Cumplió 91 años, ya no puede caminar como antes pero le bastaron nueve canciones para meterse el auditorio del Teatro de la Ciudad de México en el bolsillo, haciendo que muchos asistentes no pudieran contener las lágrimas.
Chavela Vargas estuvo siempre sentada en un impresionante sillón rojo. El recital del viernes pasado lo comenzó la cantante argentina Negra Chagra, acompañada por los músicos mexicanos Juan Carlos Heredia y Miguel Peña, quien ocupó la primera hora con once canciones. Hasta entonces Chavela se había mantenido en silencio.
Con los versos de Cuando te hablen de amor, de José Alfredo Jiménez, estremeció al auditorio. A partir de allí siguieron La canción de las simples cosas, de Armando Tejada Gómez y César Isella (la canción preferida de ella), ¿Adónde te vas, paloma? (compuesta por ella y Mario Ávila el año pasado), el legendario bolero Piensa en mí, Que no somos iguales, el tango Clavel del aire y La noche de mi amor.
Allí puso un primer punto a su presentación, pero el público pidió más y ella volvió para hacer Luz de Luna y Somos. Mil cuatrocientos privilegiados no podrán olvidar lo que vivieron, por más que al otro día la cantante estaba en la Feria del Libro del Zócalo presentando su libro Las verdades de Chavela con la advertencia previa de que no firmaría ejemplares porque es algo que no le gusta.
El recital permitió romper el silencio obligado de la cantante que viene de sufrir problemas de salud con una operación de estómago incluida. A mediados de semana, cuando recibió a la prensa en su casa de Tepoztlán, próxima a la capital mexicana, había afirmado que ahora se sentía tan bien "como cohete nuevo" y que si había hecho todo lo que quiso fue "porque tengo mucha fuerza de voluntad y no culpo a nadie de lo que hago".
Sentada en una silla de ruedas, la venerada intérprete de La llorona mostró también que tiene su espíritu crítico y directo en muy buen estado. Aseguró que de los ochenta discos que ha grabado, de por lo menos la mitad "no he recibido ni un centavo", y lamentó que muchas de las composiciones actuales no sean capaz de revelar el color y la riqueza cultural de México.
"Fuera de Juan Gabriel no veo otra salida, no hay música, no hay nada, nada que aprender", aseguró.
También tuvo anécdotas felices que el puñado de periodistas, como niños pequeños, quería escuchar de su propia boca. Así Vargas salpicó la conversación con recuerdos sobre las veces que terminó borracha en la cárcel junto al compositor y cantante José Alfredo Jiménez, la conversación que tuvo cuando conoció al poeta chileno Pablo Neruda, lo mucho que quiso a la pintora Frida Kahlo o la protección fallida que le otorgó el presidente Adolfo López Mateos (1958-1964).
"Mandaba a un policía especial a cuidarme, pero cuando se daba vuelta yo me salía por el otro lado... nunca me encontró", relato con picardía.
Con una tranquilidad pasmosa, habló de la muerte: "La muerte no está fea, es falta de conocimiento. Te espanta lo que no conoces", afirmó levantando un poco los hombros y sin perder la sonrisa. También tiene muy claro que dejará su herencia a niños con cáncer, que prefiere que la incineren y lancen sus cenizas en un río, cualquiera siempre que tenga agua.
"Cuando yo me muera no quiero que me recen rosarios, ni se den golpes de pecho... no quiero lágrimas postreras... A mí no me vayan a llorar a mi tumba porque no voy a estar ahí. Voy a estar volando por ahí". ¿Y cómo quiere que la recuerden? "Ustedes recuérdenme como quiera cada uno; cada uno que diga lo que sintió y lo que vivió conmigo".
Vargas, nacida en Costa Rica y mudada a México en plena adolescencia, ha recibido honores como la Gran Cruz de Isabel La Católica y en 2007 la Academia Latina de la Grabación la reconoció con el premio a la excelencia musical.
Legado. La cantante dejará todos sus bienes a una sociedad para niños con cáncer.