visual del clásico terror americano de los años treinta y cuarenta de la empresa Universal: James Whale habría aprobado sin duda la evocación frankensteiniana del comienzo. Y poco más. Naturalmente, hay también mucho ruido y cosas que se rompen, ingredientes que pueden acompañarse con maíz acaramelado y un balde de refresco.
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CRITICA I GUILLERMO ZAPIOLA
VAN HELSING
Director. Stephen Sommers.
Libreto. Stephen Sommers.
Fotografía. Allen Daviau.
Elenco. Hugh Jackman, Kate Beckinsale,
Richard Roxbourgh, David Wenham, Will
Kemp, Shuler Hensley, Kevin J. O’Connor,
Samuel West, Robbie Coltrane.
Estados Unidos 2004.