¡Sapos y culebras!

Les juro, les juro que me tienta, decirles que extraño mucho a Juan Ramón Carrasco. Pero voy a dejar pasar hasta el segundo partido de Fossati. A fin de cuentas, el Flaco tampoco tiene la culpa. Aunque para mí, el Flaco es triiiiiiiste, como Pernía, diría Menotti.

O capaz que no espero nada, y de caliente, digo ahora mismo lo que pienso.

Escribo estas líneas al otro día del nuevo triplete a domicilio, cometido en nuestro perjuicio por el combinado incaico, como diría Don Carlos Solé.

Los hechos me han dado la razón, no era tema de Carrasco o no Carrasco, dos volantes de marca o uno, carrileros, volantes mixtos, táctica o estrategia y otros esoterismos.

Cuando se juega espantosamente mal, ni siquiera importa que el iluso de Fossati crea que un jugador completamente del montón y que juega en diez metros cuadrados, como Tony Pacheco, pueda ser el 10 de la celeste.

Cuando un Sorondo cualquiera se hace echar en el primer tiempo por una estupidez como escupir a un rival... no hay nada que hacerle.

Cuando Darío Silva, al que habría que haberle negado el pasaporte uruguayo por lo que hizo en el Mundial, vuelve a la selección, ya no hay esperanzas.

Jugando como jugamos contra Venezuela y Perú, de golero tenemos que poner a la CUTCSA, y la línea de cuatro con la ONDA, la AMDET, la UCOT y la COPSA. Y perdemos igual.

Carrasco era el tipo que podía cambiar la historia, el que venía sacando conejos de la galera. Pero lo echaron porque contra Venezuela volvimos a jugar al nivel que nos caracteriza... volvimos a la verdad y Carrasco pagó los platos rotos.

Al Juan Ramón lo echaron los que tienen la culpa de que las cosas estén como están: los figureti de siempre.

No me alegro de lo que ha pasado contra Perú. Los que me conocen saben que odio perder hasta a la bolita. Pero un poco de justicia hay. Porque Carrasco fue el chivo expiatorio por el bochorno contra Venezuela, cuando en realidad es el UNICO, el UNICO, óiganme bien, el UNICO que ha intentado otra cosa para sacarnos del pozo.

Carrasco tendría que volver, como Perón el 17 de Octubre, como Wilson del exilio, como Seregni cuando salió de la cana, una onda así, con los brazos en alto en los balcones de la maldita AUF. Pero no va a pasar, al menos hasta dentro de unas décadas.

Y encima leo declaraciones de Chevantón diciendo que el juez nos perjudicó. Cuando perdés dos partidos de locatario y te meten seis pepinos, con pesto y todo, Cheva, lo menos que podés hacer es meter violín en bolsa. Y te vas a llorar al cuartito, Cheva.

Y Darío Silva diciendo que igual vamos a clasificar, que los uruguayos nacimos para sufrir. Sí, para sufrir viéndote a vos en la cancha, Darío.

Y no me digan que me la estoy agarrando con lo jugadores, CLARO que me la estoy agarrando con los jugadores.

Basta de historias, basta de buscar culpables afuera de la cancha.

Con dos buenos volantes de marca, como Pablo García y el Pato Sosa, igual los peruanos nos pintaron la cara de blanco y rojo, onda murguista.

Y jugamos mejor al final, saliendo a la descubierta, a lo Carrasco, a lo Lavalleja, sable en mano y carabina a la espalda, aunque la defensa seguía haciendo agua por todos lados.

La última gran delantera celeste fue la del Mundial del 54. En el Mundial del 70 ya ni siquiera teníamos centrofobal. Los últimos centrofobal vernáculos fueron el Pepe Sasía y el Lito Silva. Durante años los goleadores del campeonato uruguayo fueron foráneos como Spencer y Artime, o un mediocampista, como Pedro Virgilio Rocha.

Cuando llegaron Morena y luego Francescoli, ya no tenían acompañamiento y murieron en la demanda.

Pero al menos teníamos defensas, como las del 66 y la del mismo 70. Y tuvimos a los Peñaroles y Nacionales capaces de ganar intercontinentales a pura defensa. Ahora, ya no tenemos NI defensa.

El último gran defensa uruguayo fue Paolo Montero, y en la selección nunca le fue muy bien. Repartió fierro a diestra y siniestra y ni siquiera así salvamos la plata.

Ahora la defensa celeste es una lástima, una lágrima, es peor que la peruana o la chilena, que nunca fueron buenas, por más Chumpitaz o Figueroa que hayan tenido. Los Lembo, Sorondo y compañía no agarran a los rivales ni para pegarles una patada a tiempo.

Los peruanos siempre fueron hijos nuestros, ahora somos hijos de ellos. No tenemos a NADIE, salvo la fibra de Forlán y algún chispazo de Recoba, para comparar con Norberto Solano, Pizarro, Palacios, o incluso el péndex Farfán. Hasta en nombres nos ganan.

Por un tiempo seguimos robando con el nombre, Uruguay, la celeste, la garra charrúa. Ahora se acabó, ya no ganamos ni a patadas, cualquiera viene al Centenario y nos corta el rostro. La vieja mística se ha convertido en puro mito. En verso. En un chucu para consumo exclusivo de crédulos y patrioteros.

Dirigentes, técnicos y jugadores, todos tienen su responsabilidad. Pero según yo, y lo mismo decían tipos como Lorenzo Fernández y Obdulio Varela, los partidos se definen adentro de la cancha, once contra once.

Y con estos mamitas, no vamos a ningún lado.

Que el dios del fútbol me perdone y que a estas alturas los tsicos celestes me hayan tapado la boca con un gran triunfo a domicilio contra la selección colombiana, que también es una piltrafa futbolística, suspirando nostálgica por los rulos oxigenados del Pibe Valderrama.

Por Elbio Rodríguez Barilari

barilari@laraza.com

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